Vivir en un »invierno migratorio». Por José Ignacio García.

Seguro que no soy nada original si describo el tiempo que atravesamos como un “invierno político y social” en Europa en lo que se refiere a las migraciones y el asilo. Desde que Europa sintió, un poco, lo que supone un desplazamiento masivo forzoso como en 2015, nos hemos zambullido en un tiempo frio, de parálisis, y donde casi preferimos que no se toque nada porque todas los cambios legislativos, realizados o propuestos, restringen derechos, fomentan la disuasión y buscan claramente la criminalización de todos los actores implicados. No es que falten ideas, sino que parece que sólo prosperan las que alientan la hostilidad, la agresividad y la opacidad de los sistemas legales. Sin mencionar la opinión pública que vive momentos totalmente asilvestrados. Las redes sociales dan miedo estos días.

En 2015 Europa experimentó, y en escala limitada, el impacto de desplazamientos forzosos masivos. El shock de este fenómeno, aunque cuantitativamente menor que el que experimentan otros muchos países en el mundo, despertó un movimiento de solidaridad admirable pero también, como la resaca del mar, fue despertando todos los miedos y los recelos que forman parte de la complejidad del fenómeno migratorio. Ni la evidencia de los datos, ni la firmeza de nuestras responsabilidades legales, ni un neto sentido de fraternidad humana son suficientes para contrarrestar el malestar que se ha generado y en el que estamos inmersos.

Para las organizaciones que trabajamos en este campo este “invierno” social y político nos obliga a repensar nuestras estrategias y redefinir nuestros marcos de actuación. No podemos seguir operando igual cuando las condiciones están variando tanto hay un principio básico de adaptación que necesitamos activar poniendo más atención y creatividad en nuestros esfuerzos. Además, todo esto se produce en un contexto de pandemia global, ciertamente una dificultad añadida, pero este periodo nos ha proporcionado algunos aprendizajes que nos pueden ser muy útiles para los años próximos. Propongo algunos con la intención de animar el debate.

Durante el último año en las conversaciones con nuestros equipos nacionales el comentario más frecuente era “estamos haciendo cosas que no habíamos hecho nunca”, “distribuimos comida, productos de higiene… nunca habíamos hecho esto antes”. Efectivamente, hemos tenido que adaptar nuestros servicios a las necesidades más urgentes de las personas a las que servimos. Hemos “cruzado líneas” que en otras circunstancias corresponderían a los servicios sociales o a otras ongs. El mundo de los servicios sociales, también el de las ongs, se ha ido instalando en una especialización, en algún caso super-especialización, en aras de nuestra eficacia y también, por qué no decirlo, por interés de los financiadores, especialmente las administraciones. El futuro nos va a demandar más flexibilidad, pero también más porosidad, más capacidad de colaboración con otras organizaciones, si queremos que los beneficiarios están en el centro de nuestras inquietudes y no solo nuestras propias organizaciones.

Pero quizá lo más valioso de este tiempo es que nuestra fortaleza está en los vínculos que generamos con los beneficiarios. Sus problemas de alojamiento, educación, salud, empleo no pueden vivirse como una check-list para ir cubriendo casillas sino como vidas amenazadas y vulnerables. Las experiencias de acogida en las que nos vamos implicando, variantes del patrocinio comunitario que mantiene toda la responsabilidad del estado en la recepción e integración, pero que añade el apoyo de familias y personas locales para construir una red de apoyo. Estas experiencias nos están señalando con fuerza la importancia de construir estos vínculos de relaciones y de mutuo reconocimiento. Si nuestra provisión de servicios va a verse alterada en el futuro lo que debería crecer es nuestra capacidad para desarrollar estos vínculos personales.

Para los que llevamos años participando en redes diversas sabemos lo lento que es este trabajo. Mientras muchos esperan un rápido win-win cuando se adhieren a una red, los que estamos en ello sabemos que el win solo se produce después de mucho sembrar, de invertir al menos tiempo. Una red se desmorona, o se paraliza, en muy poco tiempo; mientras que hacerla significativa e incluso útil lleva años de esfuerzo y dedicación. Y sin embargo el futuro sólo será posible para los que estén participando en redes significativas, y para ello hay que dedicar recursos y especialmente tiempo. Las reservas de creatividad, ideológicas y de identidad se consumen rápidamente en invierno. Las redes nos permiten nutrirnos en tiempos de escasez de un modo eficiente y con bajo coste. Las redes también hacen coherente nuestra apuesta por reforzar vínculos, no sólo con las personas a las que servimos, sino también con los que miran el mundo de un modo semejante.

Los próximos años van a ser un reto importante. Nos van a obligar a una adaptación intensa: colaboración más allá de nuestras zonas habituales de trabajo buscando formulas más integrales de respuesta; reforzar los lazos, los vínculos personales como el lugar concreto de nuestra intervención social, sin rebajar nuestros estándares, pero añadiendo una fuerte personalización de las relaciones; y apostando por un compromiso responsable para sostener redes que sean significativas para nuestras organizaciones.

El “invierno” se ha instalado, nos esperan años de limitaciones financieras, de debate social agrio y enrarecido. La mentalidad de resistencia nos puede encerrar y hacernos reactivos, retroalimentando un proceso tóxico. En nuestra mano está reforzar lo mejor de nuestra actividad, disfrutar de los pequeños logros, no perder la ilusión y apoyarnos mutuamente con generosa fraternidad. Y para los que somos creyentes es un tiempo para alimentar nuestra esperanza con la sabiduría que da saber que el “amor verdadero expulsa el miedo”.

 

José Ignacio García es el actual Director de JRS Europa.

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