Maduración espiritual y correlato psicoanalítico

(Por Jordi Font) ¿Puede nuestra mente, nuestro cerebro, percibir el misterio inefable? ¿Cómo se produce psicológicamente el fenómeno místico? ¿Qué relación hay entre la experiencia inefable y las ‘neuronas’? Para dar cuenta de estas realidades y contestar estas preguntas se precisa un ámbito teórico y un modelo no reductible al de la ciencia natural. Esta temática, que ya hemos iniciado en un artículo anterior de FronterasCTR, se concluye aquí con este nuevo artículo.

 

El proceso evolutivo madurativo de la vida espiritual desde la visión psicoanalítica

Ya hemos tratado de la evolución madurativa humana. Veamos la concomitancia con la maduración espiritual.

En las fases más primerizas de maduración, la persona «creyente» sitúa su experiencia ante la realidad de Dios evolucionando, desde la posición Esquizo Paranoide (un Dios mágico) con incertidumbres. Si sigue buscando (posición D, depresiva) y entra en una relación de entrega al otro, y al Dios de Bondad, puede llegar a sentir que no es él mismo quien produce este cambio, sino que le es dado por el mismo Dios. Se da el paso hacia la posición depresiva (posición D). Aun en ella puede haber momentos de turbulencias de fase primeriza (posición EP).  Las dos posiciones EP«D son reversibles. Se puede pasar de una experiencia espiritual sana a momentos de confusión, son posibles en la misma persona, si bien en la unión mística cumbre (7ª Morada: “todo queda vivido en una sola vivencia”).

Importancia de la función simbólica 

La simbolización es el proceso en que el sujeto, al renunciar a las pulsiones instintivas de placer, alcanza otra realidad nueva más valorada, el objeto simbólico. Los símbolos aparecen en la llamada posición depresiva y exigen una inhibición de pulsiones instintivas dirigidas hacia el objeto. Freud habló de sublimación, noción que no acabó de desarrollar. Sin embargo, es más correcto hablar de simbolización. La simbolización ofrece capacidad creativa para alcanzar y trascender los objetos originales. El símbolo no es el equivalente al objeto perdido, sino que es un objeto nuevo, y lo representa sin perder las características de aquél.

La génesis de la formación de los símbolos reside en el hecho de que se reconoce, en parte, las pulsiones instintivas y se desplazan hacia un objeto del cual espera una satisfacción mayor[1].  La renuncia conseguida de los fines instintivos solo se produce mediante un proceso de duelo, de pérdida y de recuperación interna de aquello a lo que se ha renunciado.

La noción de símbolo psicológico y su realidad dan una base para comprender cómo se puede dar la experiencia de trascendencia, la experiencia de inmanencia-trascendencia: se parte de una realidad (inmanente) y se busca ir hacia otra realidad (es decir, trascender la primera).

Fases de maduración espiritual y su correlato psicoanalítico

En el proceso de maduración espiritual, aunque se trata de un continuum en su evolución, pueden diferenciarse varias fases que encuentran su paralelismo con las fases de evolución espiritual.

Nuestra propuesta señala la concomitancia que se puede observar entre las etapas: posición esquizo-paranoide y posición depresiva, con las etapas de evolución espiritual. Esta concomitancia es plausible dado que toda experiencia humana es percibida por sus «objetos mentales», también los de Dios, espíritu, bondad…, y todos ellos son vehiculados por la misma función psicológica consciente e inconsciente.

1) Fase: “purgativa”, posición esquizo-paranoide

Lo específico de esta fase, lo que se vive psicológica y espiritualmente sin los miedos, ante el caso confusivo y frente a ello, es la reacción defensiva que busca separar escindir el peligro, la realidad amenazadora y hostil identificándose con una parte que resulta tolerable y rechazando o negando la otra parte. Así ocurre que se pierde el contacto con la realidad total, objetos mentales parciales, no totales.

