El sistema de pensiones público español se basa en las contribuciones realizadas durante la vida laboral bajo un esquema fundamentado en una persona trabajadora a tiempo completo que cotiza al sistema a lo largo de toda su vida.
Este sistema es heredero de un período histórico en el que la sociedad estaba configurada mayoritariamente en torno al tipo de familia “proveedor económico masculino/esposa dependiente”. Su reflejo en relación con el sistema de pensiones se traduce en un modelo en el que los hombres son incorporados como trabajadores que cotizan y, por tanto, adquieren derechos relacionados con las cotizaciones que les protegen cuando sus ingresos del trabajo cesan. Mientras, las mujeres son dependientes del trabajador, por lo que sus derechos son derivados: pensión del cónyuge y pensión de viudedad.
A pesar de la llegada de la democracia y de la eliminación de los sesgos de género explícitos, el modelo actual sigue conformándose como un sistema de naturaleza fundamentalmente contributiva y continuada a lo largo de la vida laboral, por lo que parte de una serie de supuestos que son “ciegos a la cuestión de género”, no teniendo en cuenta, por ejemplo, algunas de las cuestiones que ya se han analizado a lo largo de este capítulo:
- La mayor dedicación de las mujeres a los trabajos reproductivos y de cuidados (que no cotizan), imprescindibles para el mantenimiento de la sociedad y del sistema.
- Las menores tasas de actividad de las mujeres con respecto a los hombres.
- Las mayores tasas de paro de las mujeres.
- La segregación del mercado laboral por género.
- La ubicación de las mujeres en empleos más precarios.
- Las diferencias salariales entre mujeres y hombres.
Por tanto, aunque la práctica totalidad de los estudios académicos que analizan las trayectorias laborales desde una perspectiva de género constaten la existencia de notables diferencias en la evolución de las carreras profesionales de mujeres y hombres, el sistema de pensiones públicas actual parece “desconocerlas”. Así, tal y como refleja la literatura especializada, mientras la trayectoria laboral de los hombres es lineal y ascendente, en el caso de las mujeres se caracteriza por una serie de hitos que marcan sus carreras y que van a darlas forma, bien de “U” o bien de “cordillera”, siendo este ciclo laboral discontinuo de las mujeres la consecuencia directa de las dificultades para compatibilizar el trabajo de cuidado de “los otros” (menores, personas dependientes, etc.) con el trabajo remunerado. Esta situación desemboca en muchas ocasiones en un abandono temporal del trabajo, en mayor presencia en empleos de carácter parcial y en períodos de “inactividad forzosa”. Y esta mayor discontinuidad –como se verá a continuación–, tiene una clara penalización en el acceso y cuantía de las pensiones.
Así, la menor tasa de ocupación femenina, la desigualdad salarial y las diferencias entre la vida laboral de hombres y mujeres llevan, en la actualidad, a una notable diferencia entre la pensión media de las mujeres (655 euros al mes, más de 400 euros inferior que la de los hombres, que es de 1.063 euros al mes) (tabla 11) y a que el 81% de las pensiones no contributivas por jubilación sean percibidas por mujeres en 2011. Es decir, las diversas situaciones sociales y laborales de hombres y mujeres se reflejan en el nivel de protección que ofrece la Seguridad Social, que es notablemente inferior para éstas.
Teniendo en cuenta los últimos datos disponibles sobre pensiones contributivas de la Seguridad Social (1 de abril de 2013) y, atendiendo a la clase de prestación que unas y otros perciben y a la pensión media de las mismas, también se observa una clara diferencia. Aunque el número de hombres y mujeres pensionistas es prácticamente el mismo, las divergencias se ponen de manifiesto si se tiene en cuenta el tipo de pensión y la escala de protección. Así, con respecto a las mujeres, los hombres son los principales beneficiarios de las pensiones relacionadas con su actividad previa en el mercado de trabajo, que coincide con las prestaciones mejor retribuidas: el 63,8% de las prestaciones por jubilación y el 65,3% de las prestaciones por incapacidad permanente. Esta proporción se invierte espectacularmente en las pensiones de viudedad, donde las mujeres reciben el 92,9% del total de las prestaciones. Además, del total de mujeres con pensiones contributivas, casi la mitad percibe pensiones de viudedad (46,8%) porcentaje que sólo alcanza el 3,8% en el caso de las hombres. Por el contrario, un 78,6% de los pensionistas reciben prestaciones por jubilación, frente al 42,4% de las pensionistas.