Resulta especialmente interesante analizar el grado en el que las empresas españolas perciben de forma correcta los retos que penden sobre su competitividad y están adaptando su diseño al modelo emergente ligado a las fuerzas del cambio. Aunque nos enfrentamos a un mundo complejo y sin certezas, con cambios veloces y discontinuos y sujeto a una regeneración completa de las guías y creencias comúnmente aceptadas, anticipar con el mayor acierto factible los rasgos que caracterizarán a la sociedad venidera constituye un elemento esencial para trazar estrategias competitivas que labren una posición diferenciada atractiva en los mercados y que faciliten (siquiera parcialmente) gestionar las situaciones de cambio en las líneas de los intereses empresariales y nacionales.
La vista panorámica de la actuación de la empresa española durante los treinta años de economía en democracia se puede resumir en tres palabras: cambio, crecimiento y profesionalización. El posicionamiento estratégico en los mercados internacionales y la arquitectura interna han experimentado un cambio constante durante esas décadas, consecuente con las profundas transformaciones producidas en su entorno, dibujando un panorama cada vez más complejo y competitivo, lejos ya de aquella obtusa imagen de “empresa de alpargata y botijo” dominante en los albores de la democracia. La empresa española ha mejorado notablemente su valoración de los retos que conducen hacia un modelo organizativo abierto, competitivo, cooperativo, eficiente, flexible, creativo, innovador, intangible y de calidad.
Más dudas existen acerca de la correcta percepción por parte de la empresa española de los retos suscitados por la exigencia de múltiples grupos de interés de un nuevo contrato social, que le asigna nuevas responsabilidades en problemas allende sus fronteras clásicas y que la empuja hacia el modelo de empresario redistribuidor. Para responder a la pregunta de cómo percibe la dirección de la empresa española el proceso de cambio de sus funciones y su grado de asimilación de la ganancia de responsabilidades que los nuevos actores sociales le están imputando se presentan datos inéditos del Estudio sobre la competitividad de la empresa española 1984-2012. Esta investigación analiza la evolución de la actitud que la empresa española ha mantenido durante los dos últimos decenios del pasado siglo y el primero del presente, en especial sus respuestas ante el proceso de cambio histórico en el que está inmersa. En la tabla 1 se recogen los retos externos e internos a la organización más relacionados con la función social de la empresa.
El único indicio serio de preocupación, manifestado ya con nitidez a mediados de la década de los años noventa, es por el deterioro de la ética en la clase pública, que arrastra como un diluvio al conjunto de la sociedad, predicando comportamientos oportunistas (cuando no netamente ilegales) en vez de dar ejemplo con liderazgos positivos. La inmoralidad y la falta de ética social del resto de los agentes económico-sociales no empiezan a adquirir tintes relevantes, según la percepción de la empresa española, hasta entrado el nuevo siglo. Las tendencias hacia un mayor activismo de los distintos stakeholders tampoco parecen ser aún motivo de seria inquietud para la empresa española. El único grupo de interés que no ha dejado de preocuparle son los sindicatos y la fuerza que más inquieta es la hostilidad hacia la iniciativa privada, que tras disminuir sensiblemente ha reemprendido una senda negativa desde 2008, justamente cuando la escasez de espíritu emprendedor ha vuelto a agudizarse. Pero no parece haber calado la presión de los movimientos activistas políticos, sociales y medioambientales. Tampoco parece suscitar demasiado temor el endurecimiento legislativo y de las sanciones de las Administraciones Públicas. Incluso la fuerza de cambio que podría percibirse detrás de las oportunidades de crecimiento de la demanda de productos “verdes” ha sido crecientemente minusvalorada. También es significativa la baja apreciación de la necesidad de evolucionar hacia un buen gobierno corporativo, que no puede desligarse del activismo corporativo y el desarrollo normativo sobre el buen gobierno corporativo. La excepción es la alta sensibilidad a las presiones de los inversores, que demuestra la eficacia de las acciones que a este fin se están desarrollando y de la inquietud por el deterioro de los mercados financieros.
La positiva evolución de la percepción por parte de la empresa española de los retos competitivos que tiene planteados en este filo de cambio histórico no parece haberse plasmado con idéntica claridad en el terreno de los rasgos que caracterizan el cambio hacia el modelo de empresa humana, transparente, responsable, comprometida, sostenible y ecoeficiente. Todos estos retos, además de empezar a percibirse hace relativamente poco, son aún apreciados como menos trascendentales para el futuro de la organización. El único vector que parece suscitar preocupación es la necesidad de aumentar la cantidad y calidad de la información financiera externa, que refleja el endurecimiento de la regulación contable.
La conclusión que puede extraerse es que el positivo cambio que la empresa española parece haber vislumbrado en los temas económicos y tecnológicos dista de estar acompañado por una percepción igualmente clara de los retos sociales, políticos y medioambientales. A la empresa española no parecen preocuparle todavía excesivamente los retos que los stakeholders están perfilando.