( Por Leandro Sequeiros) El teólogo jesuita Henri de Lubac dedicó varios libros a estudiar y comentar el pensamiento de Pierre Teilhard de Chardin. Es más: defendió públicamente a su colega jesuita y amigo, pese a las diferencias en sus concepciones teológicas. En el verano de 2016, en un encuentro celebrado en Lalouvesc (Ardèche) sobre el pensamiento de Teilhard, el jesuita Michel Fédou tuvo una conferencia inédita de la que tenemos un ejemplar. Henri de Lubac recibió el encargo de defender la figura de Teilhard en las sesiones iniciales del Concilio Vaticano II. Resumimos las ideas más importantes.
Con ocasión del centenario de los primeros ensayos de Pierre Teilhard de Chardin, escritos en el frente de batalla en 1916, tuvo lugar en su tierra, en la Auvernia, un encuentro familiar de los seguidores del jesuita científico y místico. En este encuentro (que tuvo lugar en la localidad de Lalouvesc) pronunció una conferencia el jesuita Michel Fédou sobre las relaciones entre el padre Henri de Lubac y Teilhard de Chardin.
En esta conferencia describe la influencia que ejerció Henri de Lubac para que la verdadera dimensión de «apologeta» y «misionero» de los tiempos modernos de Teilhard de Chardin fuera reconocida tanto por la Iglesia como por las personas que están en búsqueda. Es una bellísima presentación.
El texto nos ha llegado a través de la red europea de Amigos de Teilhard de Chardin y concede el permiso para su difusión.
Teilhard de Chardin visto por Henri de Lubac
En la conferencia, el profesor de Teología y jesuita Michel Fèdou precisa que “les voy a hablar de Teilhard, no directamente, sino indirectamente, a través de la obra de un gran teólogo jesuita del Siglo XX: Henri de Lubac. En efecto, este hombre ha dedicado mucho tiempo y energía para dar a comprender el pensamiento de Teilhard, y ha contribuido enormemente a defenderle contra los que le impugnaron”.
Teilhard había nacido en 1881, y de Lubac en 1896. Entre ellos existía por tanto una ligera diferencia de edad: quince años. Sabemos que, desde 1922, Henri de Lubac había conocido algunos escritos de Teilhard; había sido testigo de sus intercambios con otro jesuita, compañero de estudios de Teilhard, el padre Augusto Valensin. De Lubac había mantenido contactos con el mismo Teilhard entre 1922 y 1926, y también había mantenido correspondencia con él; además entre 1946 y 1949, con la ayuda de Monseñor Bruno de Solages, rector del Instituto Católico de Toulouse, revisó el texto de “El fenómeno humano”. Por último, de Lubac y Teilhard se habían visto detenidamente durante la última visita de éste a Francia, en el mes de agosto de 1954, menos de un año antes de su muerte. El Padre Henri de Lubac recuerda más tarde, de este modo, este último encuentro.
«Tengo aún muy presente en la memoria esta larga entrevista de agosto de 1954, en el último viaje del Padre Teilhard en París, durante el cual, solos nosotros dos durante toda una jornada, habíamos discutido libremente. Habían pasado casi cinco años sin que hubiéramos tenido intercambios directos, por razones que me habían hecho interrumpir también varias otras correspondencias. Volvíamos a ser como antes, y pese a la diferencia de edad, de conocimientos, de ámbito de estudio; únicamente por su generosidad en el grupo, le hacía ser un amigo muy próximo de todos. Entre dos momentos a veces dolorosos, incluso angustiosos, había recuperado completamente (bajo el cielo parisino) su juventud y una moderada alegría; hablaba de sus grandes deseos, se interesaba a los trabajos de los demás; su conversación era viva, con una especie de sabiduría grave y modesta. Me había emocionado y desde entonces sentí de una forma contundente, el contraste que había entre el verdadero Teilhard y el retrato resultante de una notoriedad póstuma no siempre en la dirección correcta. Todo esto me obligaba a ponerme a trabajar»[i]
«Todo esto me obligaba a trabajar»
De hecho, tras la muerte de Teilhard en 1955, y sobre todo durante el Concilio Vaticano II, el Padre Henri de Lubac trabajó intensamente sobre la obra de Teilhard. En primer lugar “quisiera contar -prosigue Fèdou- cómo el Padre de Lubac ha realizado este trabajo en circunstancias muy difíciles. A continuación, en una segunda parte, trataré de decir lo que, en profundidad, pone de relieve la comunión de pensamiento entre estas dos grandes figuras que fueron el Padre y de Lubac y el Padre Teilhard de Chardin”.
Las obras de Henri de Lubac sobre Pierre Teilhard de Chardin
Huelga decir que, en apariencia al menos, de Lubac no debía estar particularmente inclinado a interesarse por la obra de Teilhard. En efecto, a diferencia de su colega jesuita, Henri de Lubac no era de formación científica. Había frecuentado muy a menudo el estudio de los textos de los Padres de la Iglesia y de los teólogos medievales, mientras que Teilhard (salvo la formación que había recibido durante sus estudios de Teología) conocía muy poco a estos autores y se ocupó más bien de las nuevas cuestiones que plantea el desarrollo de las ciencias de la naturaleza en la época moderna.
