J.A. Marina y María de la Válgoma denuncian en un interesante libro (“La lucha por la dignidad, Barcelona 2000”) que la evolución de los derechos humanos debe reconocerse por el impulso de lo que denominan como argumento ad horrorem, esto es por la vergüenza sentida ante los excesos contemplados por los abusos de minorías contra la naturaleza en un grado tal que exigiría una respuesta ineludible.
La cronología de los acontecimientos durante el siglo XX les da la razón. No solo en la ecuación entre la Declaración de 1948 y el exterminio de los judíos o las masacres en Hirosima y Nagashaki de la II Guerra Mundial; sino también en los excesos en la desigualdad entre países que condujo a la proclamación del Derecho al Desarrollo en 1986; o las amenazas por el deterioro medioambiental que condujeron a los trabajos de la COP21 de París en 2015.
En el momento actual son las migraciones y el fenómeno del refugio el que acapara las dosis de sufrimiento capaces de alcanzar una primera plana mediática que sitúe el problema en la mesa de la política. De la estrategia ad horrorem se sigue siempre un intento de acuerdo internacional que intente ofrecer una alternativa creíble. El proceso, en este caso, comenzó en abril de 2017 para conducir hacia una convención internacional que tendrá lugar en diciembre de 2018 y en el que el Vaticano ha asumido un fuerte liderazgo para su impulso.
Junto a las expectativas y esperanzas que, con toda legitimidad, debe despertar este tipo de dinámicas, es necesario reconocer el límite de sus posibilidades para no establecer un horizonte desencarnado. En términos generales, la ONU y sus propuestas padecen una serie de limitaciones estructurales que fueron denunciadas por el propio K. Annan en su discurso de despedida como Secretario General de la ONU y sintetizadas por J. de Lucas en un famoso artículo titulado “La herida original en las políticas de inmigración” (2002).
Por otra parte, la evolución de los acuerdos alcanzados en la COP21 de París advierten de la inestabilidad de acuerdos que presuponen la soberanía nacional y que dificultan la estabilidad de los mecanismos al arbitrio de un cambio de gobierno particular como ha sido el caso de los EEUU.
Desde una perspectiva filosófica y humanitaria, el impulso del argumento ad horrorem presupone ya una derrota. La de la insensibilidad que el papa Francisco denuncia en el Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de 2016 como globalización de la indiferencia. La de la vergüenza por los cadáveres y el sufrimiento de tantas personas que podrían considerarse como los primeros firmantes tradicionales de los acuerdos de la ONU. Y la concepción utilitarista de la persona cuyas problemáticas son solo consideradas por acumulación de casos, su impacto mediático y el riesgo electoral aparejado.
En cualquier caso, bienvenidas sean las iniciativas y, como alternativa al argumento ad horrorem queda el de la responsabilidad preventiva. La que invita a prepararse personalmente ante la cumbre de diciembre de 2018 visitando la web de la ONU, leyendo la literatura generada en torno al problema para forjar una posición crítica, y meditando en las veinte acciones impulsadas por el Vaticano como compromiso de la Iglesia en este magno proyecto.
José Manuel Aparicio Malo es investigador del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones y sus líneas de investigación se centran en religiones y migración; ciudadanía; teología y migraciones.
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