“Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis equivale a exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla” (Albert Einstein).
La crisis parece haber despertado en la sociedad española un nuevo interés por el consenso y la concordia. “Sin crisis, no hay desafíos”, como nos recuerda el sabio alemán. Y sobre todo, quedémonos con el consejo de Einstein: “Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla”.
El consenso del que tanto se habla no equivale a la unanimidad de juicios y pareceres. Se identifica más con el deseo y la práctica de colaborar con los demás, aunque sean discrepantes. El bien común está por encima de nuestros respetables pareceres personales.
Las élites políticas, los empresarios, los banqueros, los profesionales de la educación y de la cultura tendemos a encerrarnos en nuestros propios intereses. Nos quejamos cada uno de lo nuestro, sin intentar comprender lo de los otros. Cada uno siente su propia crisis de identidad.
Si buscamos de veras superar la gran depresión económica y laboral, no nos dejemos vencer por el desacuerdo ideológico, la visión partidaria o los viejos pleitos del pasado. Se trata, sobre todo, de regenerar nuestra ciudadanía, de volver a tenerla presente como razón de nuestra vida social.
Existen, por el contrario, también actitudes que utilizan la crisis únicamente para darle vueltas a su propio malestar o para hacer de su vida una manifestación constante de su descontento. Esta reacción es comprensible y merece respeto, pero no es el camino de una regeneración democrática, aunque se le confunda con un método de conquista de nuevas libertades.
La crisis, a nuestro juicio, tiene que convertirse en una oportunidad para mejorar la situación del país. No podemos seguir pensando que la “crisis” es culpa exclusiva de “los otros”. Se trata también especialmente de nuestra conducta personal, la de todos y la de cada uno. La situación histórica pide a voces un “regeneración” de la comunidad social, política y económica.
Partimos del supuesto de que, sin pretender jugar con las palabras, quizá podríamos afirmar que ahora estamos viviendo la “crisis de la crisis”. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en el diagnóstico, será imposible acertar con la terapia adecuada. Discrepamos especialmente sobre la salida de la crisis. Discutimos sobre el futuro inmediato de nuestro comportamiento. Nos preocupa el modo de acabar con la crisis.
Nuestro pacto constitucional, ¿fue válido sólo para aquel preciso momento o puede cumplir su misión a través de reformas que actualicen la norma a las realidades presentes? ¿Hemos sido fieles a nuestro pacto constitucional? Estas dudas forman parte de la crisis que nos sobrecoge.