De Lubac había analizado detenidamente el budismo y le había dedicado tres libros, reconociendo ciertamente sus divergencias sustanciales con el cristianismo. Pero consideraba, no obstante, que era un «hecho espiritual» de gran alcance en la historia humana; Teilhard, por su parte, privilegiaba la aventura del Occidente moderno y las conquistas de la investigación científica.
Pero, sin duda, diferían mucho más por su temperamento. Ciertamente que Teilhard era fundamentalmente optimista, era sensible al sufrimiento de los hombres, pero tenía una confianza espontánea en el futuro. No era lo mismo con de Lubac: este estaba preocupado por el futuro, a pesar de tener una esperanza de fondo, y era más proclive a reconocer (por influencia de la teología de San Agustín) la profundidad del mal en la historia de la humanidad.
Sin embargo, es un hecho el que Henri de Lubac ha dedicado varios escritos principales sobre el pensamiento teilhardiano. Hay que señalar la importancia que le reconoce en 1936 Monseñor Bruno de Solages escribiendo: “Es necesario que nos pongamos de acuerdo para dar a conocer, mediante las modificaciones necesarias, el pensamiento desarrollado por Teilhard en sus escritos”[ii].
Sin embargo, los tiempos no eran propicios, y no lo serían más propicios entre los años 1940 y 1950. Y esto no solo debido a las críticas formuladas contra Teilhard, sino también porque el propio Henri de Lubac era objeto de sospecha a raíz de su obra “Surnaturel“ (se le prohibió incluso de ejercer la enseñanza en 1950).
Ciertamente, tras la muerte de Teilhard, sus dos obras importantes ”El Fenómeno humano” y el “Medio divino” no tardaron a publicarse en Francia (una en 1955 y otra en 1957) y después en castellano; pero estas publicaciones eran posibles por el mero hecho de que Jeanne Mortier, colaboradora y Secretaria de Teilhard, fue elegida por éste la heredera de aquella parte de su obra inédita que fue llamada «no científica».
Por su parte, escribe el Padre de Lubac en 1955, «la Compañía de Jesús no quería ni podía asumir la responsabilidad de publicar otros textos de Teilhard que “de textes choisis», es decir, “textos escogidos”, «lo que era por lo menos imposible»[iii]. Es más, los jesuitas no tenían autorización para escribir sobre Teilhard. Pero hacia 1957 o 1958 Henri de Lubac fue invitado a las jornadas teilhardianas en la Mancha a Césisy-la-Salle. Y tuvo que hacer entonces una «conferencia improvisada».
En los días siguientes, redactó un pequeño texto que tituló «Del buen uso de «El Medio divino»». Su texto fue multicopiado sin su consentimiento. A continuación, un poco más tarde, un artículo análogo (redactado por el Padre de Lubac, pero firmado por el padre d’Oncieu) se publicó en el Boletín de la Juventud Estudiante Católica (JEC) parisina.
Esta, escribirá posteriormente el P. de Lubac, «fue la única infracción de la ley del silencio bajo la cual yo vivía»[iv]. Pero hay una cosa que es segura: Henri de Lubac deseaba cada vez más (como lo pensaba Monseñor de Solages) que la obra de Teilhard pudiera estar accesible al público de manera equitativa.
Es preciso destacar además que esta necesidad, en su opinión, no era necesaria simplemente para poder defender a Teilhard contra los cargos injustos, sino también por hecho de que, paradójicamente, el éxito de Teilhard crecía mucho y que era «peligroso» correr el riesgo de que se estableciera una «interpretación profundamente errónea de Teilhard»[v].
«Pero de golpe, al comienzo del verano 1961, todo cambió»
Según el padre Fèdou, el Padre provincial jesuita de Henri de Lubac, el Padre Arminjon (que el 23 de abril le había recordado la prohibición de escribir sobre Teilhard) le llama y le dice en substancia:
«Se escribe en todas partes, en todos los sentidos, por y contra Teilhard; se dice todo tipo de mentiras sobre él. La Compañía no puede desentenderse de uno de sus hijos. Los cuatro Provinciales de Francia, con la aprobación del Padre General de la Compañía de Jesús, desean que uno de los jesuitas que lo han conocido y que siguieron el hilo de su pensamiento aporte su testimonio. De hecho, ya no hay ninguno que siga vivo, por lo que le hemos designado a usted. Por consiguiente, pónganse de inmediato al trabajo. En la medida de lo posible libérese de cualquier otra ocupación y hágalo rápidamente»vi].
¿Por qué este cambio en la actitud de la Compañía de Jesús hacia Teilhard a principios del verano de 1961? Según Fèdou, esto se debe probablemente a la nueva atmósfera que se instala en una serie de espíritus en vísperas del Concilio Vaticano II. El P. de Lubac había sido nombrado consultor teológico de la comisión preparatoria. En el marco de esta Comisión, desarrolló una «extensa defensa» por escrito y de palabra, «al grupo de teólogos que exigía la condena explícita del Padre Teilhard por el Concilio y de Lubac resaltaba los contrasentidos enormes en la interpretación de su pensamiento»vii].
