El necesario debate social sobre los horarios

Si hiciéramos un ranking de las frases que más pronunciamos, seguro que en los primeros puestos encontraríamos la de “no tengo tiempo”. En cambio, si este mismo análisis lo hubieran llevado a cabo nuestros abuelos, esa expresión no hubiera figurado como una de las primeras. La permanente sensación de falta de tiempo es una de las características de la sociedad actual. Vivimos con la impresión de fondo de que quizás podríamos aprovecharlo más, y mejor, o estar haciendo más cosas o llegar más lejos. A menudo nos sentimos frustrados por no conseguirlo.

Debemos dar el máximo valor al tiempo, tanto al propio como al de los demás, y aprender a gestionarlo. “Lo único que realmente nos pertenece –escribió en el siglo XVII el filósofo español Baltasar Gracián– es el tiempo: incluso aquel que no tiene otra cosa cuenta con eso”. Es la clave de nuestro bienestar, porque el estrés normalmente no lo causan las actividades que realizamos, sino la falta de tiempo para llevarlas a cabo. Todos tenemos 24 horas, 1.440 minutos, 86.400 segundos diarios. Y, según los utilicemos, seremos más felices y haremos más felices a quienes nos rodean o, por el contrario, crearemos crispación y problemas.

Esta labor debe iniciarse en la familia y la escuela, desde las cuales ha de enseñarse a los niños a valorar el tiempo de estudio, de descanso, de ocio… Y ha de proseguir en los restantes niveles educativos. Con el paso de los años, hemos visto que muchos de los conocimientos que habíamos adquirido no nos servían o se habían quedado obsoletos por los nuevos conocimientos, por el cambio de las circunstancias o los avances tecnológicos. Pero saber valorar el limitado tiempo del que disponemos y gestionarlo adecuadamente es necesario a los diez, a los veinte y a los cuarenta años, así como a los ochenta o los noventa para quienes alcancen estas edades.

En España, tenemos una dificultad añadida a esta falta contemporánea de tiempo, que es común a todas las naciones desarrolladas: unos horarios inadecuados. En nuestro país, las jornadas de trabajo se prolongan frecuentemente hasta la tarde-noche, lo que obliga a muchos españoles a llegar a casa tarde y cansados, reduce notablemente el tiempo para compartirlo con familiares (particularmente el dedicado a la educación de los hijos pequeños) o amigos, para mejorar la formación o para practicar sus aficiones. Contribuye igualmente a que se pospongan las compras y las tareas de orden y limpieza del hogar al fin de semana, reduciendo las horas de ocio y el descanso.

La adopción de unos horarios más racionales y flexibles facilitaría la conciliación de la vida personal, familiar y laboral que desean millones de españoles; mejoraría su bienestar; favorecería la igualdad efectiva entre el hombre y la mujer; podría contribuir a que aumentara la productividad de las empresas; ayudaría a reducir el gasto energético y la consiguiente contaminación ambiental; apoyaría el rendimiento en todos los niveles educativos; posibilitaría que las asociaciones, fundaciones y ONG dispongan de colaboradores con tiempo y energías; facilitaría la coordinación con otros países en un mundo tan globalizado… Como puede verse, las ventajas son numerosas e importantes.

Respecto a los horarios, en nuestro país se vive una situación paradójica: se trata de un tema que suscita una evidente preocupación e interés social, pero que más allá de declaraciones de intenciones –las más de las veces estériles–, queda orillado tras los discursos acerca de tópicos idiosincráticos y climáticos y consolidadas estructuras aparentemente inamovibles. Los clásicos “somos así” y “España es diferente”. En la tarea de conseguir que este tema no deje de estar en la agenda de las Administraciones Públicas, las empresas y los medios de comunicación destacan la labor de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles (cuadro 1 y cuadro 2).

A continuación se analizarán los cinco ámbitos básicos que son objeto de debate público en torno a los horarios (horarios de comidas, horarios laborales, horarios escolares, horarios de descanso y ocio y horarios comerciales), siempre bajo la perspectiva de la comparación con los países de nuestro entorno. Nos interesa contrastar las peculiaridades de los horarios españoles, sus posibles causas y consecuencias y su relación con las demandas de la sociedad española, en un intento de ir más allá del discurso de tópicos o de resignación al que se acaba de hacer referencia. Dedicaremos especial protagonismo a los horarios laborales, porque entendemos que son los que en verdad condicionan el resto de los horarios.

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