(Por Javier Martínez Baigorri) En las últimas décadas, un grupo de científicos y teólogos ha abierto camino a la renovación de la Teología de la Creación. Es importante introducir modelos teológicos que actualicen la reflexión teológica a la luz de la ciencia. Se esbozan algunas líneas de trabajo abiertas por dichos autores: la causalidad descendente como modelo de acción creadora continua y la relación de Dios con la creación a través del tiempo. Encontramos en estos campos, aunque necesiten más desarrollo, un ejemplo de cómo desarrollar el futuro de la Teología de la Creación.
1. Introducción
No son pocos los autores que, en las últimas décadas, piden una revisión de la teología de la creación a la luz del conocimiento sobre el universo que nos describe la ciencia moderna, de tal manera que podamos avanzar en la comprensión sobre Dios y su acción creadora[1].
Por su naturaleza, en teología no podemos pretender explicar todo a través de una única teoría. Necesitamos diferentes modelos que, si bien nunca pueden corresponderse de manera completa con la realidad, son la única manera de acercarnos a un conocimiento más global y profundizar en nuestra reflexión.
Ian Barbour recuerda que los modelos[2], en la historia de la ciencia, han contribuido a la formulación, comprensión, extensión y modificación de las teorías científicas. También en el pensamiento religioso existen modelos analógicos; modelos que son importantes en sí mismos pero que no deben ser tomados al pie de la letra porque no son representaciones fieles de la realidad. Sin embargo, nos ayudan a entender y profundizar en el conocimiento que comienza a partir de la experiencia religiosa del ser humano.
Un grupo de autores que se mueven a caballo entre el mundo de la ciencia y de la teología se posicionan, con diferentes matices, en la defensa de una propuesta que explique la relación de Dios con el mundo creado: un mundo caracterizado por la emergencia, en continuo cambio, dinámico y evolutivo. Frente a modelos útiles en una cosmovisión estática propia de tiempos pasados, necesitamos una manera de entender la acción divina mucho más acorde con este mundo evolutivo.
Aunque la mayoría de estas propuestas se adscriben al panenteísmo, ni éste es una propuesta uniforme ni es la única. A pesar de esta disparidad, se nos muestra la necesidad de ir buscando modelos que actualicen la reflexión teológica a la luz de la imagen del mundo que nos vaya ofreciendo la ciencia.
2. La acción creadora de Dios
La Teología de la Creación se convierte en uno de los temas centrales de estos científicos teólogos. En sus obras se habla de un momento creador inicial y de un sostenimiento de la creación gracias a una creación continua. Esta idea hunde sus raíces en Santo Tomás, quien hablaba de la creación ex nihilopara referirse al momento inicial del universo y a la creación continua que mantenía y sostenía en Dios todo lo creado.
De esta manera, nos situamos ante una creación que no termina en un momento inicial, sino que es continua y ante un Dios que actúa a través de las leyes de la naturaleza en una creación con una capacidad creativa que le permite ser copartícipe—siempre a un nivel distinto del de Dios—del desarrollo de sí misma.
A la luz de la ciencia, tenemos que situar esta acción creadora continua en un mundo en constante evolución. Un mundo emergente en el que a lo largo del tiempo aparece novedad ontológica y causal. No es momento de detenernos a describir la emergencia[3], paradigma que “nos ofrece el marco más apropiado para quienes quieren tomarse la ciencia en serio a la hora de repensar la inmanencia de Dios en el mundo”[4]. ¿Por qué es de tanta ayuda este marco en que nos sitúa la emergencia? En ella encontramos “modelos para pensar la relación entre Dios y el mundo natural”[5], permitiéndonos trasladar esta relación inherente al mundo a un modelo teológico explícito.
El emergentismo conlleva una visión holística de la naturaleza y la necesidad de una reconsideración de la causalidad que opera. Si las relaciones que se establecen constituyen algo novedoso, no puede ser que la causalidad sea ejercida únicamente por los niveles inferiores sobre el resto; de alguna manera, el conjunto del ser y las relaciones que se establecen entre las partes, y entre el todo y las partes, deben tener un efecto. Desde aquí, se introduce el término de causalidad descendente mediante el que se amplía considerablemente el reduccionismo causal que ha venido ofreciendo la ciencia moderna.
