La segunda parte del siglo XX fue para la industria de los medios una época de crecimiento casi permanente para las empresas y los grupos de información, uno de los más pujantes, con beneficios directos, además de los intangibles. Medios construidos desde la independencia, imprescindible para ganar credibilidad. La confrontación con la Administración Nixon (Watergate), la crítica a la guerra en Vietnam, otorgaron a los medios de referencia (grandes diarios, semanarios y noticiarios de radio y televisión) la más alta valoración de los ciudadanos.
Los grandes medios europeos de calidad conectaron con mayorías sociales con sentido crítico y convicciones democráticas. Las cabeceras tradicionales de diarios y semanarios, las televisiones públicas y algunas privadas, mantienen altos niveles de credibilidad y difusión. También de influencia en la moral pública, con exigencias a los dirigentes públicos que en ocasiones no soportan el escrutinio de los medios. También hay medios de comunicación que han caído en la tentación de la banalidad y en la trampa del partidismo o las irregularidades. Murdoch o Berlusconi son buenos ejemplos, y en España se percibe esa deriva cada vez con más intensidad. Aquí, el alineamiento de los principales medios de comunicación con el proceso de transición democrática y el “consenso constitucional” de finales de los años setenta, contribuyó a su asentamiento y crecimiento, especialmente de los nuevos medios nacidos al calor de las aspiraciones democráticas y europeístas de la mayoría de los españoles. Conviene recordarlo cuando algunos pretenden revisar y descalificar el pasado con propuestas aventureras e ignorantes, presas de un adanismo que les lleva a pensar que la historia empieza con su presencia y que quieren explicarla con argumentos simplistas.
Aquellos apasionantes y complejos años de la transición, y los posteriores, proporcionaron a los periodistas prestigio y reconocimiento ciudadano por su trabajo. También un acercamiento al poder, que puede llevar a confundir los papeles e incluso a abrasar, como el Sol hace con cuantos se le acercan demasiado. Los medios informativos y los periodistas aparecían en las encuestas entre las instituciones civiles más valoradas las últimas décadas del siglo XX, cerca de médicos, docentes y ONGs, al lado de las fuerzas de seguridad, que desde hace años obtienen las mejores valoraciones, y muy por encima de políticos, multinacionales, sindicatos, patronales, banqueros y obispos.
De una posición en la parte alta, con valoraciones en torno a seis puntos durante las tres últimas décadas del siglo pasado, los medios de comunicación españoles han pasado a colocarse más cerca del cuatro que del cinco. No es la profesión más castigada, pero ha resistido peor que otras. A lo largo de la reciente crisis, la mayor parte de las instituciones, empezando por la Corona, han perdido reputación por deméritos propios y por el entorno general. Todas están ahora por debajo de cinco. Algunos, por ejemplo los jueces, han empezado a recuperar reputación, cuando los ciudadanos han percibido que actúan contra la corrupción y defienden su independencia. Esto también les ocurre a los periodistas.
Las empresas editoras obtuvieron durante la “edad de oro” incrementos sustanciales de ingresos y beneficios. En vísperas de la crisis, durante el bienio 2006-2007, los diarios españoles (un centenar de cabeceras con algo más de cuatro millones de ejemplares de difusión y catorce millones de lectores) ingresaban al año casi tres mil millones de euros (2007), con beneficios anuales netos de hasta el 10% de esa cifra. Ahora los ingresos están a la mitad, han desaparecido la cuarta parte de las cabeceras de diarios y los beneficios decrecen desde 2008 para dar paso a pérdidas. Los ajustes de costes han sido tan constantes como insuficientes. Y la propia valoración de las empresas se ha venido abajo. Basta repasar la evolución de la capitalización bursátil de los cuatro grupos cotizados en la Bolsa española, que de valer miles de millones se quedan en cientos, con tendencia a la baja.
Los diarios, las revistas y la radio han sido buenos negocios en sí mismos, tanto que permitieron otras inversiones, pero incurrieron en una expansión poco meditada hacia el multimedia, fundamentalmente la televisión comercial, que requería, para empezar, la benevolencia de los reguladores, del Gobierno nacional y de los autonómicos, que otorgan las licencias de emisión con discrecionalidad y parcialidad impropias de un Estado de Derecho. De hecho, algunas decisiones han tropezado con sentencias judiciales desfavorables, a veces de imposible cumplimiento, provocando nuevos conflictos.
La crisis económica ha reducido los ingresos de los medios y debilitado los balances de las empresas informativas, abocándolas a un proceso de reestructuración, con despidos, cierres, quiebras, fusiones y cambios de propiedad y gestión que van a ser moneda común durante los próximos meses y años. Se modificará profundamente el mapa empresarial y profesional respecto al existente a comienzos de la crisis.
El caso español no es ajeno al del resto del mundo. Los diarios y revistas que constituían el surco central de los medios informativos han reducido el número de cabeceras, recortado su difusión más de un tercio (y sigue el descenso) y sufrido la rebaja de sus ingresos publicitarios a menos de la mitad, sin perspectivas de retorno a los niveles previos a la crisis cuando la recuperación se consolide. Hay fuentes de ingresos que se han ido para no volver. Por ejemplo, las páginas de anuncios clasificados para venta o alquiler de pisos, las ofertas-demandas de empleo, los productos de segunda mano o la publicidad financiera que imponía la legislación mercantil y societaria. Pero se atisban oportunidades que hay que explorar y ensayar. Al menos intentarlo, aunque no proporcionen éxitos inmediatos, porque del ejercicio de prueba y error nacerán nuevas fuentes de ingresos y modelos alternativos de negocio.
La publicidad está sufriendo cambios radicales con la irrupción de Internet, que propone nuevos y potentes caminos comerciales que dejan obsoleta la capacidad comercial de los medios informativos para abrir la puerta a nuevas oportunidades de marketing. Y llega el bigdata, que modifica y multiplica las oportunidades globales. Respecto a la venta de ejemplares, los lectores están cada vez más interesados en la información, son más inteligentes y exigentes. Reciben información gratuita e inmediata, pero aspiran a más y pagarán por lo que les sea útil, en papel impreso o en nuevos formatos a través de tabletas, teléfonos inteligentes u otros dispositivos. Otro mundo de oportunidades, en el que algunos medios de comunicación, que han innovado y arriesgado, empiezan a ver luz y futuro.
La raíz de los problemas no está en Internet; la Red sólo ha venido a ponerlos en evidencia y también a ofrecer soluciones que hay que detectar y construir. Los ingresos que provienen del ámbito digital, del periodismo electrónico en la web, no compensan lo que se ha perdido, al menos a medio plazo. Los nuevos medios digitales son centenares, con costes bajos, especializados y con talento detrás de muchas de esas iniciativas. La respuesta de las empresas editoras clásicas no ha ido más allá del asombro, el pesimismo y un ajuste indiscriminado de los costes, hecho con retraso y torpeza en muchos casos.
A comienzos del nuevo siglo confluyeron (y no sólo sobre los medios, también sobre otros negocios y actividades) varias crisis simultáneas, profundas, a las que los medios y el periodismo han respondido, hasta ahora, con tibieza, sin visión de futuro, a la defensiva. Sin embargo, se percibe la aparición de nuevos actores, decididos a ocupar el espacio que los grandes de antes han dejado libre.