De pequeña, Judith Sáenz de Tejada tuvo que acostumbrarse a ver a su padre postrado en una cama, presa de una enfermedad rara. «Su habitación se convirtió en el punto de reunión de tertulias y confesiones. Allí pasábamos horas. Recuerdo que tenía muebles muy antiguos de nuestros antepasados y me llamaba la atención que sobre algunos había «una pandilla» de muñecos. Unos eran de cuerda, otros de trapo rellenos con semillas… Eran sencillos, pero estaban llenos de personalidad».
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[fa type=»file-text»] Fuente: ABC