El creciente protagonismo del voluntariado en el Tercer Sector

Las personas son la base fundamental del Tercer Sector y, por eso mismo, son su principal fortaleza o su principal debilidad. Existe un cierto consenso en cuanto a que una sociedad con un tejido social fuerte es la base de una sociedad más “próspera”. Esto es, la colaboración de las personas a través de organizaciones formales favorece la disminución de los conflictos y promueve la cooperación entre las personas, lo que facilita las interacciones y permite mitigar la desigualdad. En definitiva, es una sociedad donde las personas son importantes para otras personas. Esto permite construir espacios sociales y económicos más habitables.

Los beneficios sociales de la participación de las personas en estas entidades son muy diversos, destacando el incremento del capital humano originado por la transferencia del conocimiento y el aumento de la confianza interpersonal a través de las interacciones de los miembros de las entidades. Además, la participación en asociaciones y fundaciones es un incentivo para la participación política. Las formas de vinculación con las entidades son muy diversas. Desde las formas más tradicionales y permanentes como asociados hasta colaboraciones puntuales, como voluntariado ocasional, donantes esporádicos o sistemáticos, e incluso la red como un nuevo fenómeno de vinculación. No obstante, proponemos, en línea con la literatura especializada, cuatro formas de vinculación: socios, voluntarios, donantes y trabajadores. También cabría considerar a las personas destinatarias o usuarios como una categoría que se debe considerar. En este caso, hay que distinguir aquellos usuarios que son socios y, por tanto, ya están incluidos, de aquellos usuarios de organizaciones en las que no son socios, sino beneficiarios de la actividad. En este último caso, se encuentran ejemplos con nuevas formas de modelos de gestión más participativos y con una mayor implicación de estas personas en las decisiones de las organizaciones.

Conceptualmente no hay problemas a la hora de describir a unos y a otros, aunque en la práctica se den distintas casuísticas y circunstancias. Por lo general, los socios son aquellas personas que se han inscrito en una asociación, contribuyen con una cuota y participan en la toma de decisiones con mecanismos democráticos internos. Esto es así siempre que estemos en el marco legal de las asociaciones, que es distinto al de las fundaciones. En el caso del voluntariado, que pueden ser socios o no, la característica principal es que destinan parte de su tiempo a colaborar en las tareas o actividades de una entidad. Los donantes son todas aquellas personas que aportan una donación monetaria, patrimonial o de otro tipo a una entidad y, evidentemente, pueden ser también socios y voluntarios. Por último, se consideran trabajadores a todas aquellas personas que tienen una vinculación contractual y remunerada con una entidad. También pueden ser socios y, en ocasiones, voluntarios y donantes de una entidad.

Las cuatro formas de vinculación no son estrictamente excluyentes entre sí. Es más, es muy común encontrar personas implicadas en las entidades del sector que suelen cumplir y alternar estos distintos roles. Se puede hablar de multipertenencia y multiplicidad de roles, que, además, suelen reiterarse entre las personas más activas.

Por otra parte, en la actualidad se observan importantes cambios en el modo de “estar” y “ser” en las organizaciones no lucrativas. Por un lado, siguen existiendo asociaciones con un elevado compromiso de sus miembros en la gestión, en la provisión de servicios y con fuertes vínculos entre sus integrantes, que conviven, por otro lado, con entidades que se han “profesionalizado” y donde apenas hay base social.

Durante la época de expansión, de optimismo económico y con más fluidez del dinero se argumentó que había que crecer por economía de escala. Esto se observa en muchos ámbitos, quizá uno de los más evidentes es el de la cooperación al desarrollo. La necesidad de buscar un mayor tamaño y volumen de recursos ha hecho que existan entidades con más trabajadores que socios o voluntarios comprometidos. También ha sido una forma de generar (auto)empleo donde se producen vínculos asociativos que en realidad no lo son y se combinan con otras entidades que podemos llamar tipo “clic”, en la distancia, al alcance del “ratón”.

