(Por Leandro Sequeiros) “La evolución ha dejado de ser una mera hipótesis”, defendía ya en 1996 el Papa Juan Pablo II dirigiéndose a la Pontificia Academia de Ciencias (PAC). Ese año, la PAC había elegido como tema de debate el del origen de la vida y la evolución. El Papa en su alocución se pregunta: “¿Cuál es el alcance de dicha teoría? Abordar esta cuestión significa entrar en el campo de la epistemología (…) Y, a decir verdad, más que de la teoría de la evolución, conviene hablar de las teorías de la evolución. Esta pluralidad afecta, por una parte, a la diversidad de las explicaciones que se han propuesto con respecto al mecanismo de la evolución, y por otra, las diversas filosofías a las que se refiere”. Matiza a continuación el Papa algunos aspectos de algunas teorías evolutivas incompatibles con una teología cristiana pero no se inclina ni denuncia ninguna en particular. El concepto de “evolución”: ¿implica solo la evolución darwinista?
Cuando el Papa y la Iglesia, así como los medios de comunicación hablan de “evolución”: ¿de qué evolución están hablando? Cuando en la prensa o en la televisión se habla de “evolución biológica”, por lo general, esta expresión se utiliza como sinónimo de “darwinismo”. Esta identificación entre “evolución” y “darwinismo” es frecuente, no solo en la prensa, sino también en los libros de texto de educación secundaria e incluso en libros especializados.
Para mucha gente creyente tradicional en nuestro mundo, la idea cristiana de “creación” es incompatible con la idea de los científicos sobre la “evolución”. Y eso no solo en España hoy, sino en el resto del mundo desde hace muchos años. Precisamente, uno de los actuales filósofos de la biología y que además se profesa ateo, el Dr. Michael Ruse (Universidad de Florida) publicó en 2005 un trabajo que traducido al castellano es: “Darwinismo y cristianismo: ¿deben mantenerse en guerra o es posible la paz?”. Ruse repasa los argumentos de algunos de los científicos que más defienden que no hay posibilidad de diálogo entre el evolucionismo darvinista y la religión, como Edward O. Wilson (el padre de la Sociobiología) o Richard Dawkins (el autor de “El Relojero Ciego”, entre otros trabajos).
Sin embargo, Ruse (pese a reconocer su ateísmo) pone en duda el que tengan que ser incompatibles. Estas ideas las ha desarrollado mucho más ampliamente en un libro anterior (2001) titulado en su traducción española (Editorial Siglo XXI, 2007) “¿Puede un darwinista ser cristiano?” . La convicción de que el evolucionismo clásico es incompatible con la religión y con el cristianismo es patente si recorremos los debates en España sobre Evolución y Creación. Citemos algunos trabajos clásicos [el de Diego Núñez de 1969 y el más moderno de Francisco Pelayo de 1999. Núñez, D., El darwinismo en España. Castalia, Madrid, 1969, 464 pág.; Pelayo, F.. Ciencia y creencia en España durante el siglo XIX. CSIC, Madrid,1999, Cuadernos Galileo de Historia de la Ciencia, nº 20, 377 pág. Glick, T. F., “La recepción del darwinismo en España en dimensión comparativa”.III Congreso Nacional de Historia de la Medicina, Actas. Valencia, 10-12 abril 1969, vol. I, 193-206. ] en los que se aportan testimonios muy expresivos sobre la oposición, enemistad, agresividad mutua, falta de diálogo y lucha abierta entre los partidarios de las ideas evolutivas y los representantes de la religión en el siglo XIX. Esta lucha abierta hay que entenderla dentro del contexto histórico en el que desarrolla el debate. Este contexto propició el que los argumentos se tiñesen de pasión en un momento muy tenso de la historia de España.
El darwinismo (y en general, el evolucionismo) fue esgrimido como banderín de enganche de los librepensadores, los ateos, los masones, los anarquistas y, en general, las fuerzas que en el XIX se oponían a una Iglesia católica prepotente y monolítica y a unos católicos impregnados del tradicionalismo más radical. Los argumentos esgrimidos por los contrarios a la evolución eran muy diversos: la evolución se oponía a la Biblia, negaba la providencia de Dios, situaba a los humanos al nivel de los monos y de los animales; el evolucionismo era materialista, ateo y enemigo de la religión; pervertía las costumbres y reducía todo a una relativismo moral
En el inconsciente colectivo de la opinión pública suele mantenerse esta identificación considerando que el único modo de entender la evolución es acudiendo a las ideas del genial autor de El Origen de las Especies por la Selección Natural.