Ciertamente, la Comisión teológica preparatoria del Concilio Vaticano II estaba constituida mayoritariamente por expertos que tenían una mentalidad cerrada a la evolución de la Iglesia y de la teología. No obstante, un viento nuevo comenzó de levantarse en los meses anteriores a la apertura del Concilio. En este contexto de inicio de cambio cuando los jesuitas invitaron al Padre de Lubac que escribiera sobre su colega jesuita.
El Padre Henri de Lubac empezó de inmediato a trabajar y escribir por lo que en algunos meses pudo publicar su libro más documentado y profundo sobre Teilhard. La obra llevaba el título “El pensamiento religioso del Padre Teilhard de Chardin” y apareció en francés en la primavera de 1962[viii]. Esta obra se difundió muy rápidamente; pero enseguida provocó el clamor del Santo-Oficio en contra.
Henri de Lubac escribirá más tarde a este respecto:
«Según una indicación que me ha facilitado una persona enviada por el Padre Lamalle, archivero de nuestra Curia Generalicia, Monseñor Parente solicitó la puesta en el Índice de libros prohibidos de los escritos de Teilhard. Algunos consultores del Santo Oficio sostenían la tesis contraria, y el asunto había sido sometido a Juan XXIII, que dijo que no. De ahí las medidas que fueron adoptadas. En público, hubo un “monitum”, con unas fórmulas no muy claras»[ix].
De hecho, un «monitum» sobre las obras de Teilhard fue promulgado a finales del mes de junio de 1962; que decía así:
«Sagrada Congregación del Santo Oficio. Varias obras del P. Pierre Teilhard de Chardin, algunas de las cuales fueron publicadas en forma póstuma, están siendo editadas y están obteniendo mucha difusión. Prescindiendo de un juicio sobre aquellos puntos que conciernen a las ciencias positivas, es suficientemente claro que las obras arriba mencionadas abundan en tales ambigüedades e incluso errores serios, que ofenden a la doctrina católica. Por esta razón, los eminentísimos y reverendísimos Padres del Santo Oficio exhortan a todos los Ordinarios, así como a los superiores de institutos religiosos, rectores de seminarios y presidentes de universidades, a proteger efectivamente las mentes, particularmente de los jóvenes, contra los peligros presentados por las obras del P. Teilhard de Chardin y de sus seguidores. Dado en Roma, en el palacio del Santo Oficio, el día 30 de junio de 1962»[x].
El 28 de junio, el Padre Juan Bautista Janssens —superior general de la Compañía de Jesús— hizo saber al propio Padre de Lubac que la reedición y la traducción de su libro estaban prohibidos. Pero precisaba que él no era más que un intermediario; y poco después, en una carta de 27 de agosto de 1962, escribió al Padre de Lubac que, en el fondo, se solidarizaba plenamente con él. Y a continuación escribió lo siguiente:
«Estoy totalmente de acuerdo con usted. Su libro constituye un primer análisis muy importante de la labor del Padre Teilhard. Incluso en el espíritu del “monitum” existe una «advertencia» contra las extrapolaciones posibles del pensamiento del Padre, que no fueran conformes a la doctrina de la Iglesia. Considero que su libro es útil para la Iglesia y para la verdad. Por esta razón he querido que sea publicado. No he de lamentar esta decisión»[xi].
El P. de Lubac comenta:
«¡Nunca me había llegado tal cosa de Roma! Por su gran honradez, el Padre Janssens cuando hubo descubierto que había discrepancias entre el Santo-Oficio y el Papa, había tomado abiertamente partido por éste. Desde 1961 su actitud había cambiado»[xii].
Pero es preciso tener en cuenta que no todo estaba aún ganado. Debido a la prohibición de traducir su libro, el Padre de Lubac tuvo que romper varios contratos que había suscrito con el extranjero. Por el contrario, tenía aún derecho a escribir sobre Teilhard. Ya en 1961 se había publicado en la revista “Archivos de Filosofía” los escritos intercambiados antaño entre Maurice Blondel y el Padre Teilhard.
Posteriormente, a medida que se abría la posibilidad de la libertad de publicación, los trabajos del P. de Lubac se ampliaron. Fueron, por una parte, los trabajos de edición de las obras de Teilhard. En efecto, se publicaron muchas cartasde Teilhard, como las contenidas en Cartas de Egipto (en 1963), y Cartas de Hastings y París (en 1965). Y en colaboración con Monseñor de Solages, los Escritos del tiempo de guerra (también en 1965). Y por último, algunos años después, Las cartas íntimas de Teilhard al Padre Auguste Valensin, a Monseñor Bruno de Solages y a él mismo (en 1973).
Especialmente (además de numerosas conferencias que dio en diferentes sitios), De Lubac fue redactor durante el Concilio de un nuevo libro, más breve que su primer libro: “La oración del Padre Teilhard de Chardin” (que apareció en 1964).
