Etimológicamente, ideología –del griego ἰδέαλογία– significa “estudio de las ideas”. El diccionario de la RAE la define como: “Doctrina filosófica centrada en el estudio del origen de las ideas. Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”.
La acepción que nos interesa es la segunda, porque la ideología a la que vamos a referirnos aquí es precisamente eso: el conjunto de ideas que los grupos humanos tienen acerca de la sociedad, la cultura, la política, los derecho, la ciencia, la moral, la religión, la economía, la libertad, etc. Algunos querrán que nada cambie, que todo siga igual, que el sistema se conserve tal cual; otros buscarán la transformación; algunos pretenderán restaurar viejos sistemas; unos y otros intentarán vertebrar el sistema y transformarlo en algo que responda a intereses precisos, ya sean estos sociales, religiosos, políticos o culturales.
Las ideologías buscan influir en las personas en tanto que sujetos de acción de las sociedades y a ellas intentan hacer llegar sus convicciones, sus creencias, sus opiniones, manifestadas por medio del lenguaje, es decir, de las palabras.
En la política, ideología no significa oponerse sistemáticamente a lo que hace o dice el rival, sino adecuar los principios elementales del juego político a la concepción que cada grupo tiene del Estado. La crítica política acre desvirtúa el concepto de ideología como sistema de ideas y creencias que configuran la acción pública, acción que no debe caer en el dogmatismo ni en conceptos nihilistas abocados a la cerrazón y el sinsentido.
Cuando se confunde la ideología con una concepción equivocada del sentido político de la gobernanza es fácil que ideas que fueron buenas acaben siendo mal usadas en la lucha por el poder. El sentido ideológico, cuando se trata de dirigir los rumbos del país, debe dejar de lado las discrepancias y las banderías y buscar los elementos que permitan la concordia entre gobernantes y gobernados. El uso político de la ideología no debe estar reñido con saber aceptar lo bueno del adversario y hacerlo propio en beneficio de la sociedad.
Todos los vocablos que tienen que ver con acciones humanas poseen valoraciones intrínsecas, connotaciones, conllevan, además de su significado específico, otro de tipo expresivo o apelativo. Esos vocablos deben ser usados como palabras normales, como denotaciones, con significaciones objetivas. Cuando huimos de las palabras normales, porque entendemos que son peyorativas y recurrimos a los eufemismos, estamos traicionando a los destinatarios del idioma.
Las palabras no sólo nominan cosas que están ahí, sino que obtienen su significado a partir de su incorporación a una estructura global del lenguaje y de su contexto no lingüístico. La forma en que llegamos a comprender su mundo está sujeta a la mediación del lenguaje. Por sí solas no tienen ningún significado intrínseco, pero adquieren significado y contenido por su situación dentro de una ideología. Con el lenguaje aprendemos la primera forma de dividir nuestro universo en categorías. Las palabras denominan las cosas, pero también hacen que las agrupemos de una determinada manera en nuestro pensamiento.
El lenguaje es utilizado en la vida cotidiana. Sus múltiples usos se entretejen con el poder para alimentarlo, sostenerlo y proporcionarle medios dialécticos para que pueda ser ejercido. El predio privilegiado de la ideología es el lenguaje, pues es en este donde ejerce directamente su función. Con su concurso, las relaciones de poder que sirven a los intereses de unos a expensas de los demás pueden ser ocultadas, negadas, enmascaradas o bloqueadas de varias maneras mediante el lenguaje.
Todo grupo que quiera distinguirse como tal emplea un lenguaje especial, con unos términos determinados. En esta utilización se refleja una de sus esenciales señas de identidad. El uso de un lenguaje propio es tal vez uno de los principales factores de cohesión de todo grupo humano. El lenguaje refleja, así, el sistema de pensamiento colectivo y con él se transmite una gran parte de la forma de pensar, sentir y actuar de cada sociedad. Cada medio de comunicación sigue una línea editorial que está estrechamente ligada a la ideología que sustenta. Esta ideología se manifiesta, fundamentalmente, en el lenguaje utilizado en los editoriales del diario. ¿Qué significa esto? Sencillamente que más que objetivismo, la verdad con que funcionan los medios de comunicación responde a un criterio relativista de esa verdad y que unas mismas verdades, que objetivamente podrían tener un determinado valor, son presentadas acordes con los criterios de cada uno.
Las verdades se pueden crear, al menos así lo entendió el nacionalsocialismo alemán, que se apropió de una lengua y la modificó hasta convertirla en instrumento de difusión de su ideología y en la lengua en la que la mayoría de sus expresiones se convirtieron en testimonio de la ideología nazi. De ese modo, una doctrina tan repugnante pudo crearverdades, sus verdades.
El nacionalsocialismo creó un lenguaje que acabó impregnándolo todo y terminó convirtiéndose casi en la lengua sin más de una comunidad. El nazismo logró transformar el lenguaje de manera tal que quedó revestido de unas propiedades que se mostraron terriblemente efectivas a la hora de suscitar en la mayoría de sus usuarios un estado de ánimo propicio para el cumplimiento de su programa político. Su éxito como ideología se debió en gran parte a su éxito en la creación y manipulación del lenguaje. Aparecieron tantas novedades y variaciones lingüísticas y lexicológicas, introducidas por la potente maquinaria propagandística, que se puede hablar de un lenguaje propio de este partido.