Este universo emergente y evolutivo implica una potencialidad que se va desplegando en el tiempo. Este despliegue se realiza mediante leyes naturales en las que debemos ver la acción continua de Dios. Aun así, sólo con estas leyes no se consigue explicar todo ya que nos dejan con una visión parcial[6]. Necesitamos considerar la creatividad que posee de manera intrínseca la naturaleza.
Dice Arthur Peacocke a este respecto que Dios crea en el mundo a través de lo que la ciencia llama azar, ya que es gracias a este azar como se actualizan las posibilidades del universo. No es necesario encontrar ningún mecanismo externo a la propia naturaleza mediante el que Dios actúa, sino que “los procesos revelados por las ciencias son, en sí mismos, Dios actuando como creador, y Dios no se apoya en ningún tipo de influencia adicional o factor añadido en el proceso continuo de crear el mundo”[7].
Por eso el panenteísmo es tan adecuado, ya que nos permite pensar una nueva perspectiva en la acción divina frente a una acción extrínseca de Dios. Una perspectiva en la que el mundo está en continuo desarrollo que nos muestra una creación inacabada en la que Dios actúa de manera inmanente de manera continua.
Esta visión, basada en la ciencia, de un universo evolutivo y emergente, afecta a la manera de entender cómo es la acción creadora de Dios. La teología “es el esfuerzo por comprender el contenido revelado de la fe”[8]y esta tarea desde el Vaticano II supone una invitación a no restringir su interpretación a una Tradición cerrada, sino que debemos traducir la revelación a categorías que puedan ser comprendidas hoy en día[9]. Se sitúa la teología, por tanto, en una tensión cuyos dos polos están constituidos por una raíz de la que no nos debemos soltar y una frontera que el teólogo tiene que ir explorando si queremos ensanchar la comprensión de la revelación y la inteligibilidad de la misma por parte del hombre de hoy. Por este motivo, un mundo evolutivo nos invita a una continua revisión de la teología de la creación ya que la comprensión del mundo que nos ofrece la ciencia no está cerrada; y, si esta comprensión no está cerrada, la reflexión teológica iluminada por el conocimiento científico siempre tendrá un punto de provisionalidad.
3. Líneas principales de una Teología de la Creación en un mundo evolutivo
En su reflexión, los teólogos-científicos abordan temas clave como es la imagen de Dios, si los atributos clásicos del Dios de los filósofos siguen siendo válidos, la temporalidad y eternidad de Dios, la kénosis divina, cómo se produce la acción de Dios en el mundo, etc. Esbozaremos de manera sucinta algunas de estas cuestiones.
La relación de Dios con el mundo
Como acabamos de decir, la acción creadora no se restringe a un momento inicial. Sino que existe «una interacción creativa continua de Dios con el mundo mantenido por Él en el ser»[10]. Esta interacción continua que mantiene en su ser la creación y que le permite explorar su potencialidad, requiere que Dios haga espacio para que crezca en Él, por eso un término ligado a la creación continua es el de la kénosis divina.
La Kénosis divina
Se entiende la kénosis de manera que se aplica a toda la realidad divina y, de manera especial, al acto creador de Dios; acto que es posible gracias a que “Dios retiró su omnipresencia para dar cabida a la presencia de la creación”[11].
Esto se refleja en que el mundo funciona de manera que no necesita acciones externas; lo cual implica dos cosas, por una parte que la acción de Dios se realiza a través de los mecanismos de los que ha dotado a la naturaleza y, por otra, que la misma naturaleza tiene una potencialidad creadora que Dios no coarta desde fuera. Esta visión del protagonismo que tiene el mundo como agente co-creador, nos lleva directamente a pensar en las consecuencias en nuestro modo de entender la omnipotencia divina.
Pasaremos ahora a pensar cuáles son los mecanismos con lo que Dios actúa en la creación respetando esta imagen que acabamos de considerar.