Después del Concilio también publicó de Lubac algunos artículos sobre Teilhard además de tres libros: un p
equeño libro titulado Teilhard Misionero y apologeta (publicado en 1966); un comentario del poema de Teilhard El eter
no femenino, seguido de Teilhard y nuestro tiempo (en 1968). Por último, un último libro titulado Teilhard póstumo. Reflexiones y recuerdos (en 1977), en el que el Padre de Lubac se esfuerza en corregir algunos errores de interpretación respecto a la obra de Teilhard.
No podemos más que estar impresionados por la cantidad y la calidad de todos estos trabajos sobre Teilhard que ha hecho el Padre de Lubac. El Padre de Lubac más tarde dirá «que le tomaron mucho tiempo (una docena de años)» y que, además «le acarrearon muchos problemas»[xiii]. Curiosamente, añade que a pesar de ello, estos trabajos no le apasionaban…
La empatía de Henri de Lubac con Teilhard
El Padre de Lubac concluye que hubiera querido favorecer otros estudios más en relación con sus centros de interés. Sin embargo, ¿hubiese dedicado tantas fuerzas y energía para escribir sobre Teilhard y publicar sus cartas si no hubiera sido por unas motivaciones profundas? Varios factores pueden contribuir a explicar la atención que el Padre de Lubac ha puesto para ayudar a su colega. Recordemos en primer lugar un hecho: de Lubac y Teilhard fueron uno y otro movilizados en la primera guerra mundial, y cabe pensar que la experiencia vivida entonces en esta acción (en sus cartas de la época de la guerra hablan de ello) los ha llevado a mantener relaciones de estima y amistad.
Hay que destacar otro hecho: uno y otro entraron en la Compañía de Jesús y cualesquiera que sean sus diferencias de temperamento y de centros de interés, fueron llevados a compartir una misma experiencia espiritual de fondo, esta misma que había adoptado Ignacio de Loyola y que se destacó, entre otras cosas, por el deseo de servir a Dios, pr la promesa de seguir el Cristo en el centro del mundo, así como por la fidelidad con la Iglesia. Sin duda el Padre de Lubac tenía una razón más específica para interesarse por la obra de su amigo: porque su pensamiento había experimentado un infortunio comparable al suyo: el hecho de que Teilhard hubiera sido condenado por heterodoxo y que el Padre de Lubac también tuviera la misma imputación en 1950 aproximadamente.
Por estas razones puede comprenderse que el Padre de Lubac (que ya conocía una determinada forma de rehabilitación como consecuencia de su nombramiento en la Comisión Teológica preparatoria del Concilio) haya tomado en serio la tarea de defender la obra teilhardiana en la medida en que le parecía injustamente impugnada. No hay que olvidar, por último, el testimonio del Padre de Lubac sobre las cualidades personales que reconocía a Teilhard y sobre la relación de amistad que le vinculaba a él[xiv]. Todas estas consideraciones han tenido sin duda mucha importancia, pero no bastan para ilustrar la importancia del trabajo realizado por el Padre de Lubac sobre los escritos de su amigo mayor que él. Quiero demostrar que esta importancia se comprende mejor, por una profunda comunión en el pensamiento y en la fe, tal como se desprende de una comparación entre sus obras respectivas.
Comunión en el pensamiento y en la fe entre De Lubac y Teilhard
Prosigue el Padre Fèdou: «Me quedaré con tres cuestiones principales que permiten verificar la comunión de pensamiento y de fe: la catolicidad, la relación entre lo natural y lo sobrenatural, y la mística»[xv].
En primer lugar, la catolicidad
El primer libro del Padre de Lubac, publicado en 1938, se titulaba Catolicismo. Este libro pone de manifiesto que el cristianismo no debería entenderse como una religión puramente individual, desinteresándose de la historia humana. Se subraya el carácter profundamente «social» o mejor dicho, «Católico», junto con la dimensión histórica. Esto da lugar a unas implicaciones para la existencia de los cristianos, sujetos a la condición paradójica de discípulos que están en el mundo sin ser del mundo[xvi]. Vemos que el Padre de Lubac encontró en la obra de Teilhard una expresión de este mismo pensamiento. De Lubac escribió, en este sentido, estas líneas:
«El Padre Teilhard de Chardin, habiéndose dado cuenta de las rápidas transformaciones de nuestro tiempo antes que la mayoría de sus contemporáneos y en mayor medida que ninguno de ellos, […], identificó como el peligro supremo para el Catolicismo de nuestros días un repliegue endurecido, esterilizante, bajo el cual, el Catolicismo dejaría de aparecer como lo que es en realidad en cualquier momento y por cualquier persona: la verdad de la vida, «la respuesta inesperada a la cuestión que plantea la vida humana» […]. Ciertamente, en su pensamiento, diré, al menos teóricamente, no podía tratarse de enajenación en nada de la esencia cristiana, sino de perpetuarla, de clarificarla para todos»[xvii].
