Desde el inicio de la crisis, según los datos del INE y Eurostat, han aumentado los suicidios de hombres jóvenes, la mortalidad por trastornos mentales en mujeres y la mortalidad total por enfermedades del sistema nervioso y neurológicas. El impacto es menor en magnitud que en otros países de la UE-15 con parecidos impactos sociales, lo que puede deberse al esfuerzo contracíclico en el período 2004-2009 y los descensos en la desigualdad de renta desde 1980. Es compatible con aumentos diferidos futuros a raíz del cambio en la respuesta política en 2011-2012, y también con aumentos efectivos de la discapacidad y la enfermedad a corto plazo.
En el período 2008-2011, se incrementa la población que declara sufrir alguna enfermedad crónica y, como hemos visto, los problemas de salud mental. La depresión es una comorbilidad que aumenta en tiempos de crisis y duplica los costes de la atención a la cronicidad (apartado 9). El estudio de Gili y colaboradores descrito en el apartado 4 demuestra, además, que más de la cuarta parte del aumento en visitas por depresión corresponde a desempleados y que éstos tienen un 20% (y sus parejas un 50%) más de riesgo de sufrir enfermedad mental, controlando por otros factores. Las dificultades para pagar la hipoteca duplican esta probabilidad y los embargos de la vivienda la multiplican por tres.
Un trabajo reciente de Ángela Blanco y Rosa Urbanos (altas funcionarias y expertas en gasto) con Israel Thuissard estima que el factor con mayor impacto futuro en el gasto es, con diferencia, el nivel de salud de la población. De ahí la importancia de las políticas contracíclicas de mantenimiento de rentas, que reducen los impactos adversos en salud. El impacto en salud de las crisis se debe en parte al débil gasto en bienestar: Suecia, que mantiene el gasto en sanidad desde mediados de los años noventa y con problemas de listas de espera similares a España, invierte a cambio en políticas activas de empleo, estabilización de rentas (con subsidios de desempleo tres veces más generosos que en España), educación y políticas familiares. Y consigue que la evolución de la tasa de suicidios de varones –aunque mayor que en España– descienda y se independice del ciclo económico (gráfico 23).
Gráfico 23 – Desempleo y suicidios en Suecia y España. 1980-2005
Fuente: OMS (2011): 2011 Impact of economic crises on mental health. Copenhague: Oficina Regional para Europa de la OMS.
Uno de los motivos del importante impacto adverso diferido esperado en salud en España es la desinversión crónica en sanidad y bienestar. Desde mediados de los años noventa y hasta bien entrada la primera mitad del 2000, España mantiene niveles de gasto sanitario propios de los países de Europa del Este, que se alejan progresivamente del nivel previo (en los años ochenta coincidente con el de Portugal, Grecia e Italia y a mediados de los años noventa cercano al de Reino Unido e Irlanda). Esta pauta se revierte de nuevo en 2011. El gasto social, que se mantiene en torno al 15%-18% del PIB en los años ochenta (como en EE.UU.) y aumenta al 22% en los años noventa (como en Reino Unido), cae de nuevo al 18% en 2003, tras dos gobiernos del Partido Popular. En el período 2003-2009, el nuevo gobierno socialista aumenta siete puntos el gasto social, que alcanza un 25%.
El bajo gasto en bienestar entre 1996 y 2003 sitúa a España en los niveles de los países de Europa del Este y EE.UU.; su aumento en 2003-2009 supone el regreso al grupo de países del sur de Europa. En 2011-2012, los recortes vuelven a deprimir el gasto social. El impacto potencial diferido en salud debería reflejar esta trayectoria: primero un empeoramiento seguido de una mejora, que se revierte a medida que pasa el tiempo y el efecto de los años de bonanza se difumina en el tiempo.