La sintonía de Teilhard con el misticismo cósmico oriental

(Por Gaspar Rul-lán) En una serie de artículos que se publican en FronterasCTR, Gaspar Rul-lán, gran conocedor del pensamiento hinduista analiza la profunda relación entre el pensamiento de Teilhard de Chardin y el hinduismo. En este segundo artículo, Rul-lán analiza el contenido de dos escritos importantes sobre la temática de Teilhard de Chardin y el hinduismo. No es fácil analizar la compleja relación intelectual y emocional que mantuvo Teilhard de Chardin con el pensamiento religioso de la India, dado el abismo que hay entre la visión negativa que aparece en lo que él dice y escribe sobre el hinduismo y las profundas similitudes que existen entre su pensamiento y el riquísimo, y diverso, pensamiento religioso del subcontinente asiático. La unidad monista entre el universo y Dios, acercó sin duda a Teilhard a lo más profundo del pensamiento hindú. Para explicar este contradictorio sentimiento de atracción y rechazo hacia el hinduismo, quizás convenga recordar que Teilhard de Chardin era un científicoy un poeta místico, pero entre estos dos extremos parece faltarle, a veces, contacto con la realidad histórica social, política y económica del momento que le había tocado vivir.

En 1932 Teilhard de Chardin prepara un trabajo  titulado “El camino de Occidente: Un nuevo misticismo” que, como el mismo escribe en la introducción: “pretende mostrar cómo, en continuación (y al mismo tiempo en oposición), con antiguas formas de misticismo (especialmente Oriental) el hombre de hoy,  hijo de la ciencia occidental, persigue por un nuevo camino,  un constante esfuerzo que desde el inicio de los tiempos ha ido empujando la vida hacia algún tipo de unidad en la plenitud” . El escrito tiene dos partes claramente diferenciadas, el misticismo oriental, centrándose casi exclusivamente en la interpretación monista de la filosofía de Śankara del advaita, la no-dualidad, y el nuevo misticismo occidental, centrándose en las tres ideas básica de su pensamiento: el valor de la materia, la evolución y la convergencia. Estamos en 1947, año en que escribe un segundo texto: “La contribución espiritual del lejano Oriente: Una reflexión personal”. Teilhard de Chardin ve con una aprehensión que ya había expresado en otras ocasiones, cómo la gente busca desesperadamente algo en que creer y algo en que agarrarse y, equivocadamente, piensa encontrarlo en la espiritualidad del lejano Oriente, cuando la verdadera respuesta a su angustia está en la nueva mística cristiana que él expone. Estos son los dos artículos que Rul-lán analiza en este artículo.

El Camino de Occidente. Un Nuevo Misticismo” (1932)

En 1923 al llegar a la China, el cien por cien europeo Teilhard de Chardin, cargado con un pobre bagaje de conocimientos del pensamiento de aquel lejano continente,  entra en contacto directo con el Oriente, no como historiador , sociólogo o antropólogo sino como paleontólogo, y el choque mental debió ser de tal magnitud que desde el primer momento establece una dicotomía que mantendrá hasta el final de sus días: Oriente como algo completamente distinto a  Occidente, utilizando el término de “oriente” en un sentido tan amplio que incluye por igual el Hinduismo, el Budismo, el Confucionismo y hasta, en algunos momentos parece incluir el Islam. Para Teilhard de Chardin “Oriente” casi se equipara con la no-Europa; un mundo caracterizado por un estático monismo panteísta, la antitesis a su dinámico “panteísmo” cristiano.

