(Por Jordi Font) En este artículo de FronterasCTR nos proponemos presentar un breve estado de la cuestión que servirá como marco para situar la propuesta teórica de un modelo antropológico que da cuenta de la espiritualidad como una emergencia de la vida y que es sustrato para la vivencia de una fe religiosa conscientemente asumida. En su desarrollo queda manifiesto la insuficiencia de la metodología de las ciencias de la naturaleza para dar cuenta de la realidad humana de la espiritualidad. Nos acercamos a la espiritualidad desde un modelo antropológico con el que dar cuenta de la espiritualidad y de la salud. El objetivo de aplicar este modelo es que nos permite comprender el proceso evolutivo madurativo de la vida humana, y no meramente una explicación que establezca relaciones causales. Con ello apuntamos a un marco de discurso no reducible a la ciencia natural empírica, aunque integre resultados actuales de las ciencias neurológicas. Este marco del discurso lo entendemos compatible con las visiones que consideran insuficiente el naturalismo clásico.
Estado de la cuestión[1]
La espiritualidad como emergencia de la vida. Conceptos previos
Creo que es fundamental precisar desde el inicio los límites del significado que atribuimos al concepto de experiencia religiosa y de experiencia espiritual. Entendemos lo religioso como todas aquellas mediaciones empíricas y simbólicas, formalizaciones y objetivaciones, que pueden ser compartidas (textos, espacios, ritos, liturgias…) y que vehiculan la relación del sujeto y del grupo con la realidad trascendente.
Espiritualidad es la tendencia humana hacia una realidad no física vivida como algo que emerge de uno mismo pero que no puede manejar conscientemente, pero si aportar mediaciones empíricas y simbólicas que la faciliten. La diferencia entre espiritualidad y religión estaría entre el dedo que señala (sería la religión), y el lugar hacia dónde señala (sería lo espiritual inefable).
La palabra que puede definir de forma más clara la percepción de espiritualidad es la palabra intuición. Intuimos que hay un misterio que captamos, que no se acaba, la búsqueda de algo más. Es una vivencia. Una vivencia sin símbolos es vivir la misma vida, captar lo que estoy viviendo.
Dos emergencias de la vida: la espiritualidad y la salud
La naturaleza es lo que palpamos y lo que se esconde en agujeros que no sabemos detectar. Nunca se agota, siempre va más allá (no agotan lo que es la vida, lo que supone la búsqueda de la indeterminación humana que busca al otro, pero que no se acaba, la búsqueda de algo más).
La vida es lo que conocemos por experiencia propia y por experiencia del cosmos que va evolucionando. Y esta vida se manifiesta en dos emergencias que son concomitantes: la emergencia que llamamos saludes la expresión de la fuerza vital que mantiene el bien-ser (puede objetivarse con indicadores[2]objetivos) y la emergencia de la vida que es la espiritualidad que intuye, pero sin comprender en su plenitud.
La espiritualidad, emergencia de la vida, es la potencia vital que avanza asintóticamente y se desarrolla en un proceso evolutivo de maduración. La evolución va desde un estado de relación egocéntrico, de supervivencia, que ofrece seguridad, a un estado de relación con la alteridad que supone pasar de lo conocido a lo desconocido, que es el otro, pasando por el riesgo de abandonar las seguridades, hasta poder alcanzar una unión mística no dual. En este sentido, espiritualidad es una experiencia subjetiva referida a un proceso de maduración que, a partir de la experiencia de la incompleción humana, puede alanzar los niveles de experiencia mística inefable. Podemos decir que espiritualidad es la experiencia del sujeto que se dispone a entrar en relación interior con algo que es una realidad que le atrae con una cualidad superior a las seguridades de supervivencia que le aseguran bienestar.
Nos acercamos a la espiritualidad, desde un modelo antropológico con el que dar cuenta de las dos emergencias de la vida a las que nos hemos referido, la espiritualidad y la salud. El objetivo de aplicar este modelo es que nos permite comprender el proceso evolutivo madurativo de la vida humana. Y al buscar la comprensión, y no meramente una explicación que establezca relaciones causales. Con ello apuntamos a un marco de discurso no reducible a la ciencia natural empírica, aunque integre resultados actuales de las ciencias neurológicas. Este marco del discurso lo entendemos compatible con las visiones que consideran insuficiente el naturalismo clásico, de las que hemos hablado en la introducción.
