Cuando un país pasa por una situación complicada, el lenguaje político normal suele convertirse en un lenguaje viciado. Actualmente España pasa por uno de esos momentos: un profunda crisis económica y financiera, un altísimo porcentaje de personas en paro, un grado de corrupción como nunca se había conocido que se ha extendido hasta algunos miembros emparentados con la institución monárquica, una reforma laboral que ha cercenado muchos de los logros conseguidos por los trabajadores, bajada de las pensiones, subida de impuestos, grandes recortes en servicios esenciales como la sanidad y la educación, prejubilaciones multimillonarias e inmorales para gestores que han llevado a la ruina y al colapso a bancos y cajas de ahorros, despilfarro en obras faraónicas que no han servido para nada, etc., etc., etc.
Esta situación es un perfecto caldo de cultivo para que el lenguaje se vuelva intolerante por parte de la llamada clase política, en apariencia más interesada en diatribas que a nada conducen que en solventar los graves problemas que aquejan al país.
Los ciudadanos observan con temor el cariz que adquiere la situación y advierten a los gobernantes de que es preciso cambiar el rumbo, que han de gobernar para ellos y no contra ellos. Para ello recurren a los mecanismos que el ordenamiento jurídico les concede: las manifestaciones y las huelgas. Es entonces cuando salen a la palestra las cabezas medianas a las que hacía referencia Antonio Machado. Tertulianos, columnistas y políticos se manifiestan, con toda legitimidad, sobre los hechos, pero algunos de ellos se revelan incapaces de imprimir sobriedad y continencia a su discurso y, en un ejercicio de intemperancia, hacen uso del reservorio de la inquina y la maledicencia y dan muestras de una intolerancia que a veces raya en la vejación y el insulto.
La delicada situación por la que atraviesa el país ha dado lugar a muchas manifestaciones y a una huelga general, todo ello en un cortísimo lapso. No es objeto de este análisis entrar en valoraciones acerca de lo acertado o desacertado de las decisiones de este Gobierno ni del anterior, pero sí lo es conceptuar la corrupción que experimenta el lenguaje cuando se pone al servicio de determinados intereses, ya sean estos políticos, sociales, económicos o religiosos.
El 8 de noviembre de 2011, el diario El País y otros medios de comunicación publicaban una noticia en la que el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, destituía de manera fulminante a un miembro del Ayuntamiento de Madrid y se desvinculaba de las opiniones vertidas por éste en la red social Twitter, en la que, entre otras cosas, aseguraba que Prisa iba “mal, muy mal”, lo que provocó un tremendo revuelo. Al parecer no fue esta la única “salida de tono” del coordinador destituido, sino que sus tuits solían incluir alguna que otra lindeza, como ésta que le dedicó a la entonces ministra de Defensa, Carme Chacón, y que trascribimos tal cual: “Pija de colegio de pago y casi no sabe ni hablar. La salva el despliegue mediático de su pareja. […] y tu que quieres para España. Das vergüenza ajena y eso que vas de cuota”.
Este menosprecio hacia la ministra de Defensa fue seguido por un escándalo protagonizado por una ex concejala de Palma de Mallorca, que colgó en la red Facebook una imagen manipulada en la que se podían ver los pechos de Carme Chacón durante una visita a Afganistán, con el siguiente comentario: “Lo que tiene que hacer una ministra del PSOE para ganar votos”.
La intolerancia se manifiesta de muy diversas formas y no siempre es necesario recurrir al lenguaje insolente ni al exabrupto para caer en la manifestación denigrativa o injuriosa. A veces, el tono moderado es mucho más injurioso que cualquier expresión tosca y salida de tono. El repertorio de manifestaciones que esconden actitudes y expresiones intolerantes es más amplio y variado de lo que sería de desear y en él se incluyen personas de todo tipo y condición: ministros, diputados, alcaldes, miembros de partidos políticos, empresarios, periodistas e incluso algún destacado miembro de la nobleza.
Las manifestaciones que tuvieron lugar contra la reforma laboral, los recortes y otras medidas del Gobierno, la huelga general del 29 de marzo de 2012 y el aniversario del movimiento 15-M, han servido de excusa a la prensa más conservadora, a tertulianos, columnistas y a algún que otro político, para descargar todo el fuego sobre los protagonistas de estos acontecimientos. Algunas de esas opiniones, a todas luces injustificadas, han tenido respuesta en forma de querella por parte de las personas afectadas.