Teilhard, dice el Padre de Lubac, llama a «un rejuvenecimiento del cristianismo inmortal». En su opinión, es el problema «humanista» que se encuentra ahora «completamente renovado». Así pues es necesario un nuevo esfuerzo para encontrarle una «solución cristiana»[xviii], y es por medio de la doctrina del «Cristo-universal» como se llevará a cabo la «síntesis de lo nuevo y de lo antiguo»[xix]. La mención del problema «humanista» hace pensar en otro libro importante del Padre de Lubac, La tragedia del humanismo ateo[xx]. Según los representantes de este «humanismo» (como Feuerbach), para ser realmente humano, el hombre debía emanciparse de Dios[xxi]. Ahora bien, si Teilhard busca una solución a este problema, es en un sentido radicalmente cristiano y no desde el punto de vista del humanismo sin Dios, como dicen los intelectuales ateos. El Padre de Lubac señala que la obra teilhardiana ha podido ser mal comprendida cuando trata de este punto. En realidad, explica que:
«[…] muy lejos de ser una tentación humana para usurpar la plaza del Creador, la explicación del universo por el hombre […], restableciendo el “valor único humano” en contra de una ciencia materialista o simplemente contra una clasificación superficial y timorata, constituye, en el pensamiento del Padre Teilhard, así como en la realidad de las cosas, una etapa esencial en el camino que lleva o que vuelve a llevar a Dios»[xxii].
En segundo lugar, la reflexión profunda del Padre de Lubac sobre las relaciones entre “naturaleza y lo sobrenatural”
Esta reflexión aclara en profundidad el interés del Padre de Lubac por la obra de Teilhard. En su opinión, ambos parecen coincidir en la justa relación entre ambos conceptos. Por una parte, Teilhard no hace depender todo del esfuerzo humano, y «no cree […] que el ser humano participe naturalmente en la vida Divina»[xxiii], ya que reconoce plenamente la iniciativa de Dios y no olvida nunca la distinción fundamental entre naturaleza y gracia. Pero por otro lado no sería admisible establecer una separación entre los dos órdenes (como da a entender la hipótesis de la «naturaleza pura» en la teología neoescolástica), y según la percepción del Padre de Lubac la visión teilhardiana rechaza precisamente tal dualidad:
«[…] la gran noogénesis a que conduce la historia de la creación, con sus prolongaciones en la historia de la humanidad, no es, -ni puede ser-, más que una preparación para el final por el que Dios nos ha hecho y que quiso revelarnos en su Hijo […]. Los elementos naturales de este mundo, «que lo sobrenatural reordena hasta hacerlos más y otros», «son necesarios para alimentar la operación de salvación y facilitarle una materia apropiada; la plenitud sobrenatural de Cristo se basa en una plenitud natural del mundo». De una a otra «no existe independencia ni discordancia, sino una subordinación coherente»; Por lo tanto, la salvación está «vinculada a la finalización de la Tierra» y «cualquier unidad natural humana» tiene el encargo de preparar «la unidad superior in Christo Jesu»[xxiv].
Aquí se tiene que reconocer la tesis exacta del Padre de Lubac en “Surnaturel”, aunque sea reformulado en un lenguaje teilhardiano. Además, como el Padre de Lubac había debido también justificarse frente a sus detractores que, en nombre del informe así establecido entre la naturaleza y lo sobrenatural, le reprochaban de dudar de la gratuidad de este último. En este texto de Lubac se emplea a precisar además, que esa gratuidad es realmente teilhardiana salvaguardada por la visión de la relación entre la unidad natural del mundo y la plenitud sobrenatural de Cristo.[xxv]
En tercer lugar, la comunión en la mística cristiana
Lo que caracteriza finalmente al máximo, a través de todos los temas que hemos citado, la comunión de fondo entre ambos pensadores, es su concepción de la mística cristiana. Es significativo que, en su libro de 1962, el Padre de Lubac llama especialmente la atención sobre la importancia de El Medio divino. Ciertamente habla del Fenómeno humano, pero subraya que es en El Medio Divino donde se encuentra «la parte teilhardiana” más íntima de la obra”. En El fenómeno humano, Teilhard pretende construir sus puntos de vista «basándose en el terreno, celosamente conservado, de la observación científica objetiva». Si bien es cierto que la síntesis propone un llamamiento a «una reflexión más amplia», sin embargo, Teilhard «se mueve en su totalidad sobre hechos de carácter científico»[xxvi]. Como señala el Padre de Lubac, esto es lo que es a la vez su «fuerza» y su «límite» (un «límite» de entrada deseado y asumido). Sin embargo, ya El fenómeno humano termina con un «epílogo» sobre “El fenómeno cristiano”. Teilhard invita aquí a su lector a considerar un nuevo dato que ciertamente no es deducible de los análisis anteriores y que procede de una fuente alternativa de conocimiento, pero no por ello menos observable como «fenómeno»[xxvii]. Esta forma de expresión llama la atención sobre lo que, sin poder invocar la observación científica, se presenta sin embargo a la observación en forma de «fenómeno cristiano», clarificando de retorno el “fenómeno humano” y dejando sugerir la conclusión final.
