Agustín Blanco
El informe España 1993, el primero de los informes anuales de la Fundación Encuentro, se abría con un breve título en sus Consideraciones generales: “¡Atención, cambio de rasante!”. En esas primeras páginas escribía José María Martín Patino: “Desde el siglo XVIII nos habíamos dejado llevar por los sentimientos de decadencia. Uno de los impulsos predominantes de la ideología franquista pretendió devolver el espíritu nacional al sueño imperialista del pasado. La transición a la democracia, en cambio, tenía que hacerse con la mirada puesta en el presente. El gran pacto político de la Constitución abrió los tres grandes procesos: el democrático, el autonómico y el de la internacionalización económica. Más pronto o más tarde tendrían que enfrentarse inevitablemente con el gran ‘problema moral’, es decir, el de la interiorización de las normas democráticas y, en definitiva, la transformación de las conductas, tanto de los gestores de la cosa pública como de cada uno de los españoles. Nadie pudo imaginarse que pudiera funcionar una democracia sin ciudadanos. Una vez creado el marco constitucional y las instituciones democráticas, quedaba la ardua tarea de maduración, a través de la cual los españoles abandonaran su condición de súbditos para convertirse en ciudadanos”. En buena medida, el informe permite hacer un seguimiento de ese proceso de maduración democrática y ciudadana experimentado por nuestro país a lo largo de más de dos décadas. Al menos ha sido un foco de interés permanente en todos y cada uno de los volúmenes publicados, en particular en esa especie de editorial anual con el que se iniciaba cada informe.
Hoy, cuando empezamos lo que podemos denominar una segunda época del informe, bajo el espíritu inspirador de José María Martín Patino y en el contexto de la cátedra que lleva su nombre, comprobamos que los tres grandes procesos a los que hacía referencia José María –el democrático, el autonómico y el de la internacionalización (hoy transmutado en globalización integral)– siguen abiertos y que nuestro desarrollo como verdaderos ciudadanos y como una sociedad plenamente democrática no parece haber alcanzado aún la madurez deseada.
No somos únicamente los españoles los que hemos de hacer frente a un período histórico cargado de incertidumbres económicas, políticas y sociales; de reapertura de conflictos y planteamientos que creíamos superados para siempre; de cuestionamiento de la conquistada primacía de la razón en la vida de las personas, las sociedades y los países… Todos –y nunca el todos fue más real desde cualquier punto de vista: económico, social, medioambiental, tecnológico, político…– estamos inmersos en un cambio de época que va a poner a prueba la consistencia de nuestras convicciones democráticas y de ciudadanía. La democracia es también una cuestión moral.