Vacunación de niños. Por José Manuel Aparicio.

Enmarcado en el estilo Modernista, Vicente Borrá y Abellá fue un pintor de prestigio internacional que procuró con su pintura retratar la sociedad y su problemática. La escena describe un centro de salud de la época en el que se procede a la vacunación de los niños contra la viruela, una auténtica lacra para la época que supuso más de 300 millones de muertes solo durante el siglo XX.

En la parte inferior izquierda un caballo atado que, infectado, permitía extraer el suero con virus de sus pústulas para ser inoculado en una incisión practicada en el brazo de los menores. El niño contraía así la enfermedad aunque con la posibilidad de superarla y lograr la inmunidad.

El rudimentario método, a nuestros ojos pues para la época constituyó un auténtico logro, explica el miedo patente en la expresión corporal de los menores en brazos de unas madres que intentan calmarlos.

Dispuestas en semicírculo, el pintor sugiere un encendido alegato en favor de estas innovaciones sanitarias al tiempo que parece soñar con un mundo donde las clases sociales queden superadas. Las vestimentas de cada una de ellas reflejan distintas condiciones económicas que muestran su dimensión absurda ante una enfermedad que no hace distinciones y una vacuna compartida.

Dispuestas en la misma sala recuerdan la necesidad mutua de vacunación, pues las calles y la convivencia son comunes y requieren también de una protección mutua.

Es posible que nuestro pintor hubiera recreado su obra variando los protagonistas de la escena para incorporar a los migrantes en una reflexión semejante ante la actual crisis de la COVID-19. En 2012 eclosiona un debate social a propósito del Decreto-ley 16/2012 que limitaba la cobertura sanitaria para los migrantes en situación irregular. La discusión nos acostumbra a parámetros que permanecen en tensión: el gasto sanitario, el colapso de los recursos en la atención primaria, el copago, el equilibrio entre el modelo de atención primaria y hospitalaria… La COVID-19 ha desfocalizado el debate para mostrar que no es una cuestión ligada a la extranjería sino al modelo de Estado a diseñar.

Ya entonces no pocos colectivos de sanitarios emprenden un camino por la senda de la objeción de conciencia y se organizan para ofrecer una atención en un sistema «paralelo». Lo hacen, en primer lugar, por un compromiso humanitario conscientes de que la biología no entiende de estatutos jurídicos. Pero, en segundo lugar, por compromiso con su país pues hasta las estrategias «maquiavélicas» requieren inteligencia y mantener una bolsa de población en situación irregular, cercana a los 800.000 personas constituye una amenaza continua para el desarrollo de enfermedades.

Ahora, en la carrera cotidiana para alcanzar la llamada «inmunidad de rebaño» el interrogante vuelve a adquirir relevancia. ¿Qué modelo debe establecerse en el futuro? ¿cómo garantizar la vacunación de la población en situación irregular? ¿sería razonable apelar a esta inmunidad colectiva para una protección conjunta? ¿cómo lograr que las personas que lleguen a nuestro país participen de la vacunación? Aún más decisivo… Cuando dentro de unos meses se haya alcanzado la suficiente protección, ¿será suficientemente estable? ¿es posible convivir con países limítrofes con índices de vacunación mucho menores? ¿qué papel deberá jugar la cooperación internacional? ¿puede situarse la meta en el 70% nacional o en el mundial?

La COVID, como toda catástrofe, alberga en su seno profundas capacidades transformadoras y de desarrollo. Es posible que también para los flujos migratorios.

 

José Manuel Aparicio  es investigador del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones

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