En 1932 Teilhard de Chardin prepara un trabajo titulado “El camino de Occidente: Un nuevo misticismo[1] que, como el mismo escribe en la introducción: “pretende mostrar cómo, en continuación (y al mismo tiempo en oposición), con antiguas formas de misticismo (especialmente Oriental) el hombre de hoy, hijo de la ciencia occidental, persigue por un nuevo camino, un constante esfuerzo que desde el inicio de los tiempos ha ido empujando la vida hacia algún tipo de unidad en la plenitud”. El escrito tiene dos partes claramente diferenciadas, el misticismo oriental, centrándose casi exclusivamente en la interpretación monista de la filosofía de Śankara del advaita,la no-dualidad, y el nuevo misticismo occidental, centrándose en las tres ideas básica de su pensamiento: el valor de la materia, la evolución y la convergencia.

La mística oriental. Teilhard empieza su escrito con una rotunda afirmación que, seguramente sin pretenderlo, puede dar pie a la acusación de su aparente “racismo” al negar categóricamente que  “el hombre primitivo, en su fase prelógica, fuese capaz de experimentar un sentimiento de solidaridad y unidad entre las criaturas y pudiese alcanzar, de forma natural y sin esfuerzo, las altas cumbres espirituales que nosotros ahora estamos muy despacio alcanzando… El verdadero misticismo, continua diciendo,  es decir, esta tendencia hacia una unión universal, se originó en la India cinco o diez siglos antes de nuestra era”, y  Teilhard se pregunta aparentemente asombrado, si alguien ha sido capaz de explicar las factores psicológicos o fisiológicos, o los refinamientos culturales y de pensamiento que hicieron posible este “ciclón” a orillas del Ganges. 

¿Cuál es este torbellino místico que barrió las planicies del norte del gran continente?, se pregunta Teilhard, “La multiplicidad de seres y deseos no es más que un mal sueño del que el hombre ha de despertar. Debemos suprimir todo esfuerzo para conocer y amar…porque esto supondría dar consistencia a lo que simplemente es un espejismo. Así pues, como consecuencia directa de la supresión de la pluralidad, descubriremos el diseño básico de la realidad. Cuando reine el silencio, oiremos la única nota. Los fenómenos no descubren nuestra realidad, la esconden”. Esto, añade Teilhard, es la solución Oriental para la vida perfecta, es decir, la vuelta a la unidad, y con una de sus típicas generalizaciones al hablar de “Oriente”, añade: “La Unidad se alcanza destruyendo la multiplicidad. Esta idea es la que, en formas distintas, ha dominado la sabiduría Oriental, penetrando hasta el Japón… Fue en este mundo profundamente pesimista en que el alma de Asia nació y encontró su expresión”.

A continuación, Teilhard de Chardin pone sobre aviso del peligro que aparece en Occidente en la forma de las nuevas místicas panteístas  del Budismo, neo-Budismo, Teosofismo e Hinduismo que pueden ser adaptadas entusiásticamente en Occidente, olvidando que esta mística supone “la muerte total de cualquier actividad: el vacío absoluto del mundo experimental… pues, en  estricta lógica el sabio Hindú no puede interesarse por nada que la vida en este mundo haya podido y pueda en el futuro significar”. Y termina justificando su detallada descripción de la “Mística Oriental” para que pueda verse claramente la enorme diferencia que tiene esta con la “Mística Occidental”.

La mística occidental. En una de sus frecuentes generalizaciones, así como identificó la Mística Oriental con la interpretación monista de la no-dualidad de Shankara, en esta segunda parte de su escrito, Teilhard de Chardin identifica la Mística Occidental con su personal y original concepción de la mística, olvidando quizás los otros movimientos místicos, más cercanos al pensamiento oriental, que han florecido también desde los inicios del cristianismo, en Occidente.

La exposición que hace Teilhard de Chardin de la mística occidental, como opuesta a la oriental, se reduce a tres ideas fundamentales: un canto al valor de la materia, contra la supuesta idea oriental de una materia ilusoria, un canto a la evolución rectilínea, contra la idea circular de una emanación y fusión en el Absoluto, y contestando al problema del Uno y lo múltiple, un canto a launión por convergenciacontra la interpretación monista de la no-dualidad. 