Esto enlaza con la argumentación de Zygmunt Bauman cuando explica lo que son las “comunidades percha” o “comunidades de carnaval”. Éstas generan vínculos entre sus miembros, pero tan livianos que basan sus relaciones en el pago a un número de cuenta corriente a través del cual se hacen las donaciones. Estos vínculos mantienen la utilidad social de proporcionar sentimientos de pertenencia. Se puede decir que rozan cierto grado de superficialidad, en tanto que facilitan a distintas personas su “integración” en una asociación de tal manera que las vincula “socialmente”, pero no exigen mayores esfuerzos. Es así, entre otras razones, porque el desarrollo de las propias entidades y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) está permitiendo la existencia de “socios de ratón”. Estas personas conocen a las entidades a través de la pantalla del ordenador y pagan una cuota a través del banco sin ningún otro tipo de relación con el resto de los socios. Las emociones en juego y las redes sociales de interacción se fraguan en un nivel distinto proporcionado por las TIC.

Como se ha indicado, que una persona sea socia, voluntaria o donante no es excluyente entre sí. Pero, además, una misma persona puede desempeñar distintos roles y diferentes grados de compromiso con diversas organizaciones.

De estas tres figuras, la de socio representa el referente de la participación en las organizaciones, ya que es quien en sentido estricto aporta tiempo, dinero y, además, está legitimado para participar en la toma de decisiones de la organización. Sin embargo, el crecimiento de las propias entidades, la profesionalización de los gestores y otras muchas influencias han hecho que la figura de socio suela quedar reducida al mero pago de una cuota sin necesidad de complicarse más.

Por esto, cabe pensar que la figura del voluntario pasa a ocupar un lugar más relevante al verse como el que representa un mayor grado de implicación y complicación con las entidades. Sin embargo, y al mismo tiempo, la figura de la persona voluntaria también agrupa un abanico de opciones y gradaciones en su actuación. Así, es posible ser voluntario de un día, con uniforme incluido, para no volver hasta el año siguiente como estar inmerso en la gestión y el día a día de organizaciones de todos los sectores y tamaños.

A estas dos primeras figuras, socios y voluntarios, hay que añadir la de quienes son donantes de las entidades. Los hay de tantos tipos como campañas y organizaciones receptoras. Mientras no terminen de concretarse las formulas del mecenazgo, la figura del donante responde a un modo de implicarse esporádicamente con proyectos y fines mediante la aportación de dinero en momentos puntuales, normalmente ante llamamientos o situaciones de emergencia. Si la contribución es sistemática y con plazos fijos en el tiempo, esa donación se asimila a una cuota o al mecenazgo regularizado.

Finalmente, una situación habitual en muchos países es la llamada pluripertenencia. Se da la circunstancia de que un número importante de personas, una vez que han decidido participar en el tejido asociativo, acaban perteneciendo a varias organizaciones. En España, un ejemplo es aquella persona que pertenece a un club deportivo, a la asociación de padres del colegio de sus hijos, a su propia organización profesional y, además, en determinadas fechas significativas del año (como Navidad) o en campañas concretas (de Cruz Roja, de la Asociación Española Contra el Cáncer, de la campaña contra el hambre, etc.) hace alguna donación a organizaciones de más presencia social.

Todo esto lleva a proponer un modo de analizar la relación de las personas con las entidades no lucrativas teniendo como marco de referencia el punto de vista de la persona y su grado de compromiso. Así, se podrá entender mejor cómo y por qué el sector evoluciona en una u otra dirección.
En la literatura especializada se dice que tendemos a asociarnos con personas similares –los afines se buscan, como un magnetismo inverso–, por lo que se supone que la heterogeneidad de la población es una variable que disminuye el número de relaciones. Alesina y La Ferrara mostraron que la heterogeneidad de la población afecta negativamente a la participación en organizaciones. Sin embargo, otras teorías argumentan que una de las razones del crecimiento de las organizaciones no lucrativas se debe, precisamente, a esta heterogeneidad de la población. En nuestra opinión, en primer lugar, hay que delimitar el término heterogeneidad que se utiliza en la literatura. Sí es cierto que existe una mayor propensión a unirse entre los afines y, por tanto, en las poblaciones heterogéneas se producen agrupaciones entre los que comparten algún rasgo en común. Sin embargo, si la heterogeneidad es equivalente a la desigualdad, ésta siempre va a ser una fuente que desincentiva la participación. Pero no así la heterogeneidad entendida como diversidad cultural, religiosa o étnica.

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