En síntesis, desde el punto de vista antropológico, la vida espiritual es un proceso vital, psicobiológico evolutivo, hacia la maduración de la persona humana en el que distinguimos:
El proceso evolutivo madurativo, de la vida humana, en el que la espiritualidad es una emergencia de la vida cuya maduración no acaba, trasciende el ciclo vital. Es una dimensión que no se agota con el ciclo vital, hay una dimensión que lo trasciende y tiende hacia una relación de unidad total, en una vivencia no-dual.
Además, la maduración espiritual se manifiesta psicológicamente pero no la podemos poseer. Solo se percibe, es inefablepero incorporada a nosotros, vivimos en Ella, (podría expresarse en palabras de Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”, Ga. 2,20).
Hay que admitir que hay realidades no físicas que podemos intuirlas. Queda abierta la posibilidad de intuir otra Realidad, la de Dios.
Mundo inconsciente. Modelo psicoanalítico. Relaciones personales (objetales)
El modelo psicoanalítico. Teoría de las relaciones personales (objetuales – TRO)
Nos queda abierto el interrogante de si es posible saber qué ocurre cuando el ser humano experimenta una realidad que va más allá, que trasciende la realidad inmanente, cuando experimenta algo absoluto, una realidad última, una plenitud. Queda el interrogante de saber qué es aquello que se vive al decir Dios, al experimentar algo irreducible e inabarcable, pero cercano e íntimo. Para responder a esas cuestiones vamos exponer que la mente humana, (y sus relaciones personales), se produce y expresa principalmente sobre la base de la vida inconsciente. Y que para comprender cómo se procesan en nuestra mente sus actividades y abordar el cómo mentalmente podemos decir «Dios» nos servimos del método psicoanalítico de la «Teoría de las relaciones objetuales» (T.R.O).
La espiritualidad se vive psicológicamente en el mudo inconsciente y la vida inconsciente es objeto principal de estudio del psicoanálisis. Se comprende por qué relacionamos espiritualidad y psicoanálisis, por qué escogemos el modelo psicoanalítico para comprender la vida espiritual. Hay aportaciones contemporáneas muy reveladoras que confirman algunas tesis apuntadas por Freud y corroboradas por la neurociencia.
Fue Sigmund Freud el que al poner al descubierto el mundo de nuestro inconsciente[3]inicia el camino que ha seguido evolucionando hasta hoy. Melanie Klein, D.W.Winnicott, W.R.Bion, Ogden… Otras Escuelas Americanas y Europeas, además de nuevas tendencias actuales como el psicoanálisis evolutivo y el psicoanálisis relacional. Nuestra propuesta se construye sobre la Teoría de las relaciones objetuales(T.R.O.), teoría psicoanalítica de las relaciones interpersonales e intrapersonales,
El mundo inconsciente es básico para comprender la espiritualidad, como también para entender la salud. La espiritualidad, como tendencia hacia la unión con una realidad que le trasciende, se experimenta sobretodo en el mundo inconsciente que tiene su base neurológica. Con la incorporación de los resultados actuales de la neurociencia, se confirman algunas aportaciones psicoanalíticas y se proporciona el ámbito teórico adecuado con el que construir el modelo que permita comprender esta emergencia de la vida, que es la espiritualidad.
Al desvelar la realidad del mundo interior, el psicoanálisis posibilita el acceso a la psicología del inconsciente y es en el inconsciente, donde se vive básicamente la vida espiritual. Pensemos por ejemplo, en la conocida «discreción de espíritus» [313-336] «buen espíritu y mal espíritu» [32] de los ejercicios Ignacianos y en todo el método de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola que constituyen un verdadero tratado del mundo inconsciente espiritual dirigido a liberar la persona de «su propio amor, querer e interés» [189] en su búsqueda y entrega al amor a Dios y al prójimo, amor que «se pone más en las obras que en las palabras» como se lee en la «Contemplación para alcanzar amor» [230-237 final del libro y síntesis espiritual del amor místico[4]].
El modelo psicoanalítico permite una aproximación antropológica al proceso evolutivo madurativo de la vida psicobiológica que tiene carácter inconsciente. Y es precisamente esta vida psicobiológica la que proporciona la base corporal para poder manifestar el proceso evolutivo madurativo al que nos referimos como espiritualidad. Pero mientras que para la salud hay indicadores objetivos corporales y subjetivos psicológicos, para la espiritualidad sólo pueden darse señales indicadoras objetivas de maduración o de regresión espiritual, a modo de niveles de evolución y maduración espiritual que escapan a la objetivación y que, para el mismo sujeto que las vive, son inefables.
