España comienza a mirar a sus mayores. Abocada a convertirse a mediados de este siglo en el segundo país (el primero será Japón) más envejecido de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), empieza a afrontar un problema social de primer orden: la soledad no deseada en la tercera edad, con todo lo que conlleva, y, en el reverso, la ausencia de aprendizaje en valores humanos durante la infancia. Ourense, la provincia española con mayor número de pensionistas que afiliados a la Seguridad Social y en la que los geriátricos acumulan desde hace décadas a abuelos sedentarios sin mucha más expectativa que la visita dominical de algún pariente, lidera un proyecto intergeneracional en el que niños de entre cero y tres años cohabitarán diariamente con jubilados en un centro de día-escuela infantil que sigue los pasos de otros norteamericanos y japoneses en los que se ha demostrado que la convivencia entre estas franjas de edad, hasta ahora segregadas, reporta innumerables beneficios para todos. Lo financia la Fundación Amancio Ortega.
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