Francesco Arcuri (Génova, 1966) se sienta en el banco de su cocina, pone las manos encima de la mesa de madera y da por terminado su largo viaje. Él y sus hijos llegaron la madrugada del jueves a Carloforte tras un periplo emocional y geográfico que les obligó a pasar por la embajada italiana en Madrid para obtener la documentación que, sorprendentemente, nunca se les devolvió. Ha sido un mes y medio devastador para él y para su expareja, Juana Rivas, que se marchó un año y medio antes con los pequeños, le denunció por malos tratos y nunca más volvió. Pero sobre todo, para unos niños de 11 y 3 años atrapados en una avalancha mediática y social sin precedentes que ha corroído gravemente la intimidad de esta familia.
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