Matteo Ricci llevó la ciencia occidental hasta los Ming

(Por Leandro SequeirosEl jesuita Matteo Ricci, cuyo nombre chino fue Li Madou, pasó 28 años en China y falleció en Pekín en 1610. Había sido alumno del astrónomo y matemático jesuita Christophorus Clavius en el Colegio Romano. Ricci aprendió la lengua china y se hizo uno de ellos. Tradujo los Elementos de Euclides y su mapamundi llegó hasta el mismo Emperador. Las ciencias y algunos instrumentos técnicos fueron las llaves que le abrieron las impenetrables puertas de China. Un extenso estudio que se acaba de publicar en España (Michela Fontana. Matteo Ricci. Un jesuita en la corte de los Ming. Bilbao, Ediciones Mensajero, 2017) hace volver a la actualidad la figura de Ricci. Sin duda, un hombre en las fronteras de la ciencia, tecnología y religión en el siglo XVI.

Matteo Ricci y la pasión por la fe en China

La vida de Matteo Ricci se sale de lo común. Se han escrito novelas inspiradas en su aventura increíble en el siglo XVI y se presenta como un paradigma del intento de la Compañía de Jesús de apostolado científico.

Matteo Ricci nace en Macerata (en la costa Adriática de Italia), el 6 de octubre de 1552. En 1561 comienza a asistir como alumno al Colegio de los jesuitas de su ciudad natal. En 1568 parte para Roma para estudiar la carrera de Derecho y con 19 años ingresa como novicio en la Compañía de Jesús. En 1572 es destinado a Florencia para estudiar humanidades y entre 1573 y 1577 vive en Roma donde estudia en el prestigioso  Colegio Romano, donde se forma en ciencias con el famoso físico jesuita Christophorus Clavius.

Ricci siente la vocación a trabajar como misionero en Asia y allí es destinado. En 1577 se traslada a Coimbra, donde estudia portugués y comienza sus estudios de Teología. En 1578 zarpa de Lisboa junto con otros 13 jesuitas. Llega a Goa en septiembre de ese año y continúa allí sus estudios de Teología, mientras enseña latín y griego.

Con 28 años  es ordenado sacerdote en Cochín (actualmente, Kochi, en el estado indio de Kerala). En 1582 parte de Goa y llega a Macao el 7 de agosto. Inmediatamente se pone en la dura tarea de aprender la lengua china. Finalmente, Guo Yingping, gobernador general de las provincias de Guangdong y Guangxi, concedió en 1583 permiso a Ricci y a otro jesuita, el padre Michele Ruggieri para instalarse en Zhaoquing, al oeste a Guangzhou. Ricci tiene 31 años. Emprende ahora una larga marcha la capital, Pekín. No lo logrará hasta 1589.

El jesuita Matteo Ricci

En la residencia jesuita de Zhaoquing, Ricci tenía expuesto un mapa del mundo. Este mapa suscitaba gran interés entre sus visitantes. Por sugerencia de éstos, lo copió, tradujo los nombres de los lugares al chino y lo hizo imprimir en 1584. Es la primera edición del famoso Mapamundi, Mappamondo o Yudi Shanhai quantu. También eran admirados por los chinos los relojes europeos, los prismas venecianos, los cuadros y libros occidentales, entonces desconocidos en China. Este contacto logró la conversión de unas setenta personas. Posiblemente para entonces, Ricci había adoptado ya su nombre chino: Li Madou.

Pero en 1589 se nombra un nuevo gobernador general, que ordena a los jesuitas que se vayan de su provincia. Pero en lugar de regresar a Macao, Ricci logró autorización del nuevo gobernador para establecerse en la parte norte de la provincia de Guangdong. De este modo, los jesuitas se trasladaron a Shaozhou. En este lugar, encontraron más facilidades, adquirieron una casa y construyeron una iglesia. Para inculturarse en la nueva situación adoptaron los ropajes de los monjes budistas.

Ya en Pekín, atraído por la fama de que los jesuitas eran expertos en alquimia, un joven llamado Qu Rukui pidió estudiar bajo la guía de Ricci, que lo instruyó en matemáticas, astronomía y en la religión cristiana. Atraídos por la sabiduría de los occidentales, muchos chinos instruidos se acercaron para acceder a su sabiduría. Más tarde, Qu se hizo cristiano.

Los jesuitas se pasan de monjes budistas a letrados confucianos

Tal como describe Michela Fontana, al caer en la cuenta hacia 1590 de que el rango social de los monjes era inferior al de los letrados o gente instruida, los jesuitas adoptaron el vestido de los letrados, y como ellos, se dejaron crecer el pelo y la barba. Para entonces, Ricci dominaba ya la lengua china, y tradujo los Cuatro Libros de Confucio al latín, y los tituló Tetrabiblon sinense de moribus (el manuscrito se conserva en los archivos de la Compañía de Jesús en Roma). Igualmente, Ricci ideó el primer sistema para transcribir, en letras romanas, el idioma chino. Estos dos logros de por sí, justifican el reconocer a Ricci como padre de la sinología occidental.

En 1592, la residencia de los jesuitas es atacada y Ricci fue herido en un pie, que le dejará cojo para toda la vida. Con la idea de que para convertir a China a la fe cristiana deberían convertirse primero el Emperador y las clases dirigentes, Ricci abandonó Shaozhou y viaja en 1595 a Nanking/Nankín, esperando seguir hasta Pekín. Al no poderse quedar allí por la invasión japonesa de Corea, una zona dependiente de China, Ricci continuó hasta Nanchang, donde obtuvo permiso de residencia.

En Nangchang publicó en 1595 su primer libro en chino, Jiaoyoulun (Sobre la Amistad). También tradujo al chino y editó en 1596 su pequeño Tratado sobre Mnemotecnia (en chino, Xiguo jifa) para satisfacer a los visitantes que deseaban saber cómo cultivaban la memoria los occidentales.

El mapamundi de Ricci

La publicación del mapamundi en lengua china abrió muchas puertas a Ricci y a los jesuitas. Por vez primera, se describe en China la Tierra como un planeta redondo, aunque hay discusión entre los expertos sobre si se le adelantó el dominico Juan Cobo en Filipinas con su obra de 1593. Dentro de la cartografía china marcó un punto de inflexión muy importante, sobre todo en cuanto al conocimiento de los chinos del resto del mundo. Así, en la primera mitad del siglo XIX, los intelectuales chinos que querían escribir sobre países extranjeros, tenían que utilizar los trabajos cartográficos escritos en chino por los jesuitas dos siglos antes.

En el ángulo superior derecho del mapa de Ricci, existe una ilustración que representa la esfera del mundo, el sistema cosmológico de Ricci (Carta dei quattro elemento e dei Nove cieli), y al lado un texto (Nozioni generali di cosmografía e di geografia). En el lado izquierdo del mapa, otro texto describe la Distanza e grandeza comparata tra il globo terrestre e i pianeti dei Nove Cieli).

Entre estos dos textos y el dibujo, están contenidas las ideas principales de la cosmología de Ricci, tomadas de las que estaban en boga entre la intelectualidad eclesial europea de la época. El sistema del mundo de Ricci es el geocéntrico de Tolomeo y contiene nueve esferas concéntricas alrededor de la Tierra inmóvil. Las siete interiores representan las órbitas de los planetas, de la luna y del Sol, mientras que el octavo cielo es el de las constelaciones y el noveno que corresponde al primer motor (primo mobile).

Ricci y las matemáticas

En el siglo XVII, el Teorema de Pitágoras era bien conocido por los sabios de occidente. Pero no en China. Llevarlo allí fue uno de los méritos de Matteo Ricci. Su alumno Qu Rukui (o Xu Guangqi) presentó en 1603 al prefecto de Shangai, para poder efectuar unos cálculos acerca del curso de un río, un método que compaginaba el procedimiento tradicional chino con el Teorema de Pitágoras. Con ello dio a conocer por primera vez en China la fórmula griega.

