En nuestro país la lucha contra el coronavirus se aproxima a una nueva etapa. Una vez doblegada la curva de transmisión, el Gobierno afronta la desescalada del confinamiento, un proceso lento que pretende llevarnos de regreso a la normalidad.
Así, superada esta crisis sanitaria que ha tenido desbordados a los servicios de salud, entramos en una etapa de incertidumbres con más preguntas que respuestas. Esta fase de desescalada del confinamiento paradójicamente visibilizará otra curva, la de pobreza y exclusión social, que ha iniciado su fase ascendente y de la que estamos lejos de su pico.
En este sentido el impacto social del COVID en las personas y colectivos en situación de mayor vulnerabilidad ya se está sintiendo. Algunas entidades sociales vienen alertando de cómo han tenido que duplicar durante estas semanas sus ayudas de emergencia (Cruz Roja, Cáritas, Banco de Alimentos). Más allá de la crisis sanitaria, la pandemia constituirá una crisis económica y social, sin precedentes.
Este post busca alertar y poner el foco precisamente sobre los efectos de esa curva económica y social, que tardaremos más tiempo en aplanar, la de la pobreza y exclusión social. Pero lo quiere hacer sobre una realidad urbana, la de los barrios más vulnerables. Dado que aunque el virus no discrimina, su evolución e impacto será desigual en las áreas urbanas.
Es necesario llamar la atención para que nuestros responsables políticos implementen acciones que permitan prevenir posibles situaciones de riesgo en estas áreas especialmente sensibles y vulnerables. En estos momentos, existen barrios en deterioro, o degradación, que ya estaban caracterizados por la presencia de indicadores sociales, urbanos y económicos claramente negativos. «Aplanar la curva» en estas zonas es crucial para detener el desbordamiento de los servicios sociales, pero también para prevenir posibles conflictos.
Todas las crisis han supuesto un incremento rápido de la exclusión social. Esta no será distinta. Sin embargo, ahora corremos el riesgo de que el distanciamiento social y económico sea mayor, convirtiendo esas zonas de nuestras ciudades, que de forma paulatina fueron concentrando a población de orígenes socioculturales diversos y con una situación económica difícil, en zonas abonadas para el conflicto social, dada la problemática social existente.
Urge fortalecer los elementos que construyen convivencia y desarrollar acciones que permitan prevenir posibles situaciones de riesgo en estos barrios vulnerables de carácter interétnico. Pongámonos a ello.
Sergio Barciela es Doctor en Migraciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo e investigador del IUEM en la Universidad Pontificia Comillas.