Relaciones personales (objetuales). ¿Cómo podemos decir «Dios»?
Toda experiencia humana se origina en una relación, también la experiencia religiosa es relacional. Debemos declarar cómo entendemos las relaciones personales desde la psicología analítica. A las relaciones personales también las denominamos relaciones objetuales, relaciones de objeto mental.
Denominamos objeto mental a la relación que se establece entre uno mismo y el término de una relación. Esta relación viene promovida por las pulsiones y el objeto se constituye como destino de las pulsiones. Denominamos pulsiones a las fuerzas que nos mueven desde dentro y nos impulsan a hacer alguna cosa o a no hacerla, a sentir, a pensar, a recordar determinadas cosas y a olvidar otras. Freud las denomino Trieb (del alemán) que se tradujo como instinto. Freud mismo evolucionó al ir interesándose en la actividad del Yo. Melanie Klein, luego Fairbairn, que rebajó la importancia de los instintos y luego la Psicología del Yo, describe aspectos distintos de lo instintivo.
Los objetos mentales son las personas o cosas, todo ente animado, inanimado o abstracto, o parte de ellos, (objetos parciales) hacia los cuales se dirigen nuestra pulsiones o motivaciones fundamentales, los deseos. Podemos denominar estas relaciones de objeto como relaciones personaleso relaciones humanas. La vida psíquica se constituye en la búsqueda y la constitución de una relación.
Debemos distinguir entre objetos externos y objetos internos. Los objetos externos percibidos tal como entran en relación con nosotros son interesantes para explicar parcialmente las representaciones mentales y las conductas, pero su acción está siempre mediatizada por el procesamiento que se hace en el mundo interior del sujeto.
El objeto interno es el sedimento de vivencias y representaciones mentales que se producen en el conjunto de relaciones con un objeto externo (las ansiedades, los sentimientos, las ideas, los recuerdos, etc.). Los objetos internos solo coinciden en parte con los externos. El objeto interno se forma a partir de la incorporación de los objetos externos que han sido interiorizados y metabolizados, pero se forma también a partir de la persona que lo posee[5]. El objeto interno es siempre activo, dinámico, si bien de manera inconsciente. La persona misma es capaz de generar objetos internos a partir de una parte del propio yo. Esto quiere decir que los objetos internos son fruto en parte de la propia producción (pulsión, deseo) y en parte de la incorporación del mundo exterior.
Uno de estos objetos mentales constituidos en el interior de nuestra mente puede ser Dios. Hay objetos externos que nos hablan de Dios: las palabras, la tradición, toda la actividad simbólica y ritual, etc.; por otra parte, en el propio yo (el «self»[6], el sí mismo) se produce un objeto interno mental. El objeto mental interno Dios es en parte fruto de la proyección del propio yo, que se incorpora a un objeto externo (una palabra, una tradición, una educación…) y se convierte en un objeto interno propio, el objeto mental internoDios.
¿Qué supone esto? Supone que la configuración del objeto mental interno Dios en parte nace del «Yo» y en parte de la incorporación de la relación con el mundo exterior –con objetos externos- que habla de Dios.
Alguien puede pensar que esto supone un reduccionismo psicológico y que hacemos depender la experiencia religiosa del dinamismo psíquico. Debemos aclarar que hablar desde el punto de vista psicológico no excluye ni tampoco muestra la existencia de otra realidad que está más allá del mundo físico. Lo que intentamos mostrar es que la experiencia de Dios como, de hecho, toda experiencia humana, está vehiculada por la persona humana, que es mente y cuerpo. La persona puede mostrarse sensible ante realidades externas que, juntamente con las internas, configuran una experiencia espiritual. Nosotros analizamos cómo se produce esta experiencia, no qué es lo que la produce, ni quién ni por qué.
Proceso de evolución madurativa humana. Visión psicoanalítica de la evolución
Desde el origen, el ser humano establece relaciones internas y externas consigo mismo. Ya en la vida fetal, antes de salir de la matriz materna, el bebé es tributario de experiencias relacionales.
