Desde la transición política en España se han ido sucediendo sucesivas generaciones cada vez más protegidas por las familias, cada vez más dependientes y cada vez menos autónomas. Personas acostumbradas a que otros les ofrezcan una selección ordenada de las decisiones que deben tomar a cambio de proporcionarles una adecuada certidumbre en su trayectoria vital.
Personas muy poco participativas –según muestran los sucesivos IJE citados, aunque parece que mantienen su deseo de participar intacto–, porque la propia dependencia no les facilitaba una acción participativa autónoma. Con los años, el modelo participativo para las personas jóvenes ha sido el de las juventudes de los partidos políticos que han seguido todas las organizaciones juveniles, formaran parte o no de una organización social más amplia: sin poder de decisión propio y perfectamente sumisas ante las orientaciones que les proporcionaban desde la jerarquía, optando por una carrera de méritos para poder escalar puestos de responsabilidad en la etapa adulta. Algo que muy pocas personas jóvenes han criticado y que se ha interiorizado como una “opción ventajosa”, lo cual explica que, por ejemplo, a pesar de la falta de compromiso juvenil, el porcentaje de voto de las personas jóvenes ha ido ascendiendo en toda la etapa democrática, al menos hasta 2008 en que comenzó a descender.
Pero, en la actual situación de crisis, las respuestas que les han ofrecido los adultos y las instituciones en los últimos treinta años ya no les valen. Primero, porque todos saben que estas respuestas ya no son las adecuadas. Y, segundo, porque los adultos han perdido el poder que les otorgaba la dependencia juvenil. Expresado en otros términos, a partir de ahora a los adultos apenas les quedan recursos para ejercer este papel y, además, carecen de una orientación fuerte a partir de la que establecer trayectorias de vida fiables. Por ello, y por primera vez en la etapa democrática, les dicen que “se tienen que espabilar”.
¿Cómo van a reaccionar las personas jóvenes ante esta situación? No podemos preverlo por falta de precedentes. Pero caben dos alternativas antagónicas: la reacción de la pasividad y la reacción del activismo. Con todas las combinaciones y matices intermedios. Tanto la pasividad como el activismo pueden optar por muy diversos estilos de vida, así como por muy distintos soportes culturales e ideológicos. En este momento, creemos que todas las posibilidades están abiertas, aunque, si nos vemos obligados a elegir, nos inclinaríamos por la búsqueda de alternativas personales muy variadas en las que el cosmopolitismo supondría la imagen cultural más fuerte.
¿Significa esto ser un sujeto autónomo? Sin duda sí, si lo comparamos con las tres décadas anteriores de dependencia y subordinación social y familiar. Aunque también es cierto que las alternativas personales, y la propia movilidad cosmopolita, responden en parte a las necesidades de las sociedades liberales y a las exigencias de un mercado de trabajo altamente flexible, es decir, la posible autonomía personal debe afrontar un conjunto de exigencias estructurales que la limitan de forma muy intensa. Pensamos que los jóvenes españoles se van a emancipar en los próximos años a una edad más temprana, pero esta emancipación (de la familia) irá ligada a la nueva disciplina que impondrá el mercado de trabajo.
De la misma manera que la precedente etapa de protección y dependencia familiar e institucional ha implicado crecientes dificultades para la participación y la autonomía juvenil, ¿qué pasará en una etapa liberal como la que parece avecinarse? Algunos autores opinan que continuará el declive de la participación, y en particular de la participación juvenil, mientras otros opinan que la sociedad civil se pondrá, para oponerse, definitivamente en marcha.
A más corto plazo, ¿se puede deducir algún componente propiamente juvenil en las actuales movilizaciones sociales? Lo cierto es que poco, porque, aunque son muchas las personas jóvenes que parecen participar en las manifestaciones y otros movimientos sociales, su representación es menor que su demografía.
Desde la mera observación, porque aún no hay estudios empíricos sobre esta cuestión, se puede establecer que en estos movimientos sociales, más o menos reactivos, aparece una proporción importante de personas adultas, con una cierta sobrepresencia de personas entre 30 y 40 años, muchas de ellas vinculadas al tercer sector de acción social. Es decir, los que han sufrido con más intensidad los recortes sociales y las edades en las que el índice de paro (sobre la población total, no sobre la población activa) es más elevado. La mayor parte de los movimientos, como por ejemplo los sindicales relacionados con ERES o las reducciones salariales, así como los vinculados con la sanidad o la Administración Pública, no son acciones con una gran presencia juvenil (aunque quizá para compensar se están produciendo algunas en las que los adultos van acompañados de hijos menores de edad).
Incluso las acciones emprendidas en el sistema educativo, salvo excepciones provocadas en gran medida por una agresiva respuesta represiva sobre los estudiantes, han contado con una señalada participación estudiantil, pero sólo como respuesta de los propios estudiantes ante la acción policial. De hecho, las “mareas verdes” han estado protagonizadas de forma preferente, y al menos hasta marzo de 2013, por padres y profesores y algunos alumnos de Educación Primaria que les acompañaban. Los estudiantes de enseñanzas medias, salvo las mencionadas excepciones, apenas aparecían. Algo parecido se puede decir de las universidades, donde el protagonismo ha recaído en profesores y PAS, con una notable ausencia de movilización estudiantil.
En la práctica, se están movilizando aquellos colectivos etarios que han protagonizado el fenómeno de una socialización en la pasividad y la dependencia familiar. Y lo hacen porque aceptaron este juego a cambio de algunas promesas que ahora no se van a cumplir. La frontera etaria de las actuales movilizaciones se sitúa en el grupo de edad de 25-29 años y quizás algo posterior (¿jóvenes adultos?, ¿adultos jóvenes?) y supone la defensa de un modelo social que está siendo destruido. Pero, ¿y las personas jóvenes? En particular, ¿las jóvenes? Es como si éstas no fueran sus batallas. Pero, obviamente, en algún momento identificarán cuáles son sus intereses, se organizarán y se movilizarán.