Pero la obra que hizo más famoso a Ricci fue la traducción al chino de los seis primeros libros de los Elementos de Euclides, realizada junto a su alumno Qu Rukui (o Xu Guangqi). Algunos autores opinan que la traducción se hizo para persuadir a los chinos de la superioridad de la ciencia occidental y por tanto, de la superioridad de la religión cristiana respecto al budismo. En 1604, Qu Rukui (o Xu Guangqi) pasa los exámenes y llega al más alto grado del mandarinato, el grado jin shi. Ese mismo año se hizo cristiano y empezó una ingente tarea misionera con Ricci. En 1606 se pusieron a traducir la obra de Euclides al chino, deteniéndose en el libro sexto por indicación de Ricci. La obra se imprimió en 1607, con el título Elementos de Geometría (Jihe yuanben), y al igual que el mapamundi de unos años antes, dio a Ricci un gran prestigio. Uno de los honores más grandes es que se le concedió un terreno para su mausoleo cuando muriese, la primera vez que se concedía a un extranjero, y que suponía el reconocimiento de la nacionalidad china.

La traducción de los primeros seis libros de los Elementos de Euclides estuvo precedida de dos prólogos. Uno escrito por Matteo Ricci y otro por Qu Rukui (o Xu Guangqi). La versión de los Elementos de Euclides introducida en China insistía sobre todo en los aspectos prácticos, que son lo que más interesaban a los chinos: medición de áreas, volúmenes, etc, dejando de lado las cuestiones más especulativas.

Como se ha dicho, la traducción de los Elementos no se completó, sino que se llevó a cabo solo hasta el libro VI. Tardaría mucho tiempo en terminarse de traducir. Los libros VII al XIII fueron traducidos (y no por casualidad) por los misioneros protestantes que llegaron a China. Alexander Wylie, con la ayuda del matemático chino Li Shanlan, los publicó, con el título de Continuación de los Elementos de Geometría (Xu juhe yuanben) en 1857.

La larga marcha hacia Pekín

Como muy bien narra Michela Fontana, en el libro que comentamos, en 1598, Wang Hunghui, ministro de ritos de Nankín, se percató de que el saber astronómico y matemático de los occidentales podría ayudar a mejorar el calendario chino. Para ello, se ofreció a escoltar a Ricci y a su compañero jesuita, Lázaro Cattaneo, hasta Pekín. Durante el viaje, Cattaneo, que era músico, había logrado captar la variedad de tonos usados por los chinos al hablar y ayudó a Ricci a preparar un diccionario chino, Vocabularium sinicum, ordine alphabetico europeorum more concinnatum et per accentus suos digestu, en el que se consignaban los cinco tonos y las aspiraciones de las palabras usadas en el lenguaje oficial. Por desgracia, esta obra no se ha conservado.

Matteo Ricci. A Jesuit in the Ming Court. (Michela Fontana)

Los viajeros llegaron a Pekín el 7 de septiembre de 1598. Debido a que los chinos desconfiaban de todos los extranjeros, se negaron a recibir a los misioneros. Wang les aconsejó que volviesen a Nankín, a donde llegaron en 1599. Muchos funcionarios eruditos visitaron a Ricci y Cattaneo en su residencia de Nankín. Uno de ellos, el eminente sabio Li Zhi, escribió a un amigo sobre Ricci: “Ya puede hablar nuestra lengua con fluidez, escribe nuestros caracteres y se comporta según nuestras normas de conducta. Produce una impresión imborrable: interiormente refinado y por fuera de una gran franqueza. Entre todos mis conocidos, no sé de nadie que se le pueda comparar”.

Cuando se presentó una segunda ocasión de viajar a Pekín, Ricci la aprovechó sin vacilar. Pero cuando iban de camino, Ricci y sus compañeros (Diego de Pantoja y el hermano jesuita Zhong Mingren), fueron detenidos en Linqing durante casi medio año, por orden del director de impuestos. Incluso se les confiscaron algunos de los regalos destinados al Emperador. Más tarde, llamados a la capital, llegaron el 24 de enero de 1601.