Pero ¿es esto así? En el presente ensayo presentamos a los lectores la problemática que la interpretación del concepto de “evolución biológica” ha tenido a lo largo de la historia del pensamiento científico y se intenta precisar las implicaciones teológicas que estas interpretaciones tienen. Tampoco el mismo Darwin mantuvo inalterables sus posturas. Es curioso notar que, a pesar de haber derribado con facilidad los argumentos favorables a un plan o “diseño” en la naturaleza, Charles Darwin pareció desconcertado por las críticas que sugerían que la evolución podía ser incluso más aleatoriade lo supuesto por él. Así, a partir de la tercera edición de El Origen de las Especies por la Selección Natural (aparecida en 1861) comenzó a conceder más espacio a una concepción más pluralista de la evolución, de modo que la Selección Natural pasó a ser un mecanismo entre otros para explicar el hecho incuestionable evolutivo. Por eso, cuando hablamos de “evolución biológica”, ¿de qué evolución estamos hablando? ¿Cuál es el sentido de las palabras de Juan Pablo II?
Los datos históricos sobre la biología evolutiva
Durante más de 24 siglos, el pensamiento biológico dominante (debido a la herencia de Aristóteles y los aristotélicos) fue denominada como fijista.Para éstos “filósofos naturales” las llamadas “especies” animales y vegetales proceden unas de otras a lo largo de los tiempos por un proceso de “generación”, por el que los hijos se parecen a sus padres. Pero pronto, el debate científico adquirió tintes religiosos.
Pero cuando más se acentuó el enfrentamiento entre la ciencia y la teología fue a partir de Darwin. Un libro reciente, Evolution versus creationism [Scout, E. C. Evolution vs. Creationism. Con un prólogo de Niles Eldredge. University of California Press, 2005, 272 pág]aborda la problemática de las ideas de Darwin, sus implicaciones religiosas y teológicas, las polémicas en torno al evolucionismo y la construcción social de paradigmas alternativos reaccionarios. Como la mayor parte de las críticas a las ideas de Darwin se hicieron desde lugares epistemológicos de corte protestante americano, el fijismo (que es la alternativa racional al evolucionismo) se convierte en su versión religiosa integrista: el creacionismo.
Algunas precisiones necesarias
Para los lectores no muy versados en esta problemática, se resumen aquí algunas ideas generales que se dan por supuestas:
- En primer lugar, no todas las posturas evolucionistas tienen que ser necesariamente darwinistas. Aunque la figura de Darwin destaca por ser el sistematizador de muchas de las ideas sobre el cambio orgánico existente en su época y El Origen de las especies (1859) es la expresión paradigmática de una revolución científica, hubo otros autores que, dentro de un marco evolucionista, se apartan de la ortodoxia de Darwin.
- Nos parece que el paradigma alternativo al que Darwin se enfrenta no es religioso ni teológico (aunque sus discusiones con el capitán FitzRoy tienen a la Biblia como lugar central) sino científico: es el fijismo biológico. El fijismo científico es una postura epistemológica (es decir, derivada de una determinada visión del mundo) según la cual la realidad material inorgánica y orgánica no ha cambiado desde el comienzo de los tiempos.
- La historia del pensamiento científico muestra que ya desde los lejanos tiempos de los filósofos presocráticos y sobre todo de Aristóteles, el mundo tenía “movimientos”, pero nada cambiaba ni progresaba. Las cosas volvían a su lugar natural. El orden (cosmos) lo llenaba todo. Esta visión determinista, fijista, inalterable de la realidad natural pasó de la filosofía griega al mundo árabe y a la filosofía medieval. El universo diseñado por Copérnico, por Galileo, por Kepler, por Newton, tenía movimientos muy precisos regidos por las leyes de la mecánica que habían sido puestas por Dios y era inconcebible una innovación espontánea del orden cósmico. En el terreno de las ideas biológicas, el fijismo, la constancia de las especies a lo largo de los años era un hecho. “Ovo ex ovo” decían los antiguos. Ello propició el desarrollo de la taxonomía y la sistemática desde la lejana época de Aristóteles pasando por el zoólogo Ulise Aldrovandi (en el siglo XVI) y llegando hasta Carlos Linneo (1707-1778).