La conmemoración del primer aniversario del movimiento 15-M también fue motivo de amplia información en todos los medios de comunicación del país. Los más conservadores acusaron a sus miembros de ser radicales, de extrema izquierda, antisistema e incluso de falta de higiene personal. En mayo, un diario conservador dedicó un editorial al fenómeno social de los indignados, en el que decía que el movimiento conmemoró su aniversario demostrando “su decadencia y paupérrimo apoyo” y concluía que “durante estos 12 meses, se ha constatado que los indignados no son más que unos títeres de la ultraizquierda y los antisistema”.
Andalucía y el resultado de sus elecciones no iban a ser menos y a quedarse fuera de juego en esta demostración dialéctica llevada a cabo por algunos medios de comunicación. En un artículo publicado en otro diario de ámbito nacional, una periodista vertía su opinión sobre el acuerdo de gobierno entre el PSOE e Izquierda Unida. Escribía la periodista que “para mantener su poltrona, el nuevo presidente de la Junta se ha entregado de plano a Izquierda Unida, guardiana de un programa político más propio del antiguo Berlín oriental que de la Europa actual”. Y añadía más adelante: “Esta especie de frente popular, que recuerda el “guerracivilismo” de otras épocas, va camino de ser todo un frente impopular”.
Está visto, pues, que la función política se presta al desprecio, la falta de estima y la denigración, ya sea por boca de los propios políticos, ya por medio de determinados informadores que se convierten así en voluntarios voceros de las actitudes más conservadoras e intolerantes con quienes no piensan del mismo modo. El rosario de insultos, ofensas, invectivas, críticas acres, desprecios, burlas y otras desconsideradas actitudes que en su momento sacudieron los mentideros patrios y fueron aireados por los medios de comunicación, resulta bastante llamativo y sería prolijo enumerar.
En ocasiones, esas actitudes ofensivas se dirigen contra las mujeres, con un manifiesto y palmario sentido machista, de intolerancia y de prepotencia. También aquí hay ejemplos que dicen muy poco de quienes se pronuncian en ese sentido con el único fin de ofender y menospreciar a las mujeres por el mero hecho de serlo. El diccionario de la RAE define el sexismo como la “discriminación de personas de un sexo por considerarlo inferior al otro”. Ese proceder se da en todos los ámbitos de las relaciones humanas y el mundo de la política no es ajeno a ello. El tratamiento discriminatorio en el discurso político viene determinado por el empleo del lenguaje, bien sea por los términos utilizados o por el modo de construir la frase. Es lo que se conoce como sexismo lingüístico y en él incurren tanto hombres como mujeres. Pero cuando lo que prima es la intencionalidad con la que se ha cargado la frase o la prepotencia que anida en ella, las cosas cambian, ya no se trata de sexismo lingüístico sino de actitudes sexistas puras y duras, de lenguaje corrompido y viciado por la intención de zaherir.
No son expresiones anecdóticas, ni mucho menos. En ellas hay algo más que comentarios en apariencia ingeniosos. Son expresiones claramente machistas que se han disfrazado con una pátina de ingenio para conseguir que parezcan chistosas cuando en realidad son mordaces.
En política se respira machismo, un machismo feroz e insultante que ataca a las mujeres que se dedican a la política porque para algunos ellas siguen siendo objetos. Delia Blanco, presidenta del Partido Socialista de Madrid y diputada en el Congreso, comentaba: “Si una tiene los labios grandes o pequeños se comenta. Si viste mal es horrible, si viste bien es demasiado. Eso no sucede con los hombres. Esto no son los casinos del siglo XIX, pero siguen hablando de mujeres en lugar de políticas o de personas”.
Determinados medios de comunicación tienen buena parte de culpa, porque sus creadores de opinión se esfuerzan por mantener vivo el sexismo con permanentes ataques llenos de misoginia y machismo, poniendo en duda el crédito o estimación de aquellas que, en su legítimo derecho, se dedican a la política y a la función pública.
Los casos no son aislados sino que se repiten desde antiguo. Hace unos años, en el 2010, un alcalde llamó “voluminosa” a Elvira Rodríguez, ex ministra de Medio Ambiente por el PP y a la sazón presidenta de la Asamblea de Madrid. Poco después, ese mismo año, otro alcalde se manifestó de manera grosera y maleducada sobre Leire Pajín, ex ministra de Sanidad. Incluso un secretario de Estado dejó ver su lado menos amable con una desafortunada frase de corte machista dirigida a Ana Belén Vázquez, diputada del PP y portavoz de la Comisión Mixta Congreso-Senado para el Plan Nacional contra las Drogas. Ocurrió en noviembre de 2007