A efectos legales y estadísticos, la categoría “persona joven” se extiende entre los 15 y los 29 años. Es decir, se deja de ser joven el día en que se cumplen los 30 años. La determinación de esta franja de edad se estableció en la época de la transición a la democracia (rompiendo con el anterior modelo de 15 a 24 años) y se ha mantenido desde entonces. En su momento, este cambio supuso un avance, al que de manera progresiva se adhirieron, en la década de los años ochenta, todos los países europeos, y en los últimos diez años el resto del mundo, aunque con notables excepciones. Tratando de emular aquel éxito, España ha intentado ampliar la categoría de joven hasta los 34 años, pero, en este caso, la iniciativa no ha prosperado en otros países. Fundamentalmente porque tal ampliación respondía a la situación y a la idea, casi exclusiva de España, de que se era una persona joven mientras no se emancipaba o no se accedía a una vivienda propia y esto, en España, y casi sólo en España, no pasaba hasta después de los 30 años.
Teniendo en cuenta este rango de edad, cada vez hay menos personas jóvenes en España, lo que implica que representan un bien cada vez más escaso. En 1970 eran casi siete millones y medio y representaban el 22% de la población; en 1991 se alcanzó la cifra máxima, con 9.682.119, el 24,9% de la población. Desde entonces se ha iniciado un continuo descenso que la inmigración no ha logrado evitar, a pesar de que un elevado porcentaje de inmigrantes (o de hijos de inmigrantes que ya no son extranjeros) son personas jóvenes (tabla 1).
A 1 de enero de 2012, el número de personas jóvenes era de 7.881.959, lo que suponía un 16,7% de la población. De ellos, 1.391.286 eran extranjeros, lo que equivalía a un 17,7% de las personas jóvenes. Además, hay que tener muy en cuenta que una parte importante de las personas jóvenes que figuran como españoles son en realidad inmigrantes que se han nacionalizado, bien por arraigo o bien porque lo es uno de sus progenitores. Esto significa que los nativos de familias españolas de origen son algunos menos.
El número de hombres supera al de mujeres, a pesar de que entre los extranjeros hay más chicas que chicos (lo que supone que la inmigración joven tiene un cierto componente femenino). Esta mayoría masculina (que no era así en el pasado) se debe a la caída de la mortalidad infantil (nacen más hombres que mujeres, pero éstos morían en el pasado con mayor facilidad), así como a la reducción de la sobremortalidad masculina por las llamadas “causas externas”, que desciende de una forma vertiginosa en la última década.
Pensando en el futuro, con una proyección de población simple con los actuales efectivos, en 2017 el número de personas jóvenes habrá descendido de manera natural en unos 1.087.339 efectivos, situándose en menos de siete millones. Para 2022, las cifras alcanzarán, también de forma natural, un suelo de 6.689.435. Obviamente, tales proyecciones no tienen en cuenta factores como el retorno de los inmigrantes y la emigración de los jóvenes españoles. Con estas cifras se puede afirmar que la sociedad española ya se ha situado en una pendiente de descenso demográfico que, salvo que continuara la inmigración masiva en los próximos años, lo que no parece, ya es irreversible. Las personas jóvenes han sido un bien escaso en las últimas décadas y lo van a ser más en las próximas.