Ahora bien, El medio divino, por su parte, se basa explícitamente en la revelación cristiana. Ciertamente, como lo recuerda el Padre de Lubac, su objetivo está claramente delimitado: no se trata de un «Tratado Completo de moral» ni de un «Manual metódico de ascesis». Tampoco es un Tratado «Filosofía y Teología de la historia», limitándose Teilhard a recordar “las grandes líneas de la conciencia cristiana a este respecto”.
Lo que está en el centro del libro es «la existencia personal, en lo más íntimo»; «se trata del cristiano que cuestiona su actitud interior, ante el mundo y ante Dios»; «se trata, para cada uno, de su alma»[xxviii]. Pero a través de su propio objetivo, así delimitado, este libro de espiritualidad abre perspectivas enormes — «no solo cósmicas, sino divinas y por lo tanto, infinitas»[xxix]. Consciente de la crisis espiritual que atraviesan las conciencias (dadas las variaciones ocurridas en las representaciones corrientes del universo, los descubrimientos sobre la evolución, el considerable desarrollo de las ciencias y las técnicas, y aun otros fenómenos), Teilhard quiere socorrer a los cristianos que corren el riesgo de estar obsesionados por la situación actual hasta punto de desviarse del verdadero Dios, amenazados por la ansiedad, hasta el punto de encerrarse y aislarse de la humanidad viva. Para mostrarles el camino de la verdadera fidelidad, de una manera que tenga en cuenta la nueva situación y que no sea menos fiel al espíritu del cristianismo, les comunica que Dios «necesita superar la crisis en nuestros corazones», y les invita a poner toda su esperanza en Cristo[xxx]. El Padre de Lubac comenta:
«una vez más, un cristiano se levanta para anunciar a sus contemporáneos, partiendo de su propia experiencia, y les dice lo que Jesucristo es para ellos, y lo que es para todos, y que Él es el único, en esta época como siempre, que sea «la Verdad de la Vida». Con el lenguaje vehemente de un hombre que vive con intensidad la aventura de su siglo, repite a su manera y no quiere hacer nada más que repetir la eterna lección de la Iglesia». Transmite con un acento apropiado para ser escuchado, la enseñanza del «cristianismo más tradicional, el del Bautismo, de la Cruz y la Eucaristía». Y demuestra la fuerza intacta, siempre nueva, y siempre creciente como todo lo que crece en el mundo natural, de asimilación universal»[xxxi].
El esfuerzo principal del Padre de Lubac en su libro de 1962 es el de llamar la atención sobre «la parte más íntima» de la obra teilhardiana que tiene por «centro de gravedad» El Medio divino. Pues bien, Teilhard escribió en 1917 un pequeño escrito que era un esbozo de El Medio divino y que se denominaba precisamente El Medio místico[xxxii]. En otro sitio, había hablado de la Fe que transporta los seres humanos «más allá de todo lo que ha llegado a ver el ojo humano, o el oído ha entendido». Y hacia el final de su vida hablaba de «cierto amor de lo invisible» que nunca había dejado de actuar en él[xxxiii]. Dice el Padre De Lubac:
«Esta fe y ese amor no se mantuvieron mudos. Se desarrollaron en doctrina espiritual y se convirtieron en el alma, en el principio organizador, en el centro de su pensamiento. «La Mística», añadió, es «la Ciencia de las Ciencias», ella es el Arte mayor, la única potencia capaz de sintetizar las riquezas acumuladas por las otras formas de la actividad humana». Es el único medio para explorar Lo Real «en su prodigiosa magnitud». También «la vibración mística» es en su opinión «inseparable de la vibración científica» […] No podemos olvidar que, según él, «la verdadera ciencia mística, la única relevante», porque es la única cuyo interés sea «definitivo», es «la ciencia de Cristo en todo», y esta convicción apremiante finalizaba en esta otra, que Cristo se encuentra en la Iglesia donde vive […]»[xxxiv].
Habida cuenta de la importancia que De Lubac daba en sus propios trabajos a la reflexión sobre la mística, podemos comprender su atención a lo que en Teilhard era similar y reflejaba la misma atención por la profundidad espiritual de la experiencia humana y cristiana[xxxv]. Sin duda es en este mismo tema donde sus escritos (tan diferentes) confluyen íntimamente.
Por último, tres reflexiones…
Para finalizar esta conferencia, el Padre Fèdou presenta unas reflexiones finales a modo de conclusión. “He intentado argumentar por qué y cómo el Padre De Lubac se ha dedicado a dar a conocer la obra de Teilhard de Chardin. Quiero concluir con tres reflexiones que pueden dar a entender los actuales retos del trayecto así propuesto”.
