El presidente Joe Biden no ha perdido el tiempo desde su toma de posesión el 20 de enero del 2021 como el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos. Ese mismo día, emitió una serie de órdenes ejecutivas que revocaban algunas de las políticas de inmigración más perjudiciales de la administración anterior. También introdujo una legislación que revisaría por completo el anticuado y disfuncional sistema de inmigración de Estados Unidos, ofreciendo, entre otras cosas, una vía de acceso a la ciudadanía para los 11 millones de inmigrantes indocumentados que viven actualmente en Estados Unidos.
Como defensora de los inmigrantes desde hace mucho tiempo, es tentador ver la victoria de Biden como un claro repudio a Donald Trump y su insensible enfoque hacia los inmigrantes. Mi impulso inicial es considerar a los que apoyaron esas políticas (o al menos estaban dispuestos a tolerarlas), como causas perdidas que deben ser relegadas al cajón del olvido. Sin embargo, ni las realidades políticas de hoy ni mi fe me permiten hacerlo.
En primer lugar, promulgar una reforma migratoria integral requerirá apoyo bipartidista. Como lo demuestran los 75 millones de votos que recibió en las elecciones, Trump y su plataforma antinmigrante siguen gozando de un amplio apoyo. En segundo lugar, como cristiana creo en la resurrección de Jesús. Por lo tanto, también debo creer en la redención y en la capacidad de la gente de arrepentirse, ver el error de sus caminos y cambiar para mejor.
Mi reto principal entonces es:¿cómo conseguir que más gente vea a los inmigrantes no como invasores, gorrones o infractores de la ley, sino como nuestros hermanos y hermanas cuya comodidad y bienestar es nuestra responsabilidad colectiva?
Cuando empecé a trabajar en la defensa de los derechos, mi primer instinto fue presentar hechos y datos para desmentir los mitos y la desinformación que circulaban sobre los inmigrantes. Por ejemplo, aunque hay un debate constante sobre su efecto en poblaciones específicas, hay un acuerdo generalizado entre los economistas de que la inmigración beneficia a la economía en su conjunto y tiene poco o ningún efecto sobre el empleo y los ingresos generales de los trabajadores que ya están en EE.UU. El alarmismo sobre la amenaza que suponen los inmigrantes indocumentados es igualmente infundado ya que un estudio realizado en 2015 en Texas, el único estado que compara los delitos cometidos según el estatus migratorio, mostró que los estadounidenses nacidos en el país están sobrerrepresentados entre los condenados por homicidio en comparación con los inmigrantes documentados e indocumentados. Los datos son importantes y ciertamente tienen un lugar en los debates políticos, sin embargo, en el mundo de la opinión pública, los sentimientos suelen importar mucho más que los hechos.
No pretendo sugerir que estos sentimientos sean siempre ilegítimos o irracionales. Después de todo, es razonable, por ejemplo, estar preocupado por la seguridad del empleo durante una pandemia que en un momento llegó al 15% de desempleo. El problema surge cuando esa ansiedad se proyecta injustamente sobre los inmigrantes, y tanto los políticos como los ciudadanos empiezan a creer que el miedo, la sospecha o el resentimiento, son las únicas emociones que pueden sentir hacia los inmigrantes. La verdad es que es posible estar a la vez ansioso por el propio futuro económico y agradecido hacia los inmigrantes, muchos de los cuales han sido trabajadores esenciales durante la pandemia. Una de esas trabajadoras es Claudia (cuyo nombre ha sido cambiado para proteger su identidad); una trabajadora agrícola que aparece en la campaña Solidaridad sin Fronteras, realizada por la Red Jesuita con Migrantes. Durante la pandemia, Claudia siguió haciendo lo que ha hecho durante los últimos 20 años — recogiendo manzanas en el estado de Washington. Ya sea en los pasillos del Congreso o en las mesas de nuestras cocinas, los debates en torno a la inmigración nos obligan a todos a decidir qué emociones vamos a privilegiar. ¿El miedo, la desconfianza y el resentimiento? ¿O la gratitud, la comprensión y la compasión?
Que casi 75 millones de personas votaran por un candidato que pisoteó los derechos y la dignidad de los migrantes, y los usó como una bandera clara en su campaña y administración, deja claro que aproximadamente la mitad del país no comparte la visión que tengo yo para inmigración en este país. Sin embargo, el éxito de la reforma integral de la inmigración no será el resultado de simplemente excluir o avergonzar públicamente a los que no están de acuerdo con nosotros. Debemos buscar dentro de nosotros mismos para generar sentimientos de más generosidad hacía ellos. Sólo así, podremos persuadir a los críticos para que descubran y privilegien nuevos sentimientos hacia los inmigrantes. De este modo, construiremos una sociedad basada en la cultura de la cooperación, en la que todos trabajemos colectivamente por el bien común.
Caitlin-Marie Ward es Asesora Senior de Migración con la Oficina de Justicia y Ecología de la Conferencia Jesuita de Canadá y los Estados Unidos.