El Emperador Wan Li quedó encantado con los regalos (entre los que había dos relojes, tres pinturas al óleo, un clavicordio, prismas venecianos y el Theatrum Orbis Terrarum de Ortellius) y dio orden de que los misioneros se hospedasen en el palacio y enseñasen a los eunucos a reparar los relojes y a tocar el clavicordio.

Después pasaron a vivir en la residencia destinada a los diplomáticos extranjeros. Allí recibían muchas visitas, entre ellas viajeros de Asia central. Por ello, Ricci llegó a la conclusión de que el Cathay de Marco Polo era sólo otro nombre para China. Esta información la envió Ricci a sus compañeros jesuitas de la India y Europa, y llegó a su vez a la embajada del jesuita misionero de Cathay Bento de Goes (1592-1607), que confirmó la exactitud de lo dicho por Ricci.

El Catecismo de Ricci

En 1603 aparece la primera edición del catecismo redactado por Matteo Ricci, Tianzhu shiyi (El verdadero significado del Señor del Cielo), que sirvió para las primeras conversiones. En 1604, cuando la misión de China se hizo independiente de la provincia jesuítica de Japón, Ricci fue su primer superior. Su método de inculturación, sin embargo, encontró oposición dentro y fuera de la Compañía de Jesús. Debido a que la oposición se traducía muchas veces en escritos, Ricci se vio forzado a defenderse y publicar en 1609, poco antes de morir, su Correspondencia Apologéntica (Bianxue yidu). La desaprobación de su método creció después de su muerte y, al fin, se llegó a la controversia de los Ritos Chinos, de los que ya se ha hablado antes.

Durante los más de 25 años que permaneció en China, Ricci compuso unos veinte libros, científicos y no científicos. Cinco de sus obras científicas se conservan en su totalidad, copiadas en el Siku quanshu (Gran Enciclopedia de las Cuatro Tesorerías), que contiene 36.000 juan (volúmenes chinos). El título colectivo de las cinco obras de Ricci es Qiankun tiyi (Tratado sobre el cielo y la tierra).

En 1607 es publicada la traducción al chino de los primeros seis libros de los Elementos de Euclides, llevada a cabo por Ricci y por su alumno Qu Rukui (también transcrito como Xu Guangqi), de nombre Pablo. De sus obras no científicas, cinco han recibido reseñas en su Siku quanshu zongmu tiyao (Reseñas compendiadas de la bibliografía general de la Gran Enciclopedia de las Cuatro Tesorerías).

Fallecimiento de Matteo Ricci

La tensión y el cansancio a lo largo de los años debilitaron la salud de Ricci que murió en Pekín a los cincuenta y siete años de edad, el 11 de mayo de 1610. Accediendo a los deseos de los compañeros jesuitas, el Emperador les permitió enterrarlo a las afueras de la puerta oriental de la ciudad de Pekín. El lugar, conocido como Zhalaer, fue entregado en el siglo XIX al cuidado de los hermanos Maristas. Pero cuando la rebelión de los boxers (en 1900) el enterramiento fue destruido y luego reconstruido. Durante la Revolución Cultural de Mao (en 1966), la sepultura fue destruida por segunda vez, aunque ha sido parcialmente restaurada. Los obispos chinos que asistieron al Concilio Vaticano II pidieron en 1963, por unanimidad, que el Papa introdujese la causa de beatificación de Matteo Ricci.

Ricci, en la encrucijada cultural y científica del siglo XVI

Los miembros de la Compañía de Jesús que fueron a China, o al menos la corriente dominante entre ellos, estaban persuadidos de que la mejor manera de introducir el catolicismo en China era llegar antes a las clases dirigentes (políticos y científicos) que controlaban el país. Había que llevar a los chinos –que creían poseer una cultura superior a la de los bárbaros occidentales – algo que desearan y despertara su curiosidad lo suficiente como para que les permitiesen entrar y establecerse en el imperio. La solución se encontró en la ciencia, que por aquel entonces estaba sufriendo una verdadera revolución en Europa, mientras que en China pasaba por una cierta decadencia durante la dinastía Ming reinante. Y en particular, sería la astronomía y las matemáticas las ciencias que mayor prestigio dieron a los jesuitas y que les abrieron puertas hasta el mismo Emperador.

