Tengo 40 años y una hija de 6. Desde hace casi cuatro años, es decir, desde que comenzó con el ciclo de infantil en el colegio, vengo “sufriendo” y, a la vez, “disfrutando” los grupos de WhatsApp de padres y madres de las diferentes clases a lo largo de los cursos. Siempre en un discreto segundo plano. Hablando estrictamente cuando la ocasión lo requería. Observando lo que decían los demás no fuera a ser que se me pasara alguna cosa importante: un trabajo del cole, un evento imprescindible o el cumpleaños de un amigo/a de mi hija, quien jamás me perdonaría no haber podido ir.
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