Las investigaciones en torno a la juventud representan uno de los campos de trabajo en los que con mayor intensidad se ha investigado en España. La existencia de un organismo específico, el Instituto de la Juventud (INJUVE) –que ya existía en el
franquismo y que, además, fue la matriz de las primeras investigaciones empíricas de carácter sociológico en España– explica, al menos en parte, este hecho.
Pero ocurre que, frente a este conocimiento tan extenso, aunque algo repetitivo, las políticas reales de juventud son parciales, retóricas y están escasamente dotadas. Y ahí encontramos el segundo factor que explica por qué tantos Estudios de Juventud: la carencia de políticas reales se compensaba con el encargo de trabajos de investigación que a lo largo de medio siglo han gozado de una gran presencia en los medios de comunicación. Expresado en otros términos, se hacía muy poco por las personas jóvenes pero se producía mucho conocimiento sobre las mismas, y los medios de comunicación solían (y suelen) difundir estos datos casi siempre desde una perspectiva negativa: paro, desinterés, fracaso y abandono escolar, retraso en la emancipación, comportamientos de riesgo…
En el caso de los informes de la Fundación Encuentro, al menos de una forma monográfica y exclusiva, el tema de juventud no ha sido tratado con demasiada frecuencia. Parece una actitud razonable, ya que la propia abundancia de estudios de juventud no aconsejaba entrar en una cuestión tan reiterada en la investigación social española.
Se supone que se sabe mucho sobre la juventud española, pero tanto sobre las personas jóvenes como sobre la categoría juventud se sabe más bien poco. Quizás porque nunca se han planteado las preguntas pertinentes para, de acuerdo con el estándar científico de racionalidad, poder formular hipótesis teóricas que posteriormente podamos contrastar. Se trata de una acción que no se ha emprendido en todo el período democrático, quizás porque ya se hizo en la Transición y adoptó la perspectiva de una propuesta escasamente fundada: ¿cómo podemos mejorar la vida de las personas jóvenes y cómo vamos a medir estas mejoras? A lo que se añadió que, para enfocar bien los temas de juventud, hay que “adoptar una posición más crítica”, lo que a la postre se tradujo en la actitud pesimista y agorera que hemos mencionado.
Podríamos formular estas hipótesis teóricas desde muy diversos enfoques, pero nos hemos decidido por utilizar la teoría de las generaciones. En primer lugar porque la hemos trabajado desde una perspectiva conceptual. En segundo lugar, porque
en este momento quizá no sea tan relevante el enfoque teórico propuesto como la posibilidad de romper con la jaula del empirismo reiterativo y banal y poder iniciar un debate teórico. En tercer lugar, la teoría de las generaciones nos permite contemplar, mejor que otras opciones, el despliegue de las políticas de juventud, al menos desde el tardofranquismo hasta la actualidad. Sin esta perspectiva histórica, el debate teórico carecería de un componente fundamental.