Primera consideración:
“En lo que he expuesto, tenemos un hermoso testimonio de amistad entre dos grandes figuras intelectuales jesuitas del Siglo XX. Una amistad exigente, ciertamente, ya que el Padre de Lubac no ha mostrado una admiración ingenua o superficial por su amigo mayor que él. Seguramente que le ha ayudado a aclarar su pensamiento o su lenguaje y aunque sus escritos hayan contribuido significativamente a defender Teilhard contra sus detractores, no duda a señalar en un sitio u otro algunas reservas (por ejemplo, sobre determinados neologismos de Teilhard, incluso algunas lagunas o límites de su pensamiento)”.
No obstante, estas reservas son totalmente segundarias, y precisamente no han dañado en absoluto la amistad entre ambos jesuitas. Fue una amistad muy eficaz en términos de pensamiento. Podría decirse, por otra parte, lo mismo sobre la amistad que tuvo el Padre de Lubac con otros jesuitas, como el Padre Montcheuil, el Padre Fessard, o el Padre Daniélou, además de otros religiosos, sacerdotes y laicos de su tiempo. La renovación de la teología cristiana en el siglo XX ha sido favorecida ciertamente mediante, entre otras cosas, la calidad de relaciones entre algunos intelectuales de la época, y la relación entre Teilhard y de Lubac es desde este punto de vista algo de ejemplar.
Es una lección para nosotros en el día de hoy: el trabajo intelectual en la Iglesia no puede ser solitario, tiene que pasar por estos estos lazos profundos que pueden unir a hombres, que pese todas sus diferencias, comparten el deseo de contribuir a la inteligencia de la fe en el mundo de su tiempo y se estimulen mutuamente en el cumplimiento de esta misión.
Segunda reflexión: a pesar que Teilhard había sido acusado a menudo de heterodoxia antes del Concilio Vaticano II, parece que fue el Padre De Lubac (junto con otros, como Monseñor Bruno de Solages) quien consiguió convencer a otros de la importancia que tenía su pensamiento y supo demostrar la veracidad de sus orientaciones fundamentales. El trabajo de de Lubac ha sido un éxito puesto que ha permitido que la obra de Teilhard fuera recibida en el más alto nivel de la Iglesia. Para ello el Padre de Lubac fue de una gran lealtad con sus superiores: «Si se excluye, confiesa él, una ligera astucia» como sucedió con el artículo publicado en la JEC justo antes del Concilio. Sin eludir las demandas que le llegaban desde arriba, asumió todas sus responsabilidades y aprovechó todas las oportunidades que se le daban de expresar y defender las ideas de Teilhard. Por último, sacrificó mucho de su tiempo para escribir sobre estos temas (aplazando para ello otros trabajos que, sin duda, tenían más interés para él).
Este gesto es también un buen ejemplo para la Iglesia, porque demuestra, entre otras cosas, que debe existir en la Iglesia un espacio para la expresión de una palabra libre y responsable, mientras que ésta se exprese con respeto y sin otra motivación que contribuir por su parte a la búsqueda de la verdad.
Por último: El Padre De Lubac no solo ha contribuido a dar a comprender mejor el pensamiento de Teilhard, sino que ha contribuido a que se le haga justicia contra quienes le acusaban de herejía. Es más: De Lubac señala ciertas desviaciones en la interpretación de los textos de Teilhard que podían amenazar (con posterioridad al Concilio), el sentido ortodoxo de su pensamiento. Por ejemplo, cuando algunos hablan del punto Omega, que se podía considerar independientemente de Cristo, por quien todo existe y que recapitula todas las cosas en él. O bien cuando algunos autores hablan acerca del progreso, comentan que Teilhard había tenido una visión optimista del progreso técnico, sin tener en cuenta los dramas de la historia. O también propósito del denominado «panteísmo» de Teilhard, (mientras que, en realidad, para Teilhard, no había ninguna fusión o confusión entre Dios y la materia: El Dios de Teilhard era ciertamente un Dios que debía ser al término de la historia «todo en todos», pero continuaba siendo un Dios personal, y no un elemento indiferenciado del Todo).
Cabe pensar que las advertencias del Padre De Lubac siguen siendo de gran actualidad. Con o sin referencia a Teilhard existe la tentación de esbozar la unidad del mundo globalizado, como una unidad «holística», sin diferenciación verdadera. También existe la tentación de sacrificar la persona al Todo, de sacrificar la singularidad de los individuos y el respeto que les corresponde para preferirles lógicas puramente colectivas. Todavía existe la tentación de alejarse de la esperanza en un Dios personal, como se ve especialmente en espiritualidades de tipo «New Age». A veces estas ideas pueden invocar a Teilhard en su apoyo, pero es un error, y este no es el menor servicio del Padre De Lubac que de haber advertido el peligro de estos desvíos o posibles interpretaciones erróneas de un determinado teilhardismo.
En definitiva, cualesquiera que sean estas desviaciones, el Padre De Lubac ha reconocido que, en cualquier caso, Teilhard, como «apologeta» y «misionero» moderno, permitió a muchos volver a tomar la senda de la Fe y el acceso a la Iglesia. Es lo que De Lubac ha escrito en estas líneas de su libro Teilhard póstumo (1977) que servirán como última conclusión:
[Teilhard] «ha querido hacer de toda su obra, como hubiera dicho Péguy, un «pórtico», una «entrada», creo que es para dar la posibilidad, a muchos de nuestros contemporáneos, de acceso a la Iglesia (…). Más que sus teorías, las más sólidas o las más aventuradas, esto es lo que tendremos que recordar siempre de él[xxxvi]».