Tal vez el misionero que describe y lleva a la práctica este nuevo método de evangelización a través del estudio de la lengua y de las culturas chinas y del uso de la ciencia europea es Matteo Ricci. Tras él, otros jesuitas científicos fueron a la misión de China. Su trabajo, especialmente en la reforma del calendario, les dio un gran prestigio en la corte china. Aunque soportaron períodos de persecución, siempre supieron superar las situaciones difíciles y a finales del siglo XVII consiguieron lo que tanto habían deseado: un edicto imperial que les daba libertad para predicar la fe cristiana en todo el imperio y para que todo el que quisiera pudiera hacerse cristiano.

Pero mientras esto sucedía, al mismo tiempo, se agudizó el problema que finalmente destruyó la misión de China y que había comenzado varias décadas antes. Este problema es la Controversia de los Ritos Chinos.

La controversia sobre los Ritos Chinos y la inculturación

La raíz de la controversia puede hallarse en el diverso método de evangelización seguido por unos y otros. Con los jesuitas, la inculturación, el estudio de la lengua china, el uso de la ciencia y, sobre todo, el gran respeto por la cultura china, se adelantaron a su tiempo. La Iglesia Católica consiguió un gran prestigio en China gracias a los jesuitas. Los jesuitas querían seguir su propio método apostólico basado en una prudente adaptación misionera, que tendía a aprovechar cuanto hubiera de aprovechable en los pueblos de misión, y que podría quedar condensado en esta doble función; adaptar lo nuestro a lo suyo, y adoptar lo suyo en lo nuestro, siempre que pudiera ser integrado en el cristianismo. Con respecto al caso de China, puede reducirse a estos tres puntos principales: 1) el nombre o vocablo con el que debería designarse a Dios; 2) los honores tributados a Confucio; 3) los honores tributados a los antepasados difuntos.

El exceso de inculturación de los jesuitas, es decir, el respeto y la asimilación de los rituales sociales de China y la reelaboración de los contenidos de la fe en los contextos culturales les trajeron problemas. En la liturgia católica, los jesuitas aceptaron muchos de sus rituales, lo que provocó la sospecha  y la alarma de las jerarquías eclesiásticas. Los jesuitas en China eran de ideas avanzadas y mentalidad abierta. Pero la Controversia sobre los Ritos Chinos que se desarrolló entre los misioneros católicos, llegó a Roma y se dio por terminada con las disposiciones dictadas por Benedicto XIV en 1742. Sólo en 1939 la Sagrada Congregación de Propaganda Fide levantaba el juramento que pesaba sobre los misioneros, y daba como lícitas algunas ceremonias, consideradas civiles, en honor de Confucio y de los antepasados difuntos.

El diálogo y la armonía entre la ciencia y la fe cristiana

La gran intuición de Matteo Ricci, y por la que ha pasado a la historia como paradigma del encuentro entre la ciencia y la religión en China, es que la ciencia puede ser un medio poderoso para la propagación de la fe.

Ya Valignano era consciente de que en una sociedad culta como la china, la estrategia habría de ser la de intentar una adaptación, inculturación, aculturación, enculturación o inmersión cultural. Con todos estos términos se quería expresar la necesidad de volcar en otros moldes lingüísticos y culturales los contenidos de la fe cristiana. Pero en ese tiempo era una tarea muy difícil. La teología occidental cristiana se había expresado en un lenguaje filosófico que implicaba un modo de pensar la realidad, de desarrollar los procesos lógicos de la mente y utilizar unos símbolos que eran incomprensibles en China. ¿Era posible desnudar culturalmente la teología occidental para elaborar de nuevo un ropaje que la hiciera comprensible?

Tal vez es la misma pregunta que en la actualidad se hacen científicos, filósofos y teólogos que intentan encontrar plataformas comunes de diálogo entre ciencia y religión. Ricci, en este proceso, fue un adelantado. Y, con las salvedades culturales y teológicas anacrónicas, señala un camino de presencia inmersa en las culturas y las ciencias.

Ricci señala un camino de presencia inmersa en las culturas y las ciencias

El primer paso que Ricci y los jesuitas dieron en China es el de aprender la lengua. Francisco Javier acudió a intérpretes. Pero era muy complicado traducir no solo las palabras sino los procesos mentales. Y el segundo paso, necesario, fue conocer y valorar la cultura china: el complejo sistema social que constituía la base de la cohesión del imperio.

El tercer paso de la estrategia de Ricci era este: dado que China era un país muy centralizado en el que el emperador y sus mandarines ostentaban un gran poder, si se accediese a la conversión de la cabeza, el resto del pueblo seguiría los pasos de sus dirigentes, a los que se tenía una gran veneración.

El cuarto paso consistió en elegir una estrategia para llegar a las clases dirigentes del país. Ricci lo tuvo muy claro: el modo de acceder a las clases dirigentes era ofreciendo algo que no tenían: el saber de la ciencia de occidente. Una ciencia que, incluso, podría solucionar problemas políticos y económicos del país, como era la confección de mapas, el uso de la astronomía para elaborar un calendario, entrenar la mente para recordar muchos conceptos mediante métodos mnemotécnicos.

El plan de Ricci pretendía que si se controlaba el conocimiento científico se podría controlar también la educación. Sabemos que desde el principio, junto con la tarea misional, el otro gran objetivo de los jesuitas en China fue la creación de una red de colegios, tal como habían hecho en Europa con mucho éxito.

Como señala el historiador de China, Jami, los jesuitas no consideraban los conocimientos científicos chinos como una fuente de la que Europa pudiera aprender algo. Si ciertos conocimientos les parecían interesantes para ser transmitidos, eran más bien algunas técnicas o curiosidades, no un sistema de saber. Al fin y al cabo, Ricci y los suyos buscaban aparecer en China como portadores de un saber que mostraría la superioridad de su religión.

La formación científica de Ricci estuvo fuertemente influida por Christophorus Clavius (1537-1612), figura destacada de la astronomía y de las matemáticas en el entorno del Colegio Romano. Clavius fue maestro de matemáticas de Ricci durante cuatro años y siempre mantuvieron una estrecha relación. Clavius insistía en sus clases que la exploración del mundo natural podía ayudar a reflexionar sobre el mundo espiritual; para él, era esencial que los estudiantes comprendieran que las ciencias eran a la vez útiles, y necesarias para el correcto entendimiento de la filosofía.

Ricci se dio cuenta del valor que los conocimientos científicos podían tener para la evangelización de China. En una carta fechada el 15 de febrero de 1609 al compañero jesuita Francesco Pasio, dice lo siguiente: “… porque no he hecho otra cosa que enseñar algo de matemáticas y cosmografía (…) que han servido para abrir los ojos a los chinos que estaban ciegos; y si esto lo decimos de las ciencias naturales y de las matemáticas, ¿qué diremos de aquellos conocimientos más abstractos, como son la física matemática, la teología y lo sobrenatural?”

Pero Ricci iba más allá. Intentaba mostrar que la imagen del mundo que presentaba el budismo era anticientífica, mientras que la que presentaba el cristianismo era compatible con los datos científicos.

Conclusión: por la ciencia y la tecnología a Dios

El estudio de Michela Fontana muestra, a través de los memoriales dirigidos por Matteo Ricci al Provincial de los Jesuitas, el padre General de la Compañía Claudio Acquaviva, y de sus cartas que para él la ciencia y las tecnologías tienen un valor instrumental: mostrar la superioridad del conocimiento occidental y por ello de la religión católica.