Psicoanalíticamente: en la posición esquizo-paranoide hay ansiedades y terrores ante lo negativo de las relaciones primerizas, hay escisiones que originan relaciones parciales de objeto, el objeto es todo bueno o todo malo. El objeto mental interno (Dios) puede ser vivido como objeto malo, amenazador, incluso originando ansiedades persecutorias, originando culpabilidades, castigos expiatorios. O convertirse en lo malo (demonio), que se identifica posesivamente, (posesión diabólica). Pueden darse con identificaciones delirantes (con lo sagrado, Dios, o con el diablo).

Espiritualmente:Se busca poder superar y liberarse de deseos malos, perversos, que mantienen sometidos a pensamientos y conductas egoístas, las cuales si bien placen, no son queridas, son tentaciones que mueven a apartarse del amor a Dios y a los demás. Son difíciles de superar porque atraen con fuerza. Se teme a Dios como juez exigente que condena, con temores de ser rechazado, y abandonado si no repara o expía sus culpas. Predominan egocentrismos que impiden progresar en el amor a la alteridad, a Dios y al prójimo.

2) Fase iluminativa, tránsito a la posición depresiva

Lo específico es el tránsito hacia una relación personal en la que se percibe la realidad del otro integrando lo frustrante con lo bueno y se desplaza el buscar el bienestar egocéntrico hacia el buscar el bien del otro.

Espiritualmente: Se es consciente del egoísmo pecaminoso que aparta del amor a los demás y se busca descubrir los engaños que encubren los egoísmos con falsas motivaciones y apariencias. El deseo básico es entrar en conocimiento de la realidad amorosa de Dios y el prójimo para amar cada vez más, en un proceso de crecimiento madurativo. Así se van alcanzando actitudes capaces de discernir lo que es bueno o lo que es malo, para sí y para los otros, avanzando en el amor a la alteridad.

Psicoanalíticamente: En la posición depresiva se alcanza una relación de objeto total, concienciando lo que son mecanismos de defensa que dan seguridad engañosa, descubriendo mecanismos defensivos encubridores de conflictos, que calman ansiedades en lugar de aceptarlas, contenerlas, elaborarlas. La posición depresiva se corresponde con la capacidad de elaborar duelos, de resolver los conflictos, las frustraciones y las pérdidas, de desarrollar capacidades creativas, de pasar del egocentrismo biológico a la relación de amor a la alteridad. La función simbólica abre a la creatividad y novedad.

3) Fase unitiva, maduración, asintótica…, dentro la posición depresiva

Espiritualmente: La vía unitiva muestra progreso en la capacidad de desarrollo espiritual, en la relación de amor hasta unirse, sin confundirse, con el amado. El núcleo esencial es la dimensión de amor unitivo, de la entrega total, de la identificación con el objeto amado, hasta la fusión -no confusión- con el objeto. Unidad no dual, experiencia del misterio.

Psicoanalíticamente: En la vía unitiva el proceso evolutivo psicológico estaría en la dimensión de la posición depresiva, en una asintótica experiencia de relación unitiva. Entramos en una dimensión que, si bien tiene su base bio-psicológica en la mente, en el cerebro, escapa a la comprensión del lenguaje simbólico. Es una realidad que no se puede expresar con nuestras dimensiones de espacio y tiempo, trasciende a ellas, pero existe la capacidad de intuir una realidad que, no siendo de orden material, no solo se vivencia que “existe” sino que “es”. El lenguaje místico lo expresa como vivencia del misterio de amor, intentando solamente comunicar la vivencia percibida.

Se ha propuesto también lo que, psicoanalíticamente, se denominaría la «posición contemplativa» (Matte Blanco).

