«Mi hija Ariadna se suicidó hace dos años y ocho meses. Acababa de cumplir los 18. En las semanas previas nos decía que estaba de bajón, que le costaba estudiar. Acudió a un psicólogo que no supo ver el peligro, como tampoco nosotros, porque ningún padre está preparado para interpretar la gravedad de los síntomas. Y eso que la relación que tenía con su madre y conmigo era maravillosa, de mucha confianza y cariño. En la carta que nos dejó, llena de amor, nos explicaba sus problemas de autoestima, su tristeza por no sentirse querida por sus amigos, aunque eso no era así, y reconocía que nos había ocultado todo ese dolor para no hacernos daño. Se despidió pidiendo que la perdonáramos».
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[fa type=»file-text»] Fuente: Yo Dona
[fa type=»camera”] Autor de la imagen: LoboStudio Hamburg | Unsplash