La acción kenótica de Dios
Si Dios no viola las leyes de las que él mismo ha dotado a la naturaleza tenemos que intentar explicar cómo realiza esto.Polkinghorne parte de la autonomía observada en la creación en la que, con una combinación de azar y legalidad[12], la evolución del mundo se sitúa como proceso abierto. Se plantea cómo es la acción de Dios que permite al mundo construirse a sí mismo. Mira el universo y su complejidad; si entendemos el universo de manera holística podemos considerar las leyes, que le hacen ser como es, mediante las que estará Dios actuando de manera impersonal; postura en la que casi se percibe un cierto punto “deísta”, aunque no sea esa la intención del autor ni mucho menos.
Pero en determinados momentos, hay puntos críticos en los que la fe nos pide dejar la puerta abierta a que pueda haberse ejercido de manera particular la influencia divina. Esta acción particular la tendremos que considerar como una acción personal que no puede ser discernible y separable del funcionamiento de la naturaleza, ya que tiene que llevarse a cabo dentro de las reglas de juego con las que el propio Dios ha dotado a la naturaleza.
Para Peacocke, la creación es una realidad abierta y no determinada ya que “el mundo tiene sucesos intrínsecamente impredecibles”[13]. Esta impredictibilidad es algo constitutivo de la naturaleza. Si el mundo tiene un nivel impredecible, no todo está sujeto a legalidad y esto tiene una consecuencia directa en nuestra consideración sobre la kénosis de Dios como manera de actuar en el mundo: si hay sucesos no determinados, de alguna manera tampoco lo están en el conocimiento que tiene Dios sobre el mundo; lo que pone en revisión el atributo divino de omnisciencia, ya que, insiste Peacocke, hay sucesos que Dios conoce de manera probabilística y no de manera exacta[14].
La acción de Dios en el mundo cede, como ocurría en Polkinghorne, protagonismo a la potencia creadora del universo de tal modo que la omnipotencia y la omnisciencia deben ser revisadas. El problema es, que hasta el momento, no se nos ha explicado cómo actúa Dios. Polkinghorne propone una acción general que deriva de las leyes impresas inicialmente y una posible acción particular mediante la influencia divina a nivel de esas mismas leyes. ¿Coincide en esto Peacocke?
Si tenemos en mente tanto la evolución de la complejidad en el universo como la evolución biológica sucedida en la tierra, se nos presenta una visión del conjunto de la creación que, a juicio de Peacocke, “nos impele, hoy más que nunca, a considerar a Dios implicado en una creación continua, a entenderlo como creador eterno, ya que no cesa de conferir existencia a procesos inherentemente creativos y generadores de formas nuevas”[15].
El universo ha ido evolucionando movido por dos grandes motores: la ley y el azar. Si estamos ante un universo racional es indudable que debe de existir una legalidad que lo permita, pero esta legalidad actúa en combinación con el azar. El azar por sí solo no llevaría hacia ningún tipo de racionalidad pero el azar combinado con la ley permite que la creación despliegue la potencialidad que lleva dentro[16]. Es Dios quien sustenta tanto el azar como la ley y es Él, por tanto, quien ha dotado al universo de un mecanismo que permita explorar y desplegar su potencialidad.
No puede evitar, en esta reflexión, preguntarse si todo este mecanismo de ley y azar que permite la emergencia de nuevos niveles de complejidad y la evolución de lo creado tiene alguna dirección. En la respuesta llega a la cuestión de la vida, cree que el universo lleva implícito la posibilidad de la existencia de vida y de vida inteligente con capacidad para la auto comprensión como el ser humano; lo que no está determinado es el cómo, ni el cuándo ni el dónde de la aparición de esa vida. El universo es contingente y la vida y el ser humano también, pero el dinamismo y mecanismo del mismo permite que haya caminos por los que en algún momento pueda existir la vida y, fruto de ella, alguna forma de vida con capacidad para entrar en relación con Dios[17].
Este universo con capacidad intrínseca para explorar posibilidades y, por tanto, no determinado inicialmente por Dios en su concreción, nos muestra una creación dotada de libertad. Este sería otro de los rasgos creadores de Dios, la concesión de autonomía y protagonismo al mundo que ha creado. Esta autonomía se hace patente de una manera especial cuando consideramos, de manera concreta, la libertad en el ser humano.