Los conocimientos y habilidades de Matteo Ricci para saber transmitir y admirar con la ciencia occidental aprendida sobre todo en el Colegio Romano con Clavius, le granjearon una gran fama en la corte del Emperador. Veamos algunos textos de la época, que se traducen aquí al castellano por vez primera. En una carta escrita el 28 de octubre de 1595 en Nanchang, podemos leer:

Se había esparcido por aquí una fama de que yo sabía hacer plata de plata viva [el mercurio]; y aquí hay millares de hombres que se dedican a esto y en esto consumen la vida y sus haberes con mucho fasto, sin que hasta ahora haya nadie que lo sepa hacer. Y este rumor es como entre nosotros el de los alquimistas de la quintaesencia, y muchos venían para aprender esta ciencia, que se considera entre ellos como cosa de hombres santos; y cuanto más digo que yo en esta materia soy “sicut asinus ad liram” [en latín, diríamos: como el burro que tocó la flauta por casualidad], tanto menos me creen; tanto [más] que yo tengo  fama de que sabía hacer relojes y que entendía muy bien las cosas de las matemáticas. Y es verdad que para ellos puedo decir que soy otro Tolomeo; porque no saben nada, hacen relojes sólo inclinados, es decir, equinocciales [relojes de sol], pero no se inclinan sino a razón de 36 grados, pensando que todo el mundo es de 36 grados de altura, ni más ni menos.

Y en otra carta, escrita en la misma fecha y en el mismo lugar, Ricci enumera de forma explícita las cinco principales razones que le dan prestigio en China:

No podría decir la extraordinaria concurrencia que tengo en esta ciudad, cosa que atribuyo a cinco causas. La primera es [el hecho] de ver a un extranjero, cosa insólita, y más todavía que sepa la lengua y la ciencia, las costumbres y ceremonias del país. La segunda es la fama que se ha esparcido de que de plata viva [mercurio] sabemos hacer plata buena, y muchos venían para aprender esta ciencia que es una cosa muy estimada entre ellos; y cuanto más afirmo que no sé nada de esta materia, tanto menos lo creen. La tercera [razón] es [el hecho de] saberse que yo tengo un arte de [desarrollo de la] memoria tal que, con sólo leer una vez cuatrocientas o quinientas palabras, se me quedaban tan fijas en la memoria que podía recitarlas al derecho y al revés con mucha facilidad. La cuarta [razón] es la fama que he adquirido entre ellos en cosas de matemáticas; y en verdad me parece que entre ellos soy un Tolomeo (…) Los académicos y otras personas doctas sienten placer en oir las causas de [esa] apariencia, y desean que yo enseñe alguna cosa de matemáticas, como pienso hacer, si me quedo aquí. La quinta [razón] es por el deseo que muchos muestran de escuchar las cosas [que tocan a] su salvación, tanto que, de rodillas, me lo suplican; y los mismos académicos, que no creen en la inmortalidad del alma, dicen que nuestra ley es verdadera por los discursos que he tenido con ellos, tras los cuales, sin contradecir, se hunden hasta el suelo y me dan las gracias por la buena doctrina que les he enseñado.

Como puede verse, sólo la última razón se refiere al discurso religioso, que en principio es lo que más interesaba a los misioneros jesuitas. Otra cita significativa de la fama que llegó a tener Ricci en China se puede encontrar en una carta que escribe en portugués el jesuita Alfonso Vagnoni, desde Nankín, en 1605:

Es increíble el crédito que tiene con los chinos el padre Matteo Ricci, y más visitado es por los grandes y estimado por todo el reino de China, por lo cual se han difundido algunos libros, muy curiosos, que él ha compuesto en la misma lengua china. De modo que todos, o la mayor parte de los mandarines, que vienen de fuera a Pekín, o que parten para diversas provincias, van primero a visitarlo y quieren llevarse consigo alguna obra suya. Piensan y dicen que no puede haber en Europa otro hombre como él. Y cuando los nuestros les dicen que hay otros todavía más doctos, no se lo pueden creer (….) El hecho de estar él en aquella corte hace que todos los mandarines que vienen a gobernar a estas provincias muestran gran respeto a nuestros padres que se encuentran en ellas, y que les traigan cartas del mismo padre Ricci, y que les vengan a visitar por respeto hacia él.

 

Artículo elaborado por Leandro Sequeiros, Academia de Ciencias de Zaragoza, coeditor de FronterasCTR y colaborador de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión.

 

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