La pandemia ha supuesto la irrupción abrupta de una nueva realidad en nuestras vidas. Es innegable que este escenario ha supuesto (y supondrá) múltiples cambios en muchos aspectos, puesto que la pandemia ha incidido y determinado todos los ámbitos que rigen la vida social, incluida la cosmovisión colectiva. Esto ha permitido que algunas de las convicciones más asentadas en gran parte de la sociedad se pusieran en cuestión.
Las convicciones respecto a la realidad de la migración no han sido una excepción y también se han revisado, derribando algunos mitos que estaban bastante interiorizados. La narrativa imperante respecto las migraciones, generada y reproducida principalmente por medios de comunicación y actores políticos, ha fomentado la construcción de una figura prototípica determinada de persona migrante y de causas que motivan la migración. Con esta construcción se pretendió impedir que la población de los países receptores pudiera identificarse con las personas migrantes, creando una barrera simbólica que dividía y categorizaba en nosotros/ellos. Esta barrera ha jugado un papel trascendental como material para el discurso de las posturas más reacias a la migración, siendo uno de los recursos más utilizados para tratar de forjar la percepción de que es lícito tener una postura de rechazo hacia las personas migrantes porque son diametralmente diferentes. El resultado de que esta construcción permeara son las políticas migratorias restrictivas que se han desarrollado en Europa especialmente en la última década, que han contado con el beneplácito de una parte significativa de la sociedad.
Sin embargo, esto es un arma de doble filo. Las posiciones más favorables hacia políticas migratorias más restrictivas en los países receptores se sustentaban/sustentan, en gran parte, en la negación infundada de que en su propio territorio puedan replicarse las circunstancias que incentivaron la emigración, en el amplio espectro que representa. Esto implicó que situaciones de conflicto armado, persecución y violencia, cambio climático, desastres naturales, enfermedades, etc., se consideraran como cosas ajenas a las poblaciones occidentales, generando una sensación de seguridad indestructible. Asimismo, también jugó un papel relevante la noción de que cualquier eventualidad relacionada con estas cuestiones, eran sucesos puntuales que no supondrían una alteración de una realidad impertérrita. La virulencia con la que la pandemia ha golpeado ha puesto en jaque ambas nociones y ha incentivado que calara la idea de que las sociedades occidentales son tan sensibles a las circunstancias como cualquier otra.
Con el orgullo herido ante la revelación de que la seguridad es endeble, por efecto dominó se derribó otro mito. En los países receptores, la idea de que no podían producirse perturbaciones que variaran la realidad amparaba el poder trazar planes de vida a largo plazo. Pero la sensación de “inseguridad” vino acompañada de incertidumbre respecto al devenir, una característica que se ha asociado generalmente a las personas migrantes. Las circunstancias han cambiado por completo esta percepción, ya que en el actual estado muchos de los planes de vida se han venido abajo o han tenido que cambiar drásticamente. Además, estos cambios están sujetos con pinzas puesto que existe la idea de que muy probablemente un nuevo contratiempo pueda surgir, como por ejemplo un rebrote de la enfermedad o una crisis económica de dimensiones desconocidas, entre otros.
Tanto el mito de la seguridad como de la certeza en la inalterabilidad del sistema socioeconómico sustentaban la barrera nosotros/ellos. Con la caída de ambos mitos, se ha evidenciado que todas las personas son susceptibles a que las circunstancias en las que se desarrolla su realidad pueden cambiar significativamente de un momento a otro y que aquello que ha motivado que las personas optaran por migrar, podría ser lo mismo que fomentara la migración de las personas de las sociedades occidentales. Porque al final, se ha demostrado que no somos tan diferentes y que todos somos potenciales migrantes. En ese sentido, abogar por establecer políticas migratorias restrictivas pudiera ser lo que nos impidiera migrar en caso de querer o necesitar hacerlo en el futuro.
Álvaro Hervás es antropólogo especializado en migraciones y desarrollo. Forma parte del equipo de comunicación en la Oficina Técnica de SJM.