Si comparamos la postura de Polkinghorne y Peacocke, ambos coinciden en la importancia de un mundo abierto y con autonomía. Ambos creen que mediante las leyes naturales, y sólo mediante ellas, puede Dios actuar en la naturaleza. Ambos nombran que, no sólo en el dinamismo general del universo actúa Dios, sino que también lo hace de manera personal en determinadas acciones, y aquí es donde viene la discrepancia. Polkinghorne ve el nivel de la indeterminación como un lugar para que Dios intervenga en el curso de algunos acontecimientos sin violar las leyes naturales, pero Peacocke ve aquí una incoherencia que nos lleva veladamente a un Dios determinista que tapa agujeros. Sin embargo, su propuesta tampoco es muy clara: nos habla de la causalidad descendente, como manera de hacer de Dios mediante la que influir de manera no extrínseca. Pero ¿qué significa esto? ¿Cómo hace esto? ¿Por qué esta manera de influir no es abrir la puerta a un Dios determinista? ¿Tiene más fuerza en él esta posibilidad o la idea de que Dios no puede actuar interfiriendo en los mecanismos indeterminados del mundo que ha creado?
Otros autores participan en este debate e insisten en las ideas clave que hemos señalado[18]. Insisten en la posibilidad de contemplar una acción divina que se realiza exclusivamente a través de las leyes de la naturaleza. Mediante estas leyes, el universo puede explorar toda su potencialidad de manera evolutiva; esto nos muestra a un Dios que otorga un papel co-creador a su obra. Por eso, también ellos proponen una revisión de los atributos clásicos atribuidos a Dios; el sufijo omnies necesario reconsiderarlo ya que el Dios que nos muestra el mundo evolutivo es un Dios que se auto limita para dejar espacio en sí a lo creado, es el Dios que no actúa de manera omnipotente porque crea de manera abierta, es el Dios que no es omnisciente porque no está determinado el camino que va a seguir el universo, y también es el Dios cuya gran fuerza creadora reside en el amor. Esta manera de actuar puede ser explicada bajo distintos modelos pero la gran mayoría recurre al ejemplo de la causalidad descendente, cuestión que se apunta pero en la que no se profundiza demasiado.
La causalidad descendente como modelo de la acción causal de Dios
El reduccionismo científico intenta reducir la realidad a una manera que tenemos para poder profundizar en su conocimiento. Pero esta debe ser considerada de un modo mucho más global y holístico ya que en cada nivel emergente aparece novedad que no puede ser predicha completamente desde los niveles inferiores.
¿Por qué sucede esto? Porque se establece entre los componentes del sistema un conjunto de relaciones que influye tanto en el conjunto del sistema como en el comportamiento de cada uno de sus componentes; es decir, todo el sistema en su conjunto ejerce una acción sobre cada una de las partes que condiciona cómo los niveles inferiores ejercen su acción sobre el conjunto del sistema
Por tanto, cuando hablamos de causalidad descendente, estamos hablando de la influencia que el todo tiene sobre las partes del sistema desde un punto de vista causal. Y esta manera de entender cómo funciona el mundo es lo que, por analogía, se intenta trasladar a la reflexión teológica sobre la acción divina en el mundo y la creación continua.
Esta reflexión parte de una convicción que Karl Rahner expresó de la siguiente manera: “Dios no es sólo Creador de un modo distinto de Sí, sino que, además, mediante esa auto-comunicación auténtica e inmediata que llamamos gracia, se ha constituido en Principio interior de ese mundo, a través de sus criaturas espirituales”[19].
En estas breves líneas encontramos algunas de las grandes intuiciones que se intentan explicar desde el panenteísmo, esto es: Dios es el creador de todo lo que existe y lo hace de tal manera que sin dejar de ser trascendente y no confundirse con la creación, lo hace de manera inmanente—ese Principio interior de Rahner—y de manera absolutamente libre (Gracia) y no necesaria. Esto es lo que se intenta explicar, acorde con la ciencia, cuando se propone la causalidad descendente.
Para Peacocke, Dios es la realidad que envuelve e incluye todo lo que existe; todo lo creado tiene su existencia en el ser y actuar de Dios. Por eso, podemos entender cómo Dios opera y actúa a través de todos los procesos que se dan en la realidad ya que estos están sustentados por el ser infinito de Dios. Dios es el todo, el “sistema” completo que incluye a todos los demás sistemas que son los distintos niveles de la realidad creada. Se encarga Peacocke de recalcar que esta manera de actuar de Dios de manera holística no implica ningún tipo de materia o fuerza[20]. Como totalidad que es, tiene que ejercer una causalidad que condicione, sin violentarlos, los procesos que se dan en los sistemas inferiores.
