El progresivo abandono del mundo rural –que tanto le preocupaba a José Mª por su origen en Lumbrales, en las despobladas Arribes salmantinas–, al que muchas de nuestras familias pertenecen o pertenecieron y con el que mantenemos estrechas
relaciones, pasando nuestras vacaciones y conservando familiares y amigos, puede poner en peligro la pérdida de la cultura rural, que es la pérdida de nuestras raíces y tradiciones más profundas, en estos tiempos de progresiva generalización global de costumbres y forma de vida.
Mundo, medio o territorio rural son hoy conceptos que se relacionan inmediata e inevitablemente con el desarrollo. Y el desarrollo nos envía al futuro, por lo que cualquiera de los binomios que pronunciemos evidencia la incertidumbre y la preocupación con que se aborda el presente. Por consiguiente, “rural” implica, para cualquier analista actual, dificultades, cambios sociales continuos y, también, continuadas intervenciones políticas, económicas y sociales. Es decir, incertidumbre,
amenazas y cuestiones siempre pendientes, que en España nunca se han atrevido a acometer los políticos que han gobernado.
En los últimos tiempos, el mundo rural se ha vuelto más diverso y complejo, hasta el punto de que se debe hablar más de distintos espacios rurales que constituyen una realidad rural que va, desde las pequeñas aldeas que pueblan el interior del noroeste del país hasta las villas del litoral mediterráneo o del extrarradio de las grandes capitales. En cada caso nos encontramos ante particularidades que impiden una consideración uniforme de esta realidad.
Los gestores políticos deben tener una actitud más decidida y comprometida hacia las zonas rurales más castigadas por la despoblación y el abandono social, económico e institucional. Pero también la sociedad, porque nos limitamos a ensalzar
las excelencias del medio natural y sus atractivos pueblos en fin de semana, pero ignoramos las dificultades de su vida cotidiana.