- Durante muchos siglos, las ideas sobre el origen, diversidad y cambio en los fenómenos vitales eran las de Aristóteles. La autoridad de Aristóteles ha sido reconocida y sigue siendo respetada. El mismo Darwin escribió en 1888: «Linneo y Cuvier han sido mis dioses, aunque en sentidos muy diferentes, pero ellos fueron colegiales en comparación con el viejo Aristóteles».
- La postura científica moderna del fijismo se identifica con Carl Linneo (1707-1778), que tiene el gran mérito de ser quien establece las normas de nomenclatura biológica binomial seguidas hasta hoy y clasificó una gran parte del reino animal y vegetal. Para Linneo, profundamente religioso, las especies animales y vegetales “tot sunt quae creatae a Dei in initio termporis” (Las especies que existen son las mismas que fueron creadas por Dios al principio de la Creación). La autoridad de Linneo fue indiscutible y seguido por gran parte de los naturalistas de los siglos XVIII y XIX.
- Al llegar los inicios de la geología en el siglo XVIII, las ideas fijistas de Linneo se unieron a las ideas religiosas, apareciendo las ideas creacionistas, consideradas como “científicas”. A esto cooperó la dificultad para entender lo que significa lo que James Hutton (1726-1797)llamaría “el profundo abismo del tiempo”. La tradición anglicana interpretó literalmente la Biblia. Así, el Arzobispo Primado de Irlanda, Ussher escribe el 1658: «En los comienzos Dios creó los cielos y la Tierra (Gén.1.1) y de acuerdo con nuestra cronología, ese día coincide con la entrada de la noche que precedió al 23 día de octubre del año 710 del calendario juliano (es decir, 4.000 años antes de Cristo). En la Biblia inglesa de 1701, el obispo Lloyd afirma que la Tierra tiene una edad de 6.000 años. Es la época del concordismo bíblico con la religión y las glaciaciones se hacen equivaler al Diluvio universal y las eras geológicas con los días de la creación.
- Pero el descubrimiento de que hay fósiles de animales enterrados que hoy no tienen representantes vivos, necesitó de una explicación. Parao unos, la respuesta estaba en el Diluvio universal bíblico. Pero la reiteración de extinciones a lo largo del tiempo empujaron a buscar otras explicaciones más científicas [Sequeiros, L.“La extinción de las especies biológicas. Implicaciones didácticas”. Alambique, 10, (1996) 47-58. Sequeiros, L. “Teología y Ciencias Naturales: las ideas sobre el Diluvio Universal y la extinción de las especies biológicas hasta el siglo XVIII”. Archivo Teológico Granadino,63 (2000), 91-160. Sequeiros, L.La extinción de las especies biológicas. Construcción de un paradigma científico. Discurso de Ingreso en la Academia de Ciencias de Zaragoza. Nov. 2002. Monografías de la Academia de Ciencias de Zaragoza. Noviembre de 2002, número 21, 85 páginas].
Así aparece en paradigma del “Catastrofismo creacionista progresivo» escenificado por Georges Cuvier que postula que, tras una desaparición brusca de grupos biológicos en el registro estratigráfico, reaparezca súbitamente más arriba (y por tanto, después en el tiempo) otro grupo más perfecto. Los catastrofistas suponían que la modernidad de estos restos sirve para establecer jalones en la naturaleza. Así nace un fijismo mucho más elaborado que tiene en cuenta la aceptación irrenunciable de los cambios de los seres vivos. Pero el paradigma imperante se transforma en catastrofista. El catastrofismo fue muy seguido en el siglo XIX, pues desde el punto de vista científico y desde el punto de vista teológico satisfacía las exigencias de los naturalistas. Ello explica las dificultades que tuvieron para ser aceptadas las ideas “transformistas” de Juan Bautista Lamarck (1744-1829), algunas de cuyas tesis están hoy siendo reivindicadas por los historiadores de la biología.