Notas
[i]H. de Lubac Teilhard póstumo, Cardenal Henri de Lubac, en obras completas, XXVI, Cerf, París, 2008, pp. 257-258.
[ii]-Según H. de Lubac, Memoria sobre la oportunidad de mis escritos, obras completas XXXIII, Cerf, París, 2006, p. 103.
[iii]-Ibid., p. 104.
[iv]-Ibídem.
[v]-Las palabras de P. de Lubac en una carta remitida en 1960 a Monseñor Bruno de Solages; Véase G. Chantraine y m.-g. Lemaire, op. cit., p. 341.
[vi]-Ibídem.
[vii]-Ibid., p. 118.
[viii]-Poco después, en julio de 1962, el P. Pedro Ganne, Dio a Saint-Egrève una sesión sobre el tema «algunas reflexiones sobre la Fe a partir de las obras del Padre Pierre Teilhard de Chardin »; El texto ha sido publicado (sobre la base de las notas tomadas en esta sesión) en un suplemento a la revista Saint Regis y su misión, La Louvesc, 2016, con un prólogo de Monseñor CL. Dagens y una consideración adicional de F. Euvé.
[ix]-Ibid., pp. 105-106.
[x]-Este monitum fue comentado por el Padre Philippe de la Trinité en el Osservatore Romano; El artículo, no firmado, criticaba directamente el libro del Padre de Lubac (Véase ibid., p. 106).
[xi]-Cita ibid., p. 106.
[xii]-Ibid., p. 106.
[xiii]-Ibid., p. 109. El Padre de Lubac tuvo una grande oposición, en efecto, con el Arzobispo André Combes en un artículo de 1963; Véase G. Chantraine y m.-g. Lemaire, op. cit., pp. 402 y ss.
[xiv]-Véase Teilhard póstumo, pp. 257-258 (citado arriba), 336 (donde H. de Lubac menciona «la magnitud de la figura espiritual de Teilhard ») y 342 («… Teilhard, los que lo han conocido lo encuentran extremadamente delicado, con toda disponibilidad para prestar servicio a todos aquellos, conocidos o desconocidos, que se dirigían a él, con una ternura amable y viril hacia sus hermanos, una atención desinteresada, una «inalterable bondad», un hombre que en su oración, imploraba y obtenía «dulzura» y «benignidad»…»).
[xv]-Repito aquí, al menos en parte, lo que ya he indicado en mi artículo «Henri de Lubac lector de Teilhard. “Visión científica y Experiencia cristiana” editado en “Gregorianum “, 97/1 (2016), pp. 101-121.
[xvi]– H. de Lubac, Catolicismo. Los aspectos sociales del dogma, París 1938 (= or VII, 2003).
[xvii]-La oración…, p. 160 (con una cita extraída de una conferencia pronunciada por Teilhard en 1930 al grupo universitario de Marcel Légaut y Jacques Perret).
18-Ibid., 161; H. de Lubac recoge aquí los términos de Teilhard y remite a una carta de este último (29 de octubre de 1949).
20-H. de Lubac, La tragedia del humanismo ateo, París 1944 (= II, 1998).
[xxii]-La oración…, 124-125 (en respuesta a J. Pardo que había asociado a Teilhard Feuerbach); H. de Lubac se remite aquí a sus observaciones sobre el pensamiento religioso…, 106-112 y 233-247.
[xxiii]-El pensamiento religioso…, 169.
[xxiv]-Ibid., 175-176 (con varias fórmulas extraídas de Teilhard).
[xxv]-Ibid., p. 177. Sobre la visión teilhardiana de las relaciones entre naturaleza y sobrenatural, véase también la oración…, 166-169.
[xxvi]-El pensamiento religioso…, 96.
[xxvii]-El pensamiento religioso…, 101.
[xxviii]-Ibid., 25-26.
[xxix]-Ibid., 26.
[xxx]-Ibid., 29-30.
[xxxi]-Ibid, 30 (con referencia, en una nota al medio divino, 18 y 25).
[xxxii]-Véase ibid., 23.
[xxxiii]– Teilhard La fe que opera (1918); El corazón de la materia (1950); citados por H. de Lubac, 14., ibíd.
[xxxiv]-El pensamiento religioso…, 14-15 y 16 (con varias fórmulas extraídas de cartas de Teilhard).
[xxxv]-Véase, en particular, su estudio «Mística y Misterio», en La mística y Las místicas, París 1965; Revisado y desarrollado en “Teologías de Ocasión, París 1984, 37-76.
[xxxvi]-“Teilhard póstumo”, p. 277 (con cita del escrito de Teilhard “A la base de mi actitud”).
Leandro Sequeiros, Catedrático de Paleontología, Vicepresidente de la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin, Asesor de la Cátedra CTR y editor de FronterasCTR.
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