 

Proceso espiritual de crecimiento espiritual. Hacia la experiencia mística 

Hemos llegado al núcleo de nuestra propuesta. Nuestra mente, nuestro cerebro, ¿puede percibir el misterio inefable? ¿Hay vivencia de amor unitivo, místico?Nuestro punto de origen ha sido: la espiritualidad es una emergencia de la vida humana. La salud humana es también una emergencia de la vida. La salud humana es una dimensión que se ex-tiende hasta el fin de su ciclo vital.La espiritualidad es una dimensión que trasciende la finalidad de la vida humana, tiende y apunta a una realidad que escapa al orden físico, cósmico. La espiritualidad aspira a una realidad que intuye pero que no puede ser poseída. La finalidad, una vivencia unitiva de amor, distingue la espiritualidad de la salud.Espiritualidad y salud, ambas siguen un proceso evolutivo de crecimiento, asintótico. Pero hay un salto epistemológico cuando pasamos a considerar la intuición de una realidad que no es de orden físico.Nuestro intento es mostrar desde la visión antropológica cómo puede ser vivida la experiencia mística. No tratamos del porqué se produce esa experiencia ni lo que ella es en sí, aunque pueda ser percibida.Descripción de lo que entendemos por experiencia mística.  La mística es un proceso en parte activo y en parte receptivo (o pasivo), es una activa pasividad, una receptividad amorosa que se origina insensiblemente por un progresivo despojamiento de los propios intereses para ir en busca de los del otro. Hay un deseo amoroso del otro que lleva a la renuncia de los deseos personales, ya sean deseos sensibles, sensoperceptivos, cognitivos o afectivos. La renuncia viene como consecuencia del deseo amoroso de unión con el objeto de la relación, deseado y seleccionado (el objeto mental Dios). Este objeto de relación amorosa sobrepasa el valor de todos los demás objetos de relación. Esta renuncia a los propios deseos abre la capacitad de simbolización, de una nueva y mayor creatividad mental.

La vida mística transforma. Conduce hacia un crecimiento personal. Esto se constata experimentalmente en personas que viven este proceso. Crece su propia identidad personal y se convierte en sujeto de conductas con buena relación personal con los otros, tanto en el plano social, en actividades constructivas, como en el personal de estima amorosa y activa.

El núcleo de la experiencia mística es el despojamiento interior de deseos egocéntricos para encontrar una relación de entrega al otro lo cual apunta a una relación de unión amorosa total. La persona que tiende a la experiencia mística se forma un proceso laborioso en que renuncia a otras relaciones porque ha deseado establecerse interiormente en la relación fundamental con Dios, un Dios que va encontrando dentro de él en un proceso de interiorización y de identificación.

(Es por el proceso de duelo, del que hemos hablado antes, por el que se recrea y se intensifica, dolorosamente, la función simbolizadora que lleva hacia la experiencia de Dios. Al despojarse de relaciones limitadas y caducas abre paso a una relación con Dios ilimitada e inefable que conduce a una vivencia de unidad con el Todo,  con el misterio[2]).

El camino místico es un proceso evolutivo de crecimiento en el amor humano que trasciende

El camino místico transcurre desde los deseos infantiles egocéntricos, biológicos, pasando por el deseo y amor al otro hasta alcanzar la unión en el amor. La vida espiritual empieza en el origen de la vida humana y culmina, pero no acaba en el amor unitivo místico. ¿Cómo se puede concebir que la «carne», la corporalidad biológica se vaya transformando en espiritualidad, en amor unitivo?

En el principio, al nacer, el potencial de la vida se manifiesta buscando satisfacer las necesidades biológicas. Se busca para sobrevivir al salir del útero materno. La propia unidad del sujeto ha sido amenazada por las escisiones en el entorno que lo ha configurado. Necesita y encuentra la relación de contacto, físico, con el otro, con satisfacción.

Como hemos ya descrito antes, seguirá buscando luego hasta encontrar la unión con el otro y lo Otro en unión satisfactoria. Ha seguido un proceso, un continuumevolutivo, con potencialidad de evolución madurativa que va del placer primitivo a los afectos psíquicos, al gusto de ser amado y amar, y a la plenitud de sentirse en unidad con el objeto amado.

Se ha iniciado con el deseo de corporalidad de la «carne». Se ha buscado la unidad psicológica de amor con otro humano, la alteridad del amor.  Se tiende a la unión con la Vida, con el Todo.

En la vivencia mística profunda ya no se busca satisfacción en la relación. Se encuentra el gozo de la plenitud, se vive en ella… No hay término en la vivencia de unión. Aunque permanece la corporalidad humana en otro nivel relacional limitado.

