Se ha señalado en muchas ocasiones el papel de la familia como elemento amortiguador en anteriores contextos de crisis. La Fundación Encuentro nos plantea una reflexión sobre su papel en la coyuntura actual: ¿debemos esperar transformaciones de la solidaridad familiar?
La respuesta dependerá, por un lado, de cómo se hayan visto afectados los recursos a redistribuir en el seno de la familia; y por otro, de cómo los cambios ocurridos en la composición y estructura familiar hayan afectado a su papel como ámbito de redistribución. De este segundo aspecto nos ocuparemos en un próximo post. Empecemos, pues, por el principio: ¿Cómo se redistribuyen los recursos en el seno de la familia?
La redistribución de recursos (económicos, de tiempo o de espacio) se conoce como transferencias entre generaciones. Estas pueden ser transferencias de recursos individuales desde una etapa temprana a una posterior del curso de vida (ej.: ahorro, planes de pensiones privados, seguros de dependencia privados, etc.); siendo transferencias intrageneracionales. También pueden ser transferencias de una generación a otra a través de agentes sociales (ej.: educación y sanidad públicas, sistema público de pensiones, servicios sociales públicos, etc.); siendo transferencias intergeneracionales formales. Y, por último, puede tratarse de transferencias de recursos de una generación a otra en el seno de la familia (ej.: ayuda económica familiar, corresidencia, cuidados, apoyo emocional, etc.); estas son las transferencias intergeneracionales familiares (o informales) y son las que nos interesan en este momento.
¿Quién aporta y quién recibe transferencias en el seno de la familia? Nos pueden ayudar los resultados de un estudio que es un referente internacional en la materia: el National Transfer Accounts (NTA). Dirigido por Ronald Lee (Universidad de Berkeley), observa datos de 34 países en los 5 continentes. En una elegante síntesis de un complejo volumen de datos, el Profesor Lee y sus colegas muestran cómo en una trayectoria vital-tipo, en una sociedad occidental, un individuo es receptor neto de transferencias formales hasta los 20 años, pero lo sigue siendo de transferencias familiares hasta los 30 años; y es proveedor neto de transferencias formales hasta mediada la cincuentena, pero lo sigue siendo de transferencias familiares hasta los 80 años.
Quedémonos un momento con estos datos. Durante los primeros veinte años de vida somos básicamente receptores de transferencias, tanto formales como familiares (sobre todo en forma de educación, pero también de cuidados, recursos sanitarios, etc.). Pero son las transferencias familiares –el sostén durante la veintena– las que han posibilitado la prolongación de las trayectorias formativas, la creciente especialización y la incorporación, cada vez más paulatina y tardía, al mercado laboral.
¿Y cómo la han hecho? Aumentando la presión sobre las generaciones en edades intermedias (esos adultos entre la treintena y mediada la cincuentena, que son proveedores netos de transferencias tanto formales como familiares): mediante la incorporación de ambos cónyuges al mercado laboral, horarios laborales desmedidos (a los que se aludía en los comentarios del post anterior) y una reducción y postergación progresiva de las estrategias reproductivas. Pero también gracias al enorme potencial como proveedores de transferencias familiares de los adultos mayores y los mayores jóvenes. El apoyo formal a la vejez ha posibilitado que los mayores no se conviertan en receptores netos de ayuda familiar hasta los 80 años, liberando a las generaciones intermedias de un apoyo simultáneo hacia sus hijos y sus padres, y aportando a los mayores unos recursos (temporales, económicos…) que transfieren a las generaciones más jóvenes en forma de solidaridad familiar.
¿Cómo podría verse alterado este equilibrio de flujos entre generaciones? Cambiando la presión en cualquiera de sus extremos. Así, una mayor necesidad de apoyo por parte de los jóvenes, aumentará la presión sobre las transferencias familiares, y reducirá su capacidad de respuesta; pero un aumento de las transferencias formales hacia ese sector de población joven (apoyo a la especialización, a trayectorias formativas continuadas, a la inserción paulatina en el mercado laboral), reduciría la presión sobre las transferencias familiares y facilitaría una mayor eficacia de las mismas. La erosión de los recursos de los adultos en edades intermedias (altas tasas de paro, no sólo juveniles, por ejemplo) también reduce su capacidad de apoyo a las generaciones más jóvenes; pero políticas que redujesen la presión sobre estas edades (flexibilidad laboral, conciliación, paternidad, etc.) aumentarían el potencial de apoyo familiar. De la misma forma, el debilitamiento del apoyo formal a la vejez redundaría en una mayor presión sobre las generaciones intermedias y una menor capacidad de los mayores como fuentes de apoyo familiar; mientras que el sostenimiento de dicho apoyo formal reforzará el potencial de solidaridad familiar.