¿Cómo reacciona frente a una crisis económica como la actual una sociedad que durante mucho tiempo cubrió sus puestos de trabajo menos cualificados con mano de obra extranjera y demostró tener una positiva disposición a la presencia de esa inmigración? ¿Cómo afecta la idea actual de que “tenemos que volver a ocupar puestos de trabajo que antes despreciábamos” en la percepción que se tiene sobre la inmigración?
En los años de crecimiento económico y de disponibilidad de puestos de trabajo, la sociedad española se mostraba satisfecha con su modo de vida, tenía altas expectativas sobre su futuro y acogía al trabajador inmigrante. Es cierto que la presencia de inmigrantes ha generado siempre una cierta polémica y ha pervivido un rechazo a la inmigración, aunque delimitado en pequeños grupos, que centraban sus críticas en la defensa de los valores, el idioma y lo que entienden por defensa de la cultura española. Estos grupos bebían de partidos políticos minoritarios que esgrimían la defensa de España y de los españoles. Sin embargo, aunque con una resistente imagen estereotipada de la inmigración, el conjunto de la sociedad ha aceptado a los inmigrantes en el marco de los derechos y los deberes consensuados en esta sociedad. Existía una actitud positiva hacia la llegada de inmigrantes, los españoles recordaban más que nunca que ellos mismos habían migrado y tanto si recordaban haber sido aceptados o rechazados como inmigrantes, esperaban lo mejor para esta nueva sociedad de inmigración.
La crisis actual empieza a tener impacto en la opinión ciudadana frente al inmigrante, y así se refleja en las encuestas. Probablemente ya no exista la amplia aceptación social de años anteriores. Las representaciones del inmigrante desempleado, del extranjero delincuente, así como las acusaciones en torno a que los inmigrantes colapsan los servicios de urgencias y monopolizan las ayudas sociales empiezan a aparecer con más fuerza en los discursos de los partidos de derecha, en los nacionalismos, en algunos medios de comunicación y en la propia ciudadanía. La estrategia cotidiana y cada vez más aceptada es que el inmigrante ya sobra en estos momentos: hay demasiados extranjeros en las cárceles; ya no valen como recurso económico y mano de obra en una sociedad con un paro estructural que crece y crece; estar en paro siendo residente y con permiso de trabajo no es motivo para no invitarle a que se vaya; estar indocumentado ya no se defiende como una situación administrativa que no debe primar sobre el derecho de la persona, condicionando su empadronamiento y promoviendo su expulsión.
Sin embargo, estas ideas que emergen en los políticos, en los medios de comunicación y en cierta ciudadanía que opina en los medios de transporte, en la cola del supermercado o en las charlas entre vecinos tiene que ser cotejada con los resultados de las encuestas y sondeos de opinión que regularmente se realizan en España.
Las encuestas periódicas del CIS indican que el discurso de rechazo que emerge en la percepción de los españoles sobre los inmigrantes gira en torno a la posición de competencia ante recursos escasos, básicamente puestos de trabajo y prestaciones sociales. Si anteriormente las opiniones más negativas se centraban en la diferencia cultural, en la poca capacidad de adaptación de algunos colectivos inmigrantes y en los problemas de convivencia que generaban, en la actualidad los temas que marcan la opinión de los españoles ante los inmigrantes son la falta de trabajo, la irregularidad administrativa que marca el fin de la época de “papeles para todos” y los recursos que utilizan. Parece que los españoles ya han sacado lo mejor de la inmigración y es hora de que ésta vuelva a sus países de origen, con lo que el discurso muchas veces escuchado de “aquí no caben todos” ha hecho alguna mella.
Otros estudios como Opiniones y actitudes de la población andaluza ante la inmigración (OPIA), realizado por el Observatorio Permanente Andaluz de las Migraciones, o el Informe 2010 del Observatorio Español contra el racismo y la xenofobia aportan datos cualitativos en la misma línea. Se valora la inmigración por la riqueza cultural que aporta y se reconoce un poco menos su papel en el mercado laboral. La crisis económica está disminuyendo la capacidad receptora de la sociedad española. La inmigración se sigue vinculando a trabajo, a pobreza y a desigualdad, pero también a invasión e impacto negativo en el mercado laboral. No se evidencia un rechazo absoluto, pero se ponen condiciones, como su capacidad y voluntad de integrarse. No se cuestiona a fondo la parte de responsabilidad de la sociedad receptora en esa integración. Por el contrario, se considera que usan en exceso todas las prestaciones públicas en detrimento de los españoles. Además, cada vez son más las opiniones favorables a la devolución del indocumentado a su país de origen, sea cual sea el sistema de esta devolución. Aumenta la relación de los aspectos negativos de la inmigración, en contraste con la dificultad de señalar los positivos.
Todo signo generalizado de rechazo al otro por algún rasgo o condición es objeto de preocupación y de alarma por la posible conculcación de los derechos de la persona y de los principios de la convivencia social. En general, España es una sociedad receptora abierta, solidaria, que no ha generado serios problemas de segregación de la población inmigrante. Sin embargo, es en épocas de crisis económica y recesión cuando se corre el peligro de buscar chivos expiatorios para canalizar las frustraciones, buscar falsas soluciones y dejar indemnes a los verdaderos responsables de la recesión. Los inmigrantes pueden ser uno de esos colectivos sobre los que recaigan las culpas y es justamente en estos momentos cuando se debe estar atento a estas manifestaciones de rechazo, racismo y discriminación que, en el presente, no se observan como relevantes.