Tres modelos en la interpretación del proceso evolutivo
El concepto de “evolución” se suele asociar con la figura de Darwin. Pero esa representación mental no es exacta. Existen muy diferentes modelos para interpretar el hecho y los mecanismos del cambio irreversible de los seres vivos a lo largo del tiempo. El concepto de “evolución” es ampliamente polisémico. Y por ello, su sentido es ambiguo. Si al que esto escribe le preguntan “¿eres evolucionista?”, tendrá que responder: “depende del sentido que le des al término”. Juan Pablo II, en su alocución de 1996 era perfectamente consciente de ello.
Tal vez, una de las síntesis más acertadas encaminadas al esclarecimiento de la terminología sobre los diversos sentidos de la palabra “evolución” es la que hace ya unos años presentó el prestigioso paleontólogo (fallecido en 2002) Stephen Jay Gould. Este autor presenta estos modelos en función de las antítesis en los conceptos que describen la historia evolutiva. Denomina como metáforas, como glosas de una realidad siempre inasible, a las distintas posturas epistemológicas de los neontólogos y paleontólogos evolucionistas.
1) El primero de los modelos que pueden plantearse en la interpretación del proceso evolutivo se fundamente en la cuestión de si la historia de la vida tiene o no direcciones definidas.
Los teóricos de la evolución biológica se han planteado si la diversificación de la vida a lo largo de los tiempos geológicos, tal como aparece en los estudios paleontológicos (a partir de los datos del registro fósil) o neontológicos (a partir de los datos suministrados por la biología experimental), tiene propiedades vectoriales o no. Es decir, si los procesos evolutivos parecen tener a lo largo del tiempo un aumento en la complejidad de las estructuras, un aumento de diversificación genérica o específica, un aumento de tamaño, de acentuación de un determinado carácter, etc, o más bien no se observa ningún carácter vectorial en los procesos. Durante mucho tiempo se ha estudiado el aumento de la capacidad craneana en los primates superiores y en los homínidos, o en el tamaño de los cuernos del Alce de Irlanda. Los ejemplos se podrían multiplicar.
En función de esta primera antítesis podemos separar dos modos diferentes de entender lo que es la evolución biológica. Por una parte, un grupo de biólogos y paleobiólogos evolucionistas se sitúan dentro de las escuelas llamadas direccionistas, que identificamos con la letra(D); y otro grupo se sitúa en las escuelas no direccionistas, es decir, partidarios de lo que se llama estado estacionario (steady stage), que etiquetamos con la letra (E)
2) El segundo de los modelos que pueden plantearse en la interpretación del proceso evolutivo se establece sobre la antítesis de si la evolución tiene o no tiene un “motor” del cambio orgánico.
Muchos paleontólogos y neontólogos se preguntan, a partir de sus investigaciones de campo o de laboratorio, si existe algún “motor” (como principio de movimiento) en el proceso de evolución biológica. ¿Cómo interaccionan los elementos vivos con los elementos no vivos de la naturaleza? ¿Quién cambia a quién? ¿Cuál es el producto de esa interacción? El cambio biológico irreversible, la evolución biológica, está movida por los cambios en las condiciones del medio? Volvemos a encontrar aquí las tendencias que hemos llamado “ambientalista” (A). Por el contrario, algunos autores han querido ver el motor de la evolución en una potencia interior de los seres vivos, en la capacidad de cambio biológico independiente de las condiciones ambientales. Son las posturas “internalistas” (I) ya citadas.
3) El tercero de los modelos que pueden plantearse en la interpretación del proceso evolutivo se establece en función del ritmo (“tempo”) del cambio orgánico.
El problema que se plantea aquí es el del ritmo del proceso evolutivo. Para Darwin (siguiendo la metáfora de Lyell) los cambios geológicos y biológicos son siempre lentos, graduales y continuos. ¿Es posible concebir cambios en los ritmos de evolución de las especies? Este es un debate que, presente en los tiempos anteriores a Darwin, ha resurgido en los años terminales del siglo XX y aún sigue vivo y actual. La alternativa a la pregunta sobre el ritmo de los procesos evolutivos se simplifica en las posturas gradualistas[que designamos con la letra (G)] y el anglicismo puntuacionistas [designados con la letra (P)] Quien esto escribe lo ha traducido como equilibrio intermitente.
