La derivada lógica del escaso grado de implantación de prácticas sociales y medioambientales en las empresas españolas es un desempeño pobre en estos aspectos (tabla 4). El avance más notable se ha producido en el ámbito medioambiental, donde la empresa española ha logrado niveles superiores de seguridad, calidad y eficiencia, aunque sin alcanzar ni de lejos estándares de excelencia. La seguridad medioambiental mejoró entre 1984 y 2004, período en el que el promedio anual de incidentes con impacto en el medio natural disminuyó de 19 a menos de 14. Sin embargo, el número medio anual de problemas medioambientales que la empresa española sufre actualmente es demasiado alto (13,01) y apenas ha disminuido desde 2004, dando la impresión de que sus sistemas de gestión han alcanzado un límite en las posibilidades de mejora y que para avanzar necesita adoptar enfoques más proactivos. Esta conclusión se confirma al analizar la evolución de los índices de calidad y eficiencia medioambiental, que tras mejorar durante el primer período se han estancado desde 2004, empeorando incluso el consumo medio anual de recursos naturales, si bien de forma ligera.
El conjunto de indicadores representativos del desempeño social también muestra que la empresa española sigue anclada en niveles de resultados poco satisfactorios para el grupo de interés formado por sus empleados. La satisfacción promedio que el capital humano alcanza en relación con sus objetivos y necesidades personales apenas rebasa la nota media actualmente, e incluso se ha deteriorado desde 2004. En la misma línea ha evolucionado el número de quejas y reclamaciones (que podría ser una aproximación a la insatisfacción de la fuerza de trabajo), que tras reducirse a la tercera parte entre 1984 y 2004 se ha duplicado casi en la última década. En 2012, el número de incidencias laborales que cada empleado sufre es superior a 10.
Esta falta de capacidad de la empresa española para alinear sus propósitos con los fines y demandas de sus trabajadores explica el empeoramiento del índice de orgullo en el trabajo. Este valor expresa el porcentaje de empleados que se sienten orgullosos de trabajar en su empresa. Los datos constatan una fuerte caída tras el máximo alcanzado en 2004 (superior al 51%), situándose en 2012 en los niveles de 1984 (por debajo del 38%). No es, pues, extraño que la rotación laboral sea alta (más del 36% de la plantilla se renueva voluntariamente cada ejercicio) ni que el índice de lealtad, tras reducirse a la mitad en los dos decenios anteriores a 2004, haya regresado rápidamente en los años siguientes al nivel de 1984. El escaso avance de la empresa española para cumplir las expectativas y necesidades de sus empleados explica el mínimo grado de cooperación de los mismos en la mejora continua de la empresa: el número medio anual de sugerencias por trabajador sigue por debajo de tres y estancado. Las repercusiones son igualmente visibles en la productividad del trabajo, pues ha vuelto a crecer el absentismo laboral (el número de horas efectivamente trabajadas se ha reducido tras más de dos décadas de aumento, situándose en el 92,2%), al tiempo que se ha incrementado significativamente la conflictividad laboral (el número de conflictos ha superado los 30 en 2008 y los 37 en 2012, niveles que son desconocidos en todo el período estudiado y que más que duplican los registrados en 2004). El único frente en el que el desempeño social ha progresado es la siniestralidad laboral, que se ha reducido a la mitad entre 1984 y 2012.
Estos datos invitan a concluir que la empresa española hizo un esfuerzo importante para satisfacer a sus empleados entre 1984 y 2004, que se detuvo en la época de máximo esplendor de la década dorada de crecimiento económico para entrar en una acusada senda descendente con el inicio de la crisis en 2008. Nuestro tejido productivo parece ser incapaz de equilibrar las necesarias políticas de ajuste a las que obligan la contracción de la demanda y el crédito con el mantenimiento de una equidad en la distribución de rentas.