Podríamos poner ejemplos del budismo, del taoísmo… pondremos por ejemplo a San Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo señala “donde no hay camino”, lo cual expresa que la realidad de Dios es una realidad no cósmica y expresa también que somos inacabados: hay una realidad no física que la estamos viviendo físicamente, la intuimos, en eso consiste la vivencia de confianza, la fe. La fe es una convicción: confiar, aunque sea sin sentimientos gratificantes, en la Realidad/Dios, y esta confianza se traduce en obras.

Lo que orienta finalísticamente la vida es: impulso afectivo, la intuición, la confianza en la Realidad (Dios). Los símbolos, la palabra, no pueden expresarlo todo. Se está ante una incapacidad, inefabilidad, para expresar en símbolos y palabras la vivencia mística. («Moradas», 6ª y 7ª).

¿Hay místicas psicopatológicas?

Entendemos por patología, enfermedad…, no la falta de salud, sino los accidentes que surgen en el proceso vital de evolución humana y que proviene del exterior o del interior del sujeto. La religión y la espiritualidad que participan del proceso evolutivo de maduración pueden quedar afectadas por los accidentes o dificultades.

La maduración espiritual, y la mística, conlleva la maduración psicológica. Hay ejemplos de personas que logran estadios de experiencia mística y que experimentan y muestran en sus relaciones personales y conducta, una madurez excelente. Pero si el ser humano no se desarrolla en todas sus dimensiones, la dimensión espiritual puede quedar desvirtuada.

Cabe todavía la pregunta: ¿no será la experiencia mística una regresión infantil o una manifestación psicótica? Es decir, ¿no se puede ver en la experiencia mística una relación con las experiencias emocionales de fusión simbiótica como las que un niño tiene con la madre y que el místico trata de reencontrar?[3]¿No podría ser que las experiencias místicas fueran experiencias psicológicas regresivas?[4]¿No hay en la mística elementos sintomáticos de tipo psicótico como la clarividencia de ciertas convicciones? En cuanto a la posibilidad de ser un fenómeno regresivo, hay que decir que la cuestión radica en la psicogénesis del fenómeno místico. Cuando se dice que la mística es un estado regresivo, se hace referencia a estados más o menos confusos de la relación infantil y se reviven los estados psicóticos.

Ahora bien, hay una diferencia radical entre el estado psicótico, confuso, y la unión mística sana, en la que se mantiene la plena diferenciación entre Dios y la persona psicológicamente adulta dentro de un proceso amoroso de unión y fusión, no confusión («Ya no soy yo sino Cristo que vive en mi»), proceso integrador y creativo, a diferencia de los estados psicóticos, en que se da la confusión con el otro en vez de una relación de unión entre la persona y Dios.La experiencia mística sana tiende al crecimiento emocional y personal del sujeto y no a la regresión. En el sujeto esto se manifiesta en la capacidad de desprenderse de los rasgos narcisistas y egocéntricos en favor del amor al otro: de Dios y del prójimo. Crecen las capacidades relacionales que devienen satisfactorias para el sujeto mismo y para los demás.Finalmente, el sentimiento de sentirse pecador en el proceso místico no se debe confundir con un sentimiento de culpa patológica. Hay distintos tipos de culpa. La más grave, la psicótica; la obsesiva de tipo paranoide y la de tipo neurótico. Pero existe también una culpa normal, que tiende a la reparación. ¿Hay sentimiento de culpa en el místico? Leyendo textos de experiencias místicas hallamos con frecuencia el culpabilizarse.

El místico capta la distancia desproporcionada que existe entre el Dios que es amor y los límites de su propio amor. De esta desproporción puede nacer un sentimiento de dolor, de desagradecimiento para con Dios: un sentirse pecador, haber optado por su egocentrismo. El deseo de Dios y la experiencia de amor lo llena, sin embargo, de gozo, aunque sufre cuando pasa por el proceso doloroso de hacer el duelo y de reparar las carencias o las culpas propias, sanas. En este caso la culpa deja de ser un residuo infantil de relaciones no maduras, por ejemplo, un sentimiento de culpa edípico, que juntamente con mecanismos de defensa obsesivos, Freud colocaba en la neurosis social religiosa. La culpa del místico no es una culpa neurótica. Es un indicador de madurez, de crecimiento creativo el perdón que se da a quien lo haya ofendido.