Ocho metáforas significativas de ocho tipos de evolución diferente
Si Juan Pablo II aludía en su discurso a la Pontificia Academia de Ciencias a “la diversidad de las explicaciones que se han propuesto con respecto al mecanismo de la evolución”, y a “las diversas filosofías a las que se refiere”, nos encontramos en nuestro recorrido histórico por las teorías evolutivas con ocho metáforas diferentes que se corresponden con ocho tipos de evolución diferente. Pasaremos revista breve a las mismas aludiendo a su código correspondiente:
- EAP (estado estacionario + ambientalismo + puntuacionismo): tal vez el autor más significativo es d´Arcy Thompson. Postulaba en 1917 que las fuerzas físicas moldean la forma de los organismos directamente (defiende pues un ambientalismo radical). No reconoce que puedan existir formas intermedias entre los diversos modelos. Las transiciones entre formas se deben a macromutaciones (una variedad de puntuacionismo procedente de Goldsmidt). Al ser las fuerzas físicas del medio las que moldean la forma de los organismos, éstos no varían irreversiblemente a lo largo de los tiempos geológicos, y por ello el desarrollo histórico de la vida no tiene ninguna direccionalidad (nos encontramos en un estado estacionario). Esta postura es raramente seguida por los modernos teóricos de las teorías evolutivas.
- EAG(estado estacionario + ambientalismo + gradualismo): esta metáfora expresa bien la postura del “uniformitarismo estricto”, mantenida por Charles Lyell en su etapa más significativa (la de los Principles of Geology, 1830-1834?), y por Charles Darwin en una parte de sus ideas en la primera edición de El Origen de las Especies (1859). Darwin evita la palabra “evolución” porque tiene resonancias de progresionismo y prefiere hablar de “cambio orgánico”. Para ambos, en esta etapa, no hay un aumento de complejidad y diversidad de la vida a lo largo de los tiempos geológicos (estado estacionario). Lyell y Darwin postulan que los cambios climáticos y geológicos han regulado los procesos de extinción de especies; y para Darwin (no para Lyell) la selección de los menos dotados para sobrevivir da lugar a la supervivencia de los más aptos y consiguientemente, a lo largo de muchas generaciones, a nuevas formas que no son fecundas con otras y que por ello se consideran nuevas especies. Por otra parte, estos procesos son muy lentos, graduales y continuos permaneciendo imperceptibles para el observador externo.
- EIP (estado estacionario + internalismo + puntuacionismo): son pocos los autores que defienden esta combinación de factores. El paleontólogo Louis Agassiz, en su última época, permaneció fiel a la idea de los “saltos” en la naturaleza (hablaba de los glaciares como “el gran arado de Dios”) y defendía la independencia de las formas vivas nuevamente creadas tras una catástrofe respecto a los factores del medio externo. Sin embargo, si en sus primeros trabajos fue direccionalista (D), en sus trabajos de madurez, después de la lectura crítica de El Origen de las Especiesde Darwin, llegó a pensar que la complejidad de la vida no ha variado desde la explosión de la vida en el Fanerozoico, al inicio de la era Primaria (E). Es una postura rara en la historia del pensamiento evolucionista.
- EIG(estado estacionario + internalismo + gradualismo): esta metáfora expresa muy acertadamente la postura de Juan Bautista Lamarck (1744-1829). El colega disidente del gran Georges Cuvier parte de la hipótesis del “sentimentintérieur”, la fuerza que desde dentro de los organismos tiende gradual e incesantemente a complicar la organización biológica de los órganos. Es, por ello, internalista (I) y gradualista (G). Pero su concepción biológica (generación espontánea continua seguida de tranformación de los órganos por uso y desuso) hace de Lamarck un antidireccionalista, pues continuamente se produce una recreación. También es una postura rara en la historia del pensamiento evolucionista, pese al resurgir de los Neolamarckismos.