El bebé es capaz de inaugurar una cadena ininterrumpida de experiencias que lo llevaran a abrirse paulatinamente a niveles cada vez más evolucionados, con la posibilidad de ir siendo consciente y de progresar desde las primitivas experiencias sensoriales, emocionales y cognitivas, hasta la consecución de procesos más complejos en que se integran las percepciones y la formación de conceptos.
Esta concepción de la realidad psíquica desde el comienzo de la vida fue estudiada por Melanie Klein[7]. Posteriormente ha sido profundizada y completada ampliamente[8].
Para comprender el proceso madurativo personal lo exponemos según el modelo psicoanalítico de las Relaciones Objetuales (TRO):
Señalamos los momentos o “fases” evolutivas de la maduración.
En la figura, la línea es el proceso evolutivo. En la parte superior EP (Esquizo-Paranoide) y D (Depresiva) son las fases (o «posiciones») del modelo psicoanalítico.
En la parte inferior está la nosología psiquiátrica (Esquizoide, Paranoide, Maníaca, Depresiva), (Trastornos de Personalidad). (Histeria, Obsesión, Fobia. Hipocondría…).
En el momento dramático del nacimiento, cuando el caosde información que llega a la corteza cerebral aún no ha podido ser organizado suficientemente, el niño ensaya tentativas impulsado por sus necesidades más básicas: respirar, alimentarse –con el alimento biológico y afectivo-, contactar sensorialmente, etc. Las primeras relaciones son confusas, aún no diferenciadas: no percibe aún quién es él y quién es el otro está aún faltado de identidad[9].
Se vive una situación de abandono súbito e inesperado, sumido en un caos vital de confusión. Se ahoga el centro respiratorio del infante acusa carencia de oxígeno y activa la alarma y la respuesta de los pulmones que se despliegan.
Ante la aparición de miedos, temores y terrores, se defiende (estos procesos ocurren de manera inconsciente) escindiendo la realidad interna caótica y temida, en partes buenas y partes malas a lo que llamamos posición Esquizo-Paranoide (EP).Son experiencias que quedan inscritas y que pueden ser revividas emocionalmente llegados ya a la fase adulta, aunque con contenidos nuevos.
La relación con los aspectos de la realidad percibida de manera escindida entre parte buena y parte mala, produce una relación parcial en tanto que escindida, y, por lo tanto, pierde el conjunto entero, la realidad total. «Relación parcial de objeto» en lugar de relación total. La tendencia que surge defensivamente es identificarse con la parte buena e idealizarla, escapándose de la parte mala, peligrosa. (El “objeto” bueno idealizado). Y también puede tender a la identificación con la parte mala y sumirse en un auténtico infierno del cual se podrá librar gracias al soporte afectivo recibido de los cuidadores. Son movimientos dramáticos que nos pueden sugerir relación con los movimientos religiosos, espirituales del adulto.
Al progresar la evolución de esos conflictos se llega a alcanzar una comunicación del niño con la realidad no ya de una manera escindida y parcial, sino aceptándola toda entera, (Posición Depresiva D). Es el paso del principio del “placer” al principio de “realidad”. A este estado de maduración se llega pasando antes por el proceso primario, que es el modo de funcionamiento mental. En él predomina elprincipio de placer: buscar sólo el placer, lo que gusta, y sin dilación: «todo y enseguida». Se llega alproceso secundario, en el que el individuo admite la adecuación a la realidad, en el que se rige por el principio de realidad, que corrige y modifica el principio de placer para establecer una relación con la realidad del mundo externo. Todo este proceso se va repitiendo después durante la vida y nutre la estructura mental que da el estilo de la personalidad de cada individuo. Ya se pueden observar las semejanzas que esta evolución psicológica madurativa tiene con el proceso evolutivo religioso.
Nos podemos preguntar, ¿cómo se realiza este paso tan fundamental en la evolución de la persona infantil y la del adulto?
Lo que sucede es que el niño ha comenzado a poder aceptar las frustraciones “tolerancia a las frustraciones” (pérdidas, carencias, muertes parciales) como un paso hacia obtener una relación total con la realidad que le resulta más satisfactoria que no los placeres y gustos de menos valor que obtenía con las relaciones parciales. Por ejemplo, una sonrisa de la madre cuando él renuncia al placer de obtener enseguida el alimento que exigía llorando le permite crecer en su capacidad emocional y cognitiva y establecer relaciones de creatividad mental y relacional. Es lo que se llama función psicológica de la simbolización.
