Son múltiples los motivos que mueven a los jóvenes a emigrar de su país de origen. Entre ellos están los económicos para mejorar la formación y encontrar una oportunidad laboral y otros que tienen que ver con motivos culturales y personales propios del ciclo vital en el que viven para adquirir cierta independencia. En el caso español, la emigración juvenil de las últimas décadas previas a la crisis económica ha sido relativamente reducida debido a la escasa movilidad que caracterizaba a la sociedad española desde la transición democrática. De hecho, la resistencia de los españoles a desplazarse a otros países era una de las principales trabas para la internacionalización de nuestro mercado productivo.
Sin embargo, a raíz de la crisis, aumenta el número de jóvenes que deciden marcharse al extranjero, lo que ha despertado un inusitado interés mediático y ha propiciado un intenso debate académico e institucional sobre las consecuencias del desempleo en la población juvenil. No obstante, es bien conocido por los demógrafos los efectos del envejecimiento de la población en las transiciones juveniles y en las economías nacionales como consecuencia del declive de la fecundidad. Y, por tanto, esto supone un nuevo escenario poblacional en el que los jóvenes serán cada vez menos numerosos, mientras las cohortes de población más envejecidas incrementarán su peso poblacional. Este fenómeno ha propiciado cierto temor a quedarnos sin jóvenes, dando lugar a un intenso debate mediático en torno a las consecuencias de la movilidad internacional de los jóvenes españoles, que no siempre se corresponden con el significado real del fenómeno migratorio.