- DAP(direccionalismo + ambientalismo + puntuacionismo): esta es la combinación que caracteriza bien la metáfora del catastrofismo del siglo XIX, postura bastante repetida en la historia del pensamiento biológico y geológico. El gran antagonista de Lyell, William Buckland, es un buen ejemplo de esta postura. Para éste, a cada nueva creación sigue una rápida extinción en masa (P), y aparecen grupos de seres vivos más perfectos que los anteriores (D) que se adaptan a nuevas condiciones ambientales (A). Las metáforas neocatastrofistas, reelaboradas a partir de los trabajos ya citados de Eldredge y Gould, están revolucionando las metáforas evolutivas.
- DAG(direccionismo + ambientalismo + gradualismo): como se ha citado, en sus últimos días, Lyell pudo admitir la evidencia empírica de un cierto progresionismo biológico a lo largo de los tiempos geológicos (D). Pero firme en sus planteamientos uniformitaristas, sigue defendiendo el cambio lento y gradual (G) y la influencia del medio ambiente sobre los fenómenos vitales (A). Las ideas de Darwin en la primera edición de El Origen de las Especiescoincide con este planteamiento. ¿Hasta qué punto Lyell cambió su modo de pensar por influjo de Darwin? Es un problema abierto del que en este momento prescindimos. Solo resaltamos aquí que esta metáfora (DAG) tuvo muchos seguidores en su época y todavía hoy los tiene.
- DIP(direccionismo + internalismo + puntuacionismo): otro grupo de geólogos catastrofistas mantienen esta postura sobre el hecho evolutivo, secundando las ideas de William Buckland, que en su tiempo tuvo gran aceptación por el hecho de que estas ideas “encajaban” con los datos bíblicos. Defienden un cambio intermitente (P) de grupos de faunas, así como un progresionismo dirigido (D) en el orden de aparición de los diversos taxones (no pueden invalidar los datos del registro fósil). Pero no ven la relación entre este cambio y el influjo físico del medio natural. No conceden nada al ambientalismo.
- DIG(direccionismo + internalismo + gradualismo): la mayor parte de los ortogeneticistas del siglo XIX defendían un proceso de la evolución entendido como una ascensión lenta y gradual (G), que surge de una voluntad interna para cambiar (el élan vitalde Bergson) y que conduce a una mayor complejidad (D).En el ambiente cultural francés estas ideas están muy presentes y hay un exponente en la filosofía oculta de Teilhard de Chardin. Sobre Teilhard influye el pensamiento de Henri Bergson (1859-1941) (que había publicado en 1907, su obra Le Evolución Creadora) que le revela la diferencia entre tiempo y duracióny el élan vital, ese flujo sutil que empuja hacia delante y hacia arriba.
Algunas implicaciones teológicas
Tras esta larga enumeración de personajes, científicos, tendencias, modelos y metáforas, resta hacer una reflexión teológica a la luz de la frase de Juan Pablo II citada al comienzo: “La evolución ha dejado de ser una mera hipótesis”.
En estos últimos decenios, el interés de los teólogos por reformular toda la Teología de la Creación desde los presupuestos epistemológicos de la Teología de la Ciencia ha hecho repensar muchos aspectos que habían quedado olvidados. Contrariamente a lo que se cree, ningún naturalista (neontólogo o paleontólogo) evolucionista del siglo XIX –excepto la mayor parte de los catastrofistas teológicos – acude a la intervención divina de Dios para explicar los fenómenos de cambio biológico acontecido a lo largo de los tiempos geológicos. Siguiendo las pautas marcadas por la física de Newton, aceptan la constancia de las leyes de la naturaleza puestas por Dios al principio de los tiempos y la autonomía de los procesos naturales dentro del marco de esas leyes, que son inalterables y determinantes. Fue la gran aportación científico-teológica de James Hutton que asume Lyell pero que no comparte Buckland por razones teológicas fundamentalistas.
