La Unión Europea atraviesa una crisis larga y profunda. Del calibre de la misma dan sobrada cuenta las tablas que acompañan a este trabajo. Hemos cruzado el umbral del noveno año de crisis económica. Sólo en 2014 la Eurozona en su conjunto
superó el nivel de renta de 2008, algo que aún no han hecho varios países de la misma, incluido el nuestro. Pero no sólo el producto interior bruto se ha resentido; lo que es mucho más importante y relevante, la cohesión social y económica se ha deteriorado hasta niveles radicalmente inaceptables en Estados que se proclaman a sí mismos como sociales y democráticos de Derecho. Incluso en aquellos países en los que la crisis ha causado a primera vista menos estragos, la reciprocidad y la inclusión social han sido gravemente dañadas. Tras la retórica del segundo “milagro económico” alemán se pierde de vista no sólo que las tasas de crecimiento del país germano han sido pírricas, sino que no han servido para reducir los niveles de pobreza, que de hecho han aumentado.
A la vista de todo ello, no es de extrañar que la crisis se haya convertido en el tema central del debate público en Europa. Pero ese debate, aunque cada vez se haga aparentemente más intenso, no sólo no conduce a pergeñar salidas efectivas a la crisis, sino que parece cada vez más divorciado de la acción política. Porque la política y los políticos se declaran también víctimas de la crisis y, por ende, incapaces de hacer otra cosa que seguir la agenda y las decisiones que las propias crisis (o el ente un tanto impreciso denominado como mercados) dictan. Como consecuencia de ello, los europeos se sienten –nos sentimos– atrapados por y en la crisis, y muchos empiezan a resignare a padecerla sine die. A que la crisis sea lo normal.
En este trabajo se proponen tres claves para romper con esta sensación de asfixia política, social y económica y dos elementos con los que repensar el proyecto de integración europea. En primer lugar, es urgente deshacerse de los clichés que
predeterminan el diagnóstico y el prognóstico de la crisis. En segundo lugar, es fundamental desagregar la crisis en singular en sus componentes en plural, distinguiendo sus distintas dimensiones (fiscal, financiera, de gobierno macroeconómico, económica y política), sin perder de vista la visión de conjunto de la misma. Y en tercer lugar, parece claro que las políticas aplicadas por la Unión Europea y por sus Estados miembros no han servido para contener y superar las crisis, sino que, antes al contrario, las han agravado. Y ello porque, tras la apariencia de improvisación y experimentación, el gobierno de las crisis ha radicalizado las patologías que alcanzaron estado crítico en 2008.
No cabe duda de que comprender qué es lo que nos está pasando es fundamental. Pero no es suficiente. Por ello, en la segunda parte del trabajo se definen los retos a los que se enfrentan los europeos y se sugieren las líneas generales de las políticas necesarias para afrontarlos.