Canto a la materia: Mientras en la mística oriental el atractivo del Nirvana, según Teilhard de Chardin, crea un estado psicológico de rechazo a la dinámica del universo por medio de la negación de las cosas materiales, las pasiones y las imágenes, lo que lleva necesariamente, a un vacío total, en la mística occidental, “la luz divina no se muestra en una noche creada artificialmente por nosotros, sino que como un extraordinario resplandor, brilla sobre el conjunto orgánico del mundo. El cielo no está en oposición de la tierra; el cielo nace con la conquista y la transformación de la tierra Dios se alcanza no en el total vaciado de uno mismo, sino su sublimación… No debemos despreciar las cosas, por el contrario, debemos amarlas agarrando con fuerza su esencia”.

Canto a la evolución: Según Teilhard de Chardin, para la metafísica y el misticismo oriental, el universo tangible, del que el hombre tiene que liberarse, está compuesto de un brillante sistema de objetos moviéndose en un círculo cerrado, mientras que para la mística occidental, “el mundo moderno nació, cuerpo y alma, del descubrimiento del proceso orgánico de evolución… Cuerpo y espíritu, cada uno de nosotros ha evolucionado en una cosmogénesis  de la que ya no podemos dudar ni mirar con indiferencia”.

Canto a la unión por convergencia. En el puro monismo de la mística oriental el buscador de la Verdad tiene que descubrir la vacuidad de las cosas, el carácter meramente ilusorio de la multiplicidad de seres, y perderse hasta fundirse en el UNO que es el ÚNICO. Totalmente opuesto a esta idea de la no-entidad de lo múltiple, para Teilhard de Chardin, la mística occidental afirma que “la única solución al problema de lo uno y lo múltiple es considerar el mundo experimental como formado por una cadena de elementos animados… por al menos un posible movimiento de coalescencia interna. Con esta hipótesis si queremos llegar a la unidad hemos de evitar por todos los medios el loco esfuerzo de escaparnos de las cosas… La multiplicidad es por naturaleza convergente, si, por tanto, la multiplicidad ha de ser reducida no debe hacerse suprimiéndola, sino, por el contrario, haciéndola crecer hasta más allá de sí misma. No puede haber, por tanto, ninguna oposición entre lo uno y lo múltiple, entre espíritu y materia. La suprema unidad divina supera la multiplicidad por una super-creación, no por sustitución”. 

Aquí solo cabe hacer referencia a la crítica del Abbé Monchanin a ese escrito y la respuesta de Teilhard de Chardin, que hemos visto anteriormente[2].

La contribución espiritual del lejano Oriente: Una reflexión personal” (1947)[3]

Estamos en 1947, a solo dos años del final de una guerra que destruyó no solo material sino también espiritualmente al viejo continente, y Teilhard de Chardin ve con una aprehensión que ya había expresado en otras ocasiones, cómo la gente busca desesperadamente algo en que creer y algo en que agarrarse y, equivocadamente, piensa encontrarlo en la espiritualidad del lejano Oriente, cuando la verdadera respuesta a su angustia está en la nueva mística cristiana que él expone. 

Empieza su escrito admitiendo que él no tiene una especial preparación en la historia del pensamiento asiático, pero se siente casi obligado a reaccionar contra lo que el cree una peligrosa tendencia de aceptar a-críticamente una cierta espiritualidad oriental, popularizada por los turistas, las novelas y la curiosidad de innumerables viajeros. Teilhard de Chardin pretende, por el contrario, reducir dentro de lo que él cree son las correctas y válidas proporciones, esta contribución espiritual que estamos justificados esperar de nuestros hermanos del lejano Oriente. Su escrito se divide en cuatro partes bien definidas: I. Formas de espiritualidad en el lejano Oriente, por el que entiende India, China y Japón, aunque nosotros centraremos nuestro comentario sólo en la espiritualidad india; II. Formulación de esta espiritualidad Oriental, y como contrapunto, III. El Camino de Occidente, para terminar con IV. Confluencia entre Oriente y Occidente.