Laelaboración del duelopasa por aceptar y renunciar a objetos que le producen placer a favor de los objetos nuevos que tienen un valor simbólico gratificante. Con esta función de tolerancia, el niño comienza a gozar de los valores simbólicos(la sonrisa de la madre, etc.). La función simbólica es la que está presente en el proceso que llamamos proceso de duelo.
Siguiendo su maduración el niño puede llegar a tener experiencias espirituales simbólicas, en el desarrollo de las cuales y después de largos períodos madurativos se podría llegar a una base psicológica capaz de abrirse a la experiencia místicaen la medida en la que haya aceptado y optado por seguir el camino de la trascendencia, específica de los seres humanos, que posibilitan abrirse a realidades no solo simbólicas sino a la realidad última, inefable pero que ha sido posible intuir y seguirla. Es la experiencia del Misterio, de aquello desconocido pero percibido. Maduración que puede llegar a culminar en el nivel místico.
El punto O de Bion
Son muy sugerentes las aportaciones del psicoanalista de origen indio Wilfred Bion[10], que siguiendo el modelo de las relaciones personales o de relaciones de objeto, expone una metapsicología que abarca la comprensión de las experiencias humanas que se producen en la búsqueda de la trascendencia. Aporta algunas propuestas elaboradas a partir de su experiencia clínica psicoanalítica. De entre la gran cantidad de ideas originales que ha aportado me gustaría recoger algunas referidas a la trascendencia.
Para Bion, el punto de partida de la realidad psíquica es lo que él denomina“Punto 0”, que es un hecho original: es la cosa en sí misma, lo desconocido, la verdad absoluta, la realidad última incognoscible. Esta realidad se manifiesta a través de las transformaciones que va haciendo la persona durante su vida y que la afectan no solamente en elconocersino también en elser.
Los primeros elementos de la vida mental son inconscientes y alucinatorios, y están vinculados a la sensación de catástrofe. La sensación flotante de catástrofe constituye la condición fundamental de nuestra existencia y tiene contenidos específicos, como son el temor al nacimiento, el temor a la muerte, al cambio, a lo ilimitado, a la propiaipseidad, etcétera. Esta sensación de catástrofe puede estar alimentada por la diferenciación entre uno mismo y la nada, que es una distancia infinita y que la padece todo el mundo, si bien algunos no la experimentan. Bion se pregunta si es esa distancia la causa que produce sensación de catástrofe.
La función de la vida psíquica consiste en transformar las sensaciones catastróficas en acontecimientos psíquicamente aceptables. Por ejemplo, los mitos de la creación y de destrucción expresan esta transformación. Se pasa de lo inconsciente al pensamiento consciente a través de los mitos, como también a través del trabajo onírico y de la reflexión sobre los símbolos. La sensación de catástrofe es un principio constitutivo primordial, como lo es el agua o la atmósfera, y sirve de vínculo entre diversos aspectos de la personalidad.
¿Cómo se reacciona delante de la catástrofe? La verdadera respuesta primordial y desarrollada a la catástrofe es la fe. Ahora bien, no entendemos la fe en un sentido religioso estricto, aunque no la excluye, sino como confianza básica. La inconsciencia de la fe sale al encuentro de la inconsciencia de la catástrofe.
La fe es una receptividad pura, una espera atenta. Esta postura es incómoda: tolera la fragmentación, el vacío caótico, las tempestades psíquicas… En la fe se da una suspensiónde la mente. Hace falta que haya una atención libre y flotante, una cierta inconsciencia, un vaciamiento de sí mismo, para llegar a alcanzar la receptividad de la fe.
El punto 0, la realidad emocional esencial, como tal, es incognoscible, pero no aleja de la fe de manera que no pueda ser encontrada. La fe en búsqueda es lo que lleva a la situación mística, no solamente religiosa. Entonces, la transformación que se produce es en el plano del ser y no solamente del conocer.
Entre catástrofe y fe hay una intención continua durante toda la vida. Se puede interferir este ritmo de interacción entre fe y catástrofe por falta de paciencia o de tolerancia a la hora de vivir en la posición de catástrofe o de intentar aferrarse a la posición de búsqueda de la fe más tiempo del que conviene. En cambio, si se persiste y se mantiene en este período de gestación, quizás se llega. Es aquí donde Bion ve un paralelismo entre este proceso y la noche oscura de los sentidosen los místicos.