Desde el punto de vista científico, el valor del registro geológico y su contenido fósil se reconoce desde los tiempos de Georges Cuvier. Los fósiles son indicadores fiables de una serie de acontecimientos naturales sucesivos. Sin embargo, según se fueron descubriendo más y más grupos de restos fósiles de animales y plantas extinguidos se percibió que éstos parecen ordenarse siguiendo una secuencia de mayor perfección: primero, aparecen los peces, luego los anfibios, después los reptiles y las aves y al final los mamíferos y los humanos. Cuvier, contrariamente a su imagen apologista teológico, fue un empirista rígido que prefería no opinar sobre la cuestión que le parecía metafísica (y por tanto ajena a la ciencia) del progreso orgánico.
Pero la mayor parte de los catastrofistas no eran de esta opinión. Rudwick ha puesto de manifiesto que el punto de vista progresionista llegó a ser un paradigma geológico bien articulado durante los años que precedieron a la publicación de los Principles of Geology de Charles Lyell, entre 1830 y 1836. William Buckland, Deán de la Catedral de Oxford y primer profesor de geología de dicha Universidad, estableció que “la mayoría de las formas de animales más perfectos llegaron a ser abundantes gradualmente, según avanzamos desde series de depósitos más antiguos hacia los más modernos”. Louis Agassiz articuló una teoría bien desarrollada acerca del progreso con su “paralelismo triple”: entre los estadios de ontogenia, secuencias de anatomía comparada y la introducción sucesiva de tipos animales más complejos dentro del registro fósil.
Charles Lyell, sin embargo, nunca aceptó un progreso en la evolución de las formas vivas desde el pasado. El planeta funciona como un sistema no direccional, en el que hay cambios cíclicos para volver otra vez al estado de equilibrio inicial. El registro fósil da la impresión de “progreso”, pero es sólo una hipótesis sin demasiado fundamento. Sólo al final de su vida, en la duodécima edición de los Principles (1872) Lyell acepta la posibilidad del progreso en la historia de la vida sin tener que rechazar la uniformidad cíclica de los procesos.
Pero desde los tiempos de Lyell hasta nuestra época nuevos paradigmas, nuevas metáforas y nuevos modelos (como hemos visto) han ido desvelando nuevos matices del concepto de “evolución” que se ha ido enriqueciendo y complicándose más y más.
Durante el siglo XX, y desde las trincheras de la religión, ha habido posturas abiertamente hostiles a todo planteamiento evolucionista de la realidad biológica. Los conceptos de “diseño inteligente”, “principio antrópico”, “ciencias de la creación”, “creacionismo científico” y otros han estado muy presentes, incluso en la prensa en desde el verano del 2005 (se pueden encontrar en las páginas de internet).
Pero éste no es un tema que sea sólo objeto de debates en la prensa. Los teólogos de las ciencias (una nueva denominación emergente para los retos que presentan las modernas ciencias de la naturaleza a las formulaciones clásicas de los dogmas teológicos) han publicado desde hace 25 años sus trabajos.
Conclusión
Durante estos años, desde 2006 hasta ahora muchos grupos interdisciplinares (como ASINJA, entre los que hay científicos, filósofos y teólogos) han reflexionando sobre los retos que la visión evolutiva del universo, y dentro de él, de los seres humanos, pueden llevar a una confrontación entre la ciencia y la religión. Se piensa que dentro de una concepción abierta de la teología no solo es posible el diálogo, sino que es posible y necesario un encuentro de posturas. Y en este encuentro, ambos saldrán beneficiados, tanto la ciencia como la teología.
Los tiempos han cambiado. Hoy los científicos son más comprensivos y dialogantes y los teólogos han modificado muchas de sus posturas. Prueba de ello es la opinión que Juan Pablo II expresa sobre la evolución en su discurso a la Academia Pontificia de Ciencias pese a su ambigüedad, tal como hemos puesto de relieve.
Como conclusión final, abierta a futuras colaboraciones, merecen ser citadas las autorizadas palabras del Papa Juan Pablo II en 1987, en su carta al padre Coyne, director entonces del Observatorio Vaticano con ocasión del centenario de la publicación de los Principiade Newton (que aparecieron en 1687): «lacienciapuede purificar a la religión del error y de la superstición; la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio, en el que ambas puedan florecer».
Leandro Sequeiros, es Doctor en Ciencias Geológicas, presidente de ASINJA (Asociación Interdisciplinar José de Acosta) y Colaborador de la Francisco José Ayala de Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión.
Los comentarios están cerrados.