Para Schmitz Moorman, lo característico es la relación y la unidad[21]; y el Dios trino es Unidad Absoluta de la que brota el amor que constituye la fuerza creadora de Dios. Para explicar el cómo, recurre a la causalidad descendente aunque no explica cómo funciona.
También desarrolla la idea de “creación llamada” que hunde sus raíces en Rahner y su concepto de autotrascendencia. Piensa Rahner que la acción de Dios orientando la evolución no puede concebirse como algo externo a ella que la va empujando sino, más bien, debe verse como “algo intrínseco, y afirmarse que la realidad material al evolucionar se dirige a algo que le supera esencialmente” porque “la evolución es autosuperación”[22]. Para Rahner, el ser creado lleva la dinámica que le conduce a la autosuperación y, a la vez, esta tiene su fuente en Dios que no actúa de manera externa sino inmanente a la creación.
Hemos intentado acercarnos al significado de la idea de causalidad descendente como modelo para la acción de Dios en el mundo aunque, en general, encontramos poca concreción.
La relación de Dios con la creación a través del tiempo
La relación de Dios con la creación a través del tiempo es otra de las cuestiones que se plantea. En un mundo en evolución, donde la palabra clave es proceso, el tiempo es un factor que debe ser tenido en cuenta. Siendo Dios eterno podemos plantearnos la pregunta de si conoce en todo momento el devenir de los acontecimientos o si, de alguna manera, el transcurrir del tiempo también es un factor importante para Él.
Parece lógico pensar que la eternidad de Dios no puede verse afectada por la temporalidad de los procesos que tienen lugar en la creación. Aunque, por otra parte, si la creación está inconclusa y todavía está en desarrollo, con autonomía, con un potencial que le permite “llegar a ser”, ¿cómo es posible que Dios conozca de antemano la concreción de cada potencialidad actualizada ahora y en cada momento sin que eso suponga una visión determinista?
Los autores van señalando temas importantes que tienen que ver con la evolución, la aparición de la vida, el problema de la muerte, la omnisciencia divina, la libertad de la creación… y se apunta un tema muy importante: La fe es una promesa de futuro y Dios es el futuro absoluto del universo.
Dios como futuro absoluto del universo
El proceso evolutivo del universo tiene un teloso meta en la que Dios se presenta como su finalidad absoluta. Ahora bien, una vez dicho esto, ¿qué estamos queriendo decir?
Ya hemos dicho que Rahner considera a Dios el “Principio interior del mundo” que lo lleva hacia su consumación, que no es otra que el propio Dios. Dios se constituye, en virtud de su acción creadora, en principio, motor y punto final hacia el que transciende la creación.
4. Conclusiones
En las últimas décadas, una serie de autores con formación y carrera científica han dado un nuevo aire a la teología basando su reflexión en la inmanencia de Dios.
Mirando su trabajo, reconocemos la necesidad de plantear nuevos modelos teológicos que pongan en diálogo la teología y el conocimiento científico ya que el pensamiento religioso no puede ser contradictorio con el conocimiento científico. Estos modelos serán provisionales debido a la provisionalidad del conocimiento científico. Esto no quiere decir que la teología no tenga un núcleo inmutable sino que se puede ir adecuando y profundizando en la comprensión de la revelación, de manera inteligible a cada momento histórico. Si el conocimiento humano está en desarrollo, también la comprensión que tenemos de Dios.
El trabajo de estos autores nos permite encontrar temas que no han sido resueltos de manera suficiente y marcan el camino más próximo para la Teología de la Creación. La visión de un universo emergente nos obliga a reconsiderar el papel clásico creador de Dios y su relación con lo que existe. En este marco se presenta la kénosisde Dios en su acción creadora, llevándonos a reformular el prefijo “omni” que el teísmo clásico atribuía a los distintos atributos divinos. Dios cede protagonismo al mundo que ha creado y le concede un papel co-creador y, paradójicamente, este repliegue hace a Dios más inmanente al mundo y le permite actuar de manera mucho más intrínseca en la creación.
