Refugio y perdón: las heridas primero. Por Ángela Ordóñez.

A menudo, los que nos acercamos a la ardua tarea de trabajar con la tristeza, queremos (siempre con la mejor intención) evitarle mayor dolor a los que la vida ya ha castigado tanto. “Es suficiente”- pensamos. “Ya han sufrido suficiente”, y desde ahí tratamos de ahorrarles cualquier potencial sufrimiento añadido que consideramos innecesario. Incluido el sufrimiento que trae asociado el recuerdo. ¿Cómo trabajar con personas refugiadas que retornan a un territorio que antaño fue su hogar, lleno de recuerdos de este tipo?

Enright y Fitzgibbons, dos de los autores principales en el estudio de la psicología del perdón en el mundo, proponen una guía a seguir para poder superar la rabia y la tristeza que las personas sienten tras haber sido heridas y lograr liberarse de todo lo que esas emociones negativas arrastran. Uno de los primeros pasos que proponen y que, con frecuencia, nos solemos saltar, es revisar lo que ellos han denominado “los 7 niveles de dolor”. A menudo, los que nos acercamos a la ardua tarea de trabajar con la tristeza, queremos (siempre con la mejor intención) evitarle mayor dolor a los que la vida ya ha castigado tanto. “Es suficiente”- pensamos. “Ya han sufrido suficiente”, y desde ahí tratamos de ahorrarles cualquier potencial sufrimiento añadido que consideramos innecesario. Incluido el sufrimiento que trae asociado el recuerdo.

Pero, a la luz de lo que vamos conociendo sobre los procesos de perdón (¿cómo acontecen? ¿por qué pasos o fases suelen pasar las personas? ¿podemos incidir en ellos de alguna manera? ¿facilitarlos?), uno de los primeros momentos, imprescindible para que se dé el perdón (tan necesario para lograr más adelante una vida reconciliada), es precisamente conectar con la herida. El dolor es la señal de alarma que nos permite cambiar y, en la medida en que tapamos ese dolor, no sólo no desaparece, sino que crece, oculto, dañando no sólo el área concreta de nuestra vida que se quebró, sino muchas otras: empañando relaciones con la desconfianza, nublando el pensamiento con ideas cargadas de rencor, arrebatando el sueño con la inquietud y la inseguridad… y de tantas otras incontables maneras que tiene el dolor para adueñarse de las vidas.

Se hace así imprescindible profundizar en el dolor acontecido como consecuencia de la herida, si queremos ayudar a traspasarlo, para que las víctimas no se queden enquistadas en él. Será el malestar sentido el que lleve a la persona a desear estar en otro lugar y no la negación de ese malestar. Y esto vale para todo sufriente, también para la población refugiada. Cuyo dolor, en ocasiones inabarcable, necesita ser expresado y escuchado si quiere ser superado. No para permanecer en un diálogo vacío en torno a la tristeza, sino precisamente para que la persona tome conciencia de todas las consecuencias no deseadas que la tristeza puede traer de su mano y que se despierte en él el deseo de no darle más poder ni espacio en su vida a la tristeza.

Y, ¿qué es eso de “revisar los 7 niveles del dolor”? y ¿cómo podemos hacer algo así con personas como la población refugiada que, como mínimo, lo han perdido casi todo? El dolor de personas a las que se ha arrebatado su hogar, su presente y su pasado, parte de su futuro, en ocasiones sus familias, que han sido víctimas de la violencia ciega e indiscriminada y que se encuentran hoy en el limbo del que lo ha perdido todo y tiene poco o nada para reconstruir su futuro, un futuro que, por otro lado, ya llevaban construyendo mucho tiempo tal y como lo habían soñado. ¿Cómo se desciende a ese dolor? Sin prisa, no podemos tener prisa a la hora de conectar con el dolor de los refugiados, porque su dolor es grande, legítimamente grande, como grande habrá de ser el tiempo que dediquemos a profundizar en él. No para regocijarnos inútilmente en la tristeza, insisto, sino únicamente para que la persona pueda apropiarse de su malestar y conectar con la necesidad de soltar ese dolor. El perdón, o el deseo de perdón, solo puede aparecer ante la necesidad de liberarse del malestar que les impide vivir.

Enright y Fitzgibbons enumeran esos 7 niveles del dolor por los que deberíamos poder pasar como: la rabia, la vergüenza de haberse sentido tratado injustamente, la energía gastada en las emociones negativas, el tiempo perdido en darle vueltas a la cabeza pensando en lo que han sufrido, el tiempo empleado en las comparaciones entre su situación y la del ofensor, el cambio que el daño sufrido ha supuesto en la persona, y, por último, el cambio en su filosofía de la vida, en su manera de entender el mundo (y las consecuencias de ese cambio). Todos ellos son importantes y a todos ellos tendremos que dedicarles tiempo en el proceso de acompañar las heridas. Es mucha la rabia de los refugiados por las incontables pérdidas, por las expectativas no cumplidas; grande también el sentimiento de injusticia, la sensación de que el mundo no les ha tratado como merecían, la vergüenza por que otros cayeran en el camino y no ellos y la vergüenza también por las vejaciones a las que han sido sometidos (que en muchas ocasiones les hacen sentir indignos e inferiores), la sensación de vida perdida que podría haber sido vivida en plenitud y ha sido malgastada por la violencia y las consecuencias que arrastra, y también por el tiempo que siguen empleando en pensar en ello, en las posibilidades imposibles de revocar lo ocurrido, de vengar a sus muertos y sobre todo el dolor al mirarse al espejo y ya no encontrar unos ojos alegres que le devuelven la mirada, y encontrarse cada mañana con una persona que ya no reconocen y que nunca quisieron ser, una persona que ya no sueña o que ya no ríe, o que ya no espera o ya no confía, y saber que esa persona que eran quizá no va a volver porque lo que han vivido les ha cambiado profundamente.

Es mucho dolor, como decía, mucho dolor para ellos y para los que se acercan a acompañarlo pero, si queremos acercarnos, aunque sea un paso, a la posibilidad de una vida reconciliada, será vital poder acompañar ese dolor. Los refugiados necesitan poder llorar lo que han perdido, habrá tiempo de ponerse en pie, tomar las riendas, soltar la amargura, cargar de sentido, empezar a entender y, quizá un día, dejar de sentir odio hacia aquellos que les llevaron a esta situación. Todo esto es perdón, un poco de todo esto ya es perdón.

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