El otro día recibí una amable invitación para asistir a una charla para padres con el pretendidamente simpático nombre: La obediencia: esa gran desconocida. Seguramente la mente “preclara” de quien le puso ese título pensó que a los padres nos iba a hacer una gracia enorme porque nos sentiríamos rápidamente identificados con la falta de obediencia de nuestros hijos, porque a fin de cuentas, partimos de una premisa incuestionable: los hijos deben obedecer a sus padres.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País