En España tenemos siete millones de personas, un 15% de la población, de origen extranjero. La mayor parte de este grupo ha venido a España a trabajar a ocupar unos puestos de trabajo que la población nativa había abandonado. Son los trabajos más duros y con peores salarios del mercado. Este hecho, junto con una mayor debilidad en sus redes sociales y familiares, coloca a estas personas en una situación de mayor vulnerabilidad, cuestión que se ha exacerbado con la crisis económica que hemos vivido últimamente. Pero la crisis no ha actuado como factor expulsor de los extranjeros; han venido aquí a quedarse y ya tenemos entre nosotros una incipiente segunda generación.
De manera paralela, aunque más lentamente, las políticas de inmigración han ido evolucionando parejas al fenómeno. De un concepto de inmigración ligado a la política de extranjería y de control de fronteras, evolucionamos hacia la consideración del fenómeno migratorio ligado al empleo y a la integración social. Las últimas tendencias apuntan hacia el diseño de modelos cohesivos que fomentan en gran medida la participación. Desgraciadamente, la crisis ha dado al traste con la implantación de una serie de medidas previstas en este ámbito. Los retos que se plantean, vista la madurez del fenómeno, no son ya de primera acogida, sino de promoción de la igualdad de trato, de ejercicio de derechos sociales y políticos, de ejercicio profesional y de acceso a la nacionalidad y derecho al voto.
¿Cuáles han sido los aciertos de nuestra política migratoria? Desde luego el acento puesto en la participación de todos los actores involucrados en el diseño de políticas, la sensibilización social y el enfoque en la promoción de la igualdad de trato y no discriminación. Nuestro principal problema en los últimos tiempos ha sido, obviamente, la falta de recursos. No obstante, cabría pensar que la mencionada falta de recursos puede haberse usado como excusa miope para eliminar algunos dispositivos cuya eficacia ha sido probada y que han sido cruciales para mantener la cohesión social durante estos años de crisis.
Por último, hemos de indicar que, dado el perfil de trabajador que ofrece la mayor parte de los migrantes, nuestro principal reto es la gestión de la diversidad cultural en el trabajo. Por ello, la mayor parte de los recursos y los programas que encontramos en atención a población migrante están, de manera directa o indirecta, vinculados a la formación, al empleo y a la sensibilización en el mundo del trabajo. El segundo bloque, como no podía ser de otra manera, está enfocado a la promoción de la igualdad de trato y no discriminación en general.
Es justo congratularse del escaso número de incidentes racistas o xenófobos que han tenido lugar durante esta travesía en el desierto de la que parece estamos saliendo. No obstante, hemos de ser conscientes de que la incardinación de la población de origen extranjero en nuestro entorno ha pasado de ser excepción a regla general. Son simplemente nuevos ciudadanos con sus familias. Es, por tanto, tarea de todos construir un futuro común desde la perspectiva de la inclusión y la paz social.