Algunas preguntas: y el espíritu, ¿dónde está?

Con lo que acabamos de expresar al tratar del fenómeno místico no pretendemos entrar en el porqué de la acción del Espíritu, que es de un orden diferente. Sí que se intentamos, sin embargo, comprender cómo se produce psicológicamente.

Para el creyente, el Dios trascendente está en otra realidad, no física, pero la percepción psicológica que tiene de Él es una percepción real y, naturalmente, dentro de un orden físico.

La evolución madurativa lleva a intuir una realidad y aceptar los límites de la propia realidad que mantiene y refuerza la conciencia de confianza en otra realidad. La experiencia mística lleva a abrazar lo más íntimo de la existencia.

¿Qué relación hay entre la experiencia inefable y las «neuronas»?

A medida que se va buscando y alcanzando el abandono de lo egocéntrico y se va abandonando a una relación de entrega al Otro el registro de la actividad neurológica es menor. Ya no se percibe la relación con el otro unido a mí, se va perdiendo la percepción del otro y se entra en una vivencia no ya del otro sino de vivir en el otro, no se puede ya decir que es uno que vive en el otro, sino que se Es, se vive el otro, ya no hay otro ni yo (cfr. Santa Teresa, 7ª Morada).

Toda experiencia espiritual tiene su correlato psíquico en el cerebro[5]. Pero el paso a la vivencia de la realidad de Dios ya no tiene símbolo. Es percepción sin conceptos, sin símbolos. Los símbolos, la palabra, no puede expresar esos momentos. Se está ante una incapacidad inefabilidad de expresar en símbolos y palabras la vivencia mística (releer la 7ª Morada de Santa Teresa de Jesús).

Resumiendo:

a) La mística es un proceso psicológico evolutivo hacia una relación con el Todo que tiende a una unión y fusión amorosa con él.

b) La experiencia mística busca alcanzar lo más íntimo de la existencia cuando tiende hacia la unidad de vida en el amor. Requiere unas disposiciones psicológicas maduras, fruto de una evolución personal, que no se dan aún en la infancia. Es una experiencia de crecimiento madurativo; no es una experiencia regresiva; bien al contrario.

c) La relación del creyente con el trascendente, (con Dios), es una relación espiritual de amor,que se desmarca de la idealización, o del miedo a la persecución del temido Dios omnipotente de la fantasía infantil. Es una experiencia que se inicia con experiencias conscientes y no conscientes, de actitudes activas y pasivas. Sobrepasa cualquier otra relación personal humana, ante la que se produce una desproporción entre las propias posibilidades de amar y el amor de Dios. El gozo que se genera da lugar a una situación de apogeo amoroso vital.

Notas

[1] Segal, H., op. cit.

[2]Se puede vislumbrar la correspondencia con las fases ascéticas de: vía purgativa, vía iluminativa, y vía unitiva.

[3]Mahler, M.,“Psychoanalysis and Contemporary Science”, citado en Concilium, núm. 176 (junio de 1982); Ídem, El reto de la psicología a la fe, Cristiandad, Madrid, 1975.

[4]Prince, R.H., “Los estados místicos y el concepto de regresión”, en WHITE, J., La experiencia mística, Kairós, Barcelona, 2005.

[5]Pueden verse las obras deRubia, F.J., El cerebro nos engaña, Temas de hoy, Madrid, 2000, y «La conexión divina». La experiencia mística y la neurobiología, Drakontos, Barcelona, 2003.

 

Artículo elaborado por Jordi Font, Instituto Vidal y Barraquer, Universitat Ramon Llull, Barcelona. Este artículo es una adaptación para Fronteras CTR, de un artículo aparecido en la revista Pensamiento, vol. 73, nº 276, Vol. 8 de la Serie Especial Ciencia, Filosofía y Religión, 2017.