Formas de espiritualidad en la India. Aquí, una vez más, Teilhard de Chardin mostrando su limitadísimo conocimiento del rico y variado pensamiento hindú, reduciéndolo, como ya hemos visto, a la interpretación monista del Vedānta de Śankara, afirma categóricamente que: “lo que caracteriza a la India es su profundo y predominante sentido de lo Uno y lo Divino. Para el hindú, contrariamente a lo que nosotros en Occidente creemos, el mundo es más incomprensible que Dios. El problema básico   para el intelecto hindú es la realidad del mundo material, no la existencia de Dios, y la experiencia espiritual fundamental del hindú es que lo invisible es más real que lo visible, como muestran la poesía de las Upanishads y los comentarios del Vedānta… que hasta nuestros días se han manifestado una y otra vez en toda clase de filosofías monistas”.

Formulación de la espiritualidad en la India. “Aunque aparentemente – escribe Teilhard de Chardin – encontramos  en la India multiplicidad de  sistemas, lo que hace que en Occidente fácilmente se encuentren falsas similitudes con nuestra forma de pensar, en realidad toda la metafísica religiosa de la India, está gobernada, en su esencia y su expresión, en un muy particular concepto de unidad, y esto, si no me equivoco, es lo que hace que el “teísmo” hindú, a pesar de todas sus diversas formulaciones, siempre sea fácilmente reconocible”.

Es verdad, afirma Teilhard, que alcanzar algún tipo de perfecta unidad, superando la angustiosa multiplicidad del mundo en que estamos inmersos, es el objetivo último de toda mística; la cuestión, sin embargo, es saber qué camino seguir en este fundamental proceso de unificación cósmica. Planteado así el problema, Teilhard pasa a describir a continuación el camino que según él ha seguido el hinduismo, y aquí es, sin dudad alguna, donde el científico- poeta-místico europeo muestra su pobre conocimiento del hinduismo real, haciendo rotundas afirmaciones que nada tienen que ver con la religiosidad y la experiencia mística a través de cientos y cientos de años   de la inmensa mayoría de los hindúes.  

Ante el problema de intentar unificar lo múltiple, la respuesta más simple y radical es negar y suprimir la multiplicidad, y esto es lo que ha hecho el Hinduismo, según Teilhard, siguiendo el camino  de la introspección, intentando descender más y más en la profundidades del propio ser, rechazando por el camino toda realidad aparente del mundo que nos rodea, hasta llegar al fondo mismo donde se encuentra la esencia de todas las cosas que te espera para absorberte e identificarte con ella. “Esto es lo que el Hinduismo ofrece de mil maneras distinta: un Dios-substrato o un Dios de una pasividad alcanzada por el rechazo de toda la diferenciación que  caracteriza el cosmos que nos rodea”, y, dicho esto, Teilhard de Chardin pronuncia la más dura e injusta crítica contra el Hinduismo[4]: “en última instancia en esta ideología no hay posibilidad de amor, pues la plena identificación no es unión, ni tampoco hay lugar para el humanismo ya que no reconoce el valor del esfuerzo humano en la siempre presente evolución planetaria”.

El camino de Occidente. En esta tercera parte de su escrito, aparece con toda su fuerza el eurocentrismo y el complejo de superioridad de Occidente sobre Oriente, tantas veces expresado por Teilhard de Chardin. “Sostengo, y espero poderlo demostrar –escribe el autor – que debajo de la fiebre creativa de Occidente está surgiendo un nuevo fermento místico, fruto del cristianismo y el nuevo humanismo”. Contra la idea de Oriente de intentar alcanzar la unidad, destruyendo la pluralidad, Occidente busca la unidad abrazando la pluralidad; contra la idea Oriental de buscar un Dios pasivo, Occidente busca un Dios que es pura tensión; contra la pasividad humana Oriental, Occidente valora el esfuerzo y la actividad material del hombre; mientras en el pensamiento Oriental no hay cabida para el amor, en la nueva mística Occidental el amor recobra toda su dignidad como la suprema energía espiritual y con ello la persona humana recobra toda su dignidad.

