Jordi López Ortega
Informe España 2024 Capítulo 4
La preocupación por los residuos y la contaminación adquiere una nueva dimensión tras la primera crisis energética en 1972, que nos sitúa ante los límites de la extracción de recursos en un planeta finito. La contaminación, los residuos y los riesgos dejan de ser contemplados como efectos colaterales para dar lugar a una radical apertura a las incertidumbres. Sin motivaciones no es posible un cambio del concepto político de cómo podría ser una sociedad más verde y más sostenible. La urgencia del problema lleva a buscar soluciones viables al problema dado a partir de una pregunta que acostumbran a formular científicos, ecologistas y políticos: ¿qué podemos hacer ante la crisis ecológica, la contaminación o los residuos? Las respuestas conducen a un replanteamiento de los conceptos fundamentales, transforman la retórica que alimenta el miedo y los imaginarios apocalípticos en una apertura radical a nuevas normas y nuevos procesos como consecuencia secundaria de los riesgos.
La sociedad del desperdicio no es un cambio de denominación, ni un cambio meramente teórico: tiene efectos de largo alcance. No busca un cambio de orientación o, si se quiere, normativo del paradigma tecnocrático, sino que cuestiona la noción de progreso. Si alguna ventaja tiene la denominación de sociedad del desperdicio es que permite hacer visible el backstage de la sociedad. El mundo, al entrar en el siglo XXI, está vacío de recursos y lleno de residuos. Pero nuestras “infraestructuras mentales” no detectan en el radar ese cambio radical de narrativa y actuamos como si viviésemos en un mundo lleno de recursos y vacío de residuos en que poder crecer de forma ilimitada. No hay transición hacia la sostenibilidad sin abordar un cambio de los valores culturales. El problema no está en el antropocentrismo, sino en la propia concepción del hombre, que no puede ser reducido a una única necesidad: el consumo.