No hay que buscar mecanismos extraños y ajenos a la naturaleza para encontrar la acción de Dios; es a través de la legalidad impresa en la naturaleza y del azar como Dios permite la evolución del universo y su camino hacia una mayor complejidad. Frente a un determinismo que no deja papel ninguno a lo creado, esta manera de entender la acción de Dios nos presenta una direccionalidad que no determina ni tiene prevista todos los detalles estructurales del mundo natural.
Aunque no hay unanimidad en el cómo se lleva a cabo esta acción divina aparece de manera relevante, e insuficientemente desarrollada, la noción de causalidad descendente para intentar explicar cómo Dios influye en la creación.
A lo largo del devenir temporal se da el despliegue de la potencialidad del universo. En este despliegue no hay determinismo sino autonomía y combinación de azar y legalidad. Este hecho, que ha llevado a replantearse la omnisciencia divina, apunta a una direccionalidad en la que Dios aparece como futuro absoluto del universo.
Estas interesantes líneas de trabajo deberán ser profundizadas y fundamentadas antes de poder aceptar todas las afirmaciones que se realizan y, a continuación, seguir desarrollando aspectos derivados de ellas.
[1]Este artículo es una versión condensada y adaptada especialmente para Razón y Fe de otro previo publicado por el autor en Scientia et Fides. El autor da la gracias a dicha publicación por el permiso para poder reproducirlo: Cf. J. Martínez Baigorri. “La teología de la creación a la luz de la ciencia. Presente y futuro en la constante tarea de renovar la teología de la creación”,Scientia et Fides 7/1 (2019), 183-205.
[2]Cf. I. Barbour, Religión y Ciencia, Trotta, Madrid 2004, 183-231.
[3]Se realiza una defensa de la adecuación de este término en un artículo anterior del autor: Cf. J. Martínez Baigorri, “Emergencia y causalidad en biología. Novedad ontológica y nuevas formas causales en el estudio de la vida como realidad emergente”, Carthaginensia 34/64 (2017), 341-376.
[4]P. Clayton, “Panentheism in Metaphysical and Scientific Perspective”, en P. Clayton – A. Peacocke (Eds.), In Whom we live and move and have our being, Eerdmans publishing, Cambridge 2004, 87.
[5]Ibid., 91.
[6]P. Davies, “Teleology without Teleology. Purpouse through Emergent Complexity”, en Clayton–Peacocke, op. cit., 95.
[7]A. Peacocke, “Articulating God’s Presence in and to the World Unveiling by the Sciences”. En P. Clayton– A. Peacocke(eds.), In Whom we live and move and have our being, Eerdmans publishing, Cambridge 2004, 144.
[8]K. Schmitz-Moormann, Teología de la creación de un mundo en evolución, Verbo Divino, Estella 2005, 19.
[9]Ibid., 19-20.
[10]J. Polkinghorne, La fe de un físico, Verbo Divino, Estella 2007, 119.
[11]J. Moltmann, “La kénosis divina en la creación y consumación del mundo”, en J. Polkinghorne(Ed.) La obra del amor, Verbo Divino, Estella 2008, 191.
[12]Ibíd., 122-123.
[13]A. Peacocke, Los caminos de la ciencia hacia Dios. El final de toda nuestra exploración, Sal Terrae, Santander 2008, 111.
[14]Ibíd., 111-112.
[15]Ibíd., 120.
[16]Ibíd., 120.
[17]Ibíd., 124-126.
[18]Schmitz-Moormann, Edwars, Clayton, Davies, por citar algunos.
[19]K. Rahner, “Consumación del mundo. ¿Inmanente o trascendente?”, en Selecciones de Teología 6/21 (1967), http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_rahner.pdf
[20]Peacocke, op. cit., 277-278.
[21]Schmitz-Moormann, op. cit., 76-92.
[22]M. G. Doncel, “Teología de la evolución: Karl Rahner, 1961”, Pensamiento 63/238 (2007), 605-636.
Artículo elaborado por Javier Martínez Baigorri, Profesor de Ciencias y Religión en Jesuitinas (Pamplona). Publicado con la autorización de la revista Razón y Fe.
Los comentarios están cerrados.