¿Cuál es el futuro de estas experiencias iniciales en la vida adulta? Con el transcurso del tiempo se puede perder sensibilidad por la catástrofe; entonces es la fe la que puede rescatar la catástrofe. Si la fe no lo hace, se tiene la debilidad, la consciencia de catástrofe, lo cual comporta perder sensibilidad hacia nosotros mismos. Esto ocurre cuando nos orientamos hacia objetos externos y hacia tareas de supervivencia, cuando hacemos más caso de las situaciones externas para eludir las internas. La fe, o confianza básica, es una tendencia maduradora original. Es una entidad que aparece, así como también la catástrofe, cuando se nos ha despojado de todo. Es la capacidad liberadora por excelencia. Es nuestra herencia y nuestro destino más profundo. La fe es la no mentira.
En un próximo artículo seguiremos reflexionando en perspectiva psicoanalítica.
Notas
[1]Este artículo, con entidad propia, puede leerse desde el trasfondo de los artículos publicados ya en FronterasCTR por Camino Cañón con el título Naturalización de la espiritualidad.
[2] La definición de la salud mental y sus indicadores fueron establecidos en el congreso de Perpiñán por un grupo de investigación interdisciplinario de profesionales: médicos, biólogos, sociólogos, psiquiatras psicólogos, políticos … Después de un largo proceso de estudio y de reflexión, se elaboró una definición de salud y de salud mental, basándose en la experiencia referida a nuestra cultura, a nuestro tiempo y a la ideología de fondo que, a pesar de la diversidad de los participantes, era suficientemente representativa: Go, L.J.–FONT, J. «Definició de salut»; DD.AA., Funció social de la medicina, X Congrés de Metges i Biòlegs de Llengua Catalana (Pepinya), Barcelona, Academia de Ciencies Mediques de Caralunya i Balears. Societat Catalana de Biologia, 1976.
[3]Son bien conocidas las críticas a la religión en la obra de Freud, especialmente en Totem y tabú(1913),El malestar de la cultura(1927), El futuro de una ilusión(1928) o Moisés y el monoteísmo(1938) entre otros. Es menos conocida sin embargo la correspondencia con un amigo, el pastor protestante Oscar Pfister, o la existencia de una nota sobre qué es la mística de 1939 encontrada sobre su escritorio después de su muerte.
[4]Loyola, I., Ejercicios Espirituales, Editorial Sal Terrae, Santander, 2010
[5]Ogden, T.H., La matriz de la mente. Las relaciones de objeto y el diálogo psicoanalítico, Tecnipublicaciones, Madrid, 1989.
[6]El concepto psicoanalítico del selfcomienza explícitamente con Hartmann (7) cuando hace la distinción entre el yo —como sistema psíquico— y el self —como concepto referido al “uno mismo”. Para Hartmann el “yo” no es sinónimo de “personalidad” ni de “individuo”; no coincide con “sujeto” como opuesto al “objeto”. La palabra “self” indica las formas en que el individuo reacciona ante, sí mismo, en que se percibe, piensa y valora a sí mismo y cómo, mediante diversas acciones y actitudes, trata de estimularse o defenderse. El self es, por lo tanto, un concepto intermedio entre los relacionados con los fenómenos intra-psíquicos y los concernientes a la experiencia interpersonal.
[7]Klein, M.: “Principios psicológicos del análisis infantil” (ed. Original: 1926), en: Obras completas, Tomo II. Buenos Aires, Paidós, 1975.
[8]Bion, W.R., Volviendo a pensar, Hormé, Buenos Aires, 1985 (3ª edición).
[9]Segal, H., Introducción a la obra de Melanie Klein, Paidós, Buenos Aires, 1975.
[10]Eigen, M., “En torno al punto de partida de Bion: De la catástrofe a la fe” en: Clínica e Investigación Relacional, 8, 2014, pp. 125-143.
Artículo elaborado por Jordi Font, Instituto Vidal y Barraquer, Universitat Ramon Llull, Barcelona. Este artículo es una adaptación para FronterasCTR de un artículo aparecido en la revista Pensamiento, vol. 73, nº 276, Vol. 8 de la Serie Especial Ciencia, Filosofía y Religión, 2017.
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