“No se necesita ser muy perspicaz – escribe Teilhard – para darse cuenta de que Occidente hoy es el punto de partida para el desarrollo de esta nueva mística que supone una verdadera ruptura con el pasado. En este momento (1945) Europa no puede ser la punta de lanza del desarrollo científico, si no es también la lanza del actual esfuerzo creativo en el campo religioso… Hoy instintivamente todos los ojos están vueltos hacia nosotros, para aprender no sólo cómo construir sino también  cómo creer… Oriente está experimentado un nuevo instinto emancipador, y poco a poco con toda su fuerza espiritual se está esforzando para entrar  no sólo tecnológicamente sino también espiritualmente en el camino que le muestra Occidente… El honor y la oportunidad de abrir este camino a una nueva oleada de de conciencia humana ha caído, lo repito, en Occidente”.

Confluencia entre Occidente y Oriente. Al final de este escrito Teilhard de Chardin adelantándose, una vez más a su tiempo, se plantea unas preguntas que sólo veinte años más tarde intentaría contestar el Concilio Vaticano II: ¿Cuál es la relación entre el cristianismo y las otras religiones?, ¿qué aportación pueden hacer a la fe cristiana de occidente esta religiones orientales? y ¿cómo pueden estas místicas orientales enriquecer el pensamiento religioso occidental?. “Toda la masa de la espiritualidad Oriental está en movimiento” exclama Teilhard, y continua con humildad que quiere exponer, “si mi juicio es correcto”, la forma y consecuencias de este gran acontecimiento del encuentro entre las religiones de Oriente y Occidente. Algunos visualizan este encuentro de dos principios complementarios o, para otros, enfrentados, que pretenden fundirse en uno solo, mientras que Teilhard lo ve como varios ríos que simultáneamente confluyen en uno solo por una brecha que se ha abierto. Y el honor y la oportunidad de abrir este nuevo camino para la unión de estos varios torrentes de conciencia humana ha caído en Occidente. Las aguas de las distintas corrientes espirituales de Oriente han ido subiendo en lagos cerrados, sin encontrar hasta ahora el punto de confluencia entre ellas, pero llega el momento en que la continua penetración de Europa ha abierto una brecha por la que todas estas aguas se unirán a la nuestra. Hasta ahora el alma oriental (de la India, China y Japón) ha ido siguiendo su propio camino con sus propias leyes, sus respuestas a las grandes y fundamentales preguntas del hombre han sido, probablemente menos claras que las nuestras, pero, sin duda, mostraban una base más profunda y un mayor vigor innato. La unión de todas estas corrientes espirituales supondrá cuantitativamente una mayor fuerza espiritual para la humanidad, pero lo que es más importante, un enriquecimiento mutuo con la unión de diferentes esencias síquicas y diferentes temperamentos, añadiendo volumen y riqueza al nuevo misticismo cristiano que va apareciendo en Occidente. “Este es – termina Teilhard diciendo – el papel indispensable y la función esencial que puede jugar Oriente en el momento actual”. 


[1]T. de Ch., “The Road of the West: to a New Mysticism”,en: T.F.pgs. 40-59 (la traducción es mía).

[2] Ver página 7.

[3]T. de Ch.., “The Road of the West: to a New Mysticism”,en: T.F. pags.134-147 (la traducción es mía).

[4]Ver lo que se dirá en la segunda parte de este escrito sobre el Movimiento Bhakti.

Artículo elaborado por Gaspar Rul-lán Buades, especialista en filosofía y teología hindú, así como colaborador habitual de FronterasCTR. Este artículo es el segundo de una serie de cuatro.

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