Cuando te meten de golpe en un cuarto oscuro, aparentemente sin ventanas, no eres capaz de ver nada. Corres el riesgo de perderte en esa oscuridad, no saber cómo salir e incluso desgastarte tratando de dar respuesta a cómo llegaste a parar ahí. Puede llegar la desesperación, el sinsentido… por eso es tan importante la luz, luz que emerge en forma de solidaridad en estos tiempos de pandemia mundial. Y es que frente a una situación como esta caben dos opciones: el «sálvese quien pueda» o el «salvémonos todos juntos». Me atrevo a decir que la opción sabia y valiente es la segunda.
Hace más de dos meses que estalló esta grave crisis sanitaria, crisis que ha adquirido ya dos calificativos más: crisis económica y crisis social. Vemos cada día como las colas que desembocan en centros de reparto de alimentos se alargan cada vez más y la preocupación de las personas por ver en cuestión su sustento de cada día va en aumento. La Comisión Europea ya ha advertido de que esta crisis incrementará los niveles de pobreza y exclusión social en España – ampliando la mirada, también en muchos otros países del mundo -. Y es que las consecuencias socioeconómicas de la pandemia pueden ser tan dañinas como la propia enfermedad.
Por eso quiero hacer una invitación a vislumbrar tres actitudes acuciantes en el momento que vivimos – asumiendo la responsabilidad que tenemos como miembros de una sociedad que padece – de ser luz en ese cuarto oscuro para muchos.
Estamos hechos para dar.
Una tarde en casa, hace ya algo más de dos meses. recuerdo que mi hermana pequeña nos dijo a todos «Estamos en una pandemia mundial ¿Vamos a ver si alguien necesita algo, no?». El ser humano no se entiende sin «el otro». No vale con que yo esté bien si todos no estamos bien. No puede valer. Y si vale, es que el mundo ha conseguido anestesiar el corazón frente al que se encuentra al borde del camino.
Decía San Juan Pablo II que “el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo” (Salvifici Doloris 30). En este tiempo hemos sido testigos de gestos cotidianos, espontáneos u organizados, de acercamiento a la necesidad del otro, de servicio al que está en una situación peor que yo, con menos recursos que yo. Lo que no comparto termina pereciendo, lo que pongo al servicio multiplica su fruto. Pararse y esforzarse por averiguar quién es ese otro que no está bien a mi alrededor es de vital importancia ahora mismo. Cada uno desde su lugar concreto.
Y dar… contagiando un amor inteligente y creativo.
La dificultad del contacto físico requiere un amor inteligente, que invente nuevas formas de presencia. Ahora mismo gestos como un abrazo se cotizan al alza y cada vez sube más el valor de las pequeñas cosas. Es esta creatividad la que nos hará descubrir que el amor es una fuente inagotable.
Si la prudencia es la inteligencia del amor, ahora hay que utilizarla más que nunca. Aquí no hay fórmulas mágicas ni de acierto seguro, cada uno ha de ir descubriendo en lo concreto del día a día. El error está en decidir no amar porque ahora sea más complicado demostrarlo de la manera convencional.
Porque si le pasa a otro, también me pasa a mí.
Tampoco podemos permanecer impasibles al sufrimiento ajeno. Un período de prueba puede hacer que seamos más duros o más sensibles, más indiferentes o más compasivos. Nos invitaba el Obispo de Madrid D. Carlos Osoro a hacer de este tiempo «la nueva época de la solidaridad, donde se reconozca realmente la igual dignidad de cada ser humano y contribuir todos a ello».
Somos conscientes de que esta crisis global no está afectando a todos por igual. Unos la recordarán por las relaciones familiares que afianzaron, los libros pendientes que leyeron o los juegos de mesa que desempolvaron. En cambio, otros lo harán por los seres queridos que perdieron, el sufrimiento que padecieron o vieron padecer en primera línea, el negocio que se vieron obligados a cerrar o el desamparo de sentirse en necesidad. Y todos los recuerdos serán verdad, muy distintas caras del mismo cubo.
Hemos de vivir siempre con la conciencia de que todos somos responsables unos de otros, solidarios unos con otros para bien o para mal, de nuestras elecciones, de nuestros comportamientos. La realidad del otro me interpela. Como bien decía el P. Adolfo Nicolás, Superior General de la Compañía de Jesús de 2008 a 2016 y recién fallecido, «tenemos que empezar a concebir la humanidad como una unidad».
Queda mucho por hacer, por eso nos urge ser luz.
Alicia Pareja Abia trabaja actualmente en el contrato de prácticas de la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos.