Entre 2008 y 2012 las tasas de actividad del grupo de edad de 16-19 años, que siempre estaban por encima de la media europea por el fenómeno español del abandono escolar prematuro, descienden y se colocan en la media europea en el cuarto trimestre de 2011 (en torno al 20%). En los últimos tres años caen a tal velocidad que llegan a liderar la UE, con sólo un 15,1% de activos en el cuarto trimestre de 2012 (tabla 12). Esto explica la masiva vuelta a la escuela de chicos y chicas que en el pasado la abandonaron. Pero, como las cifras se refieren sólo en parte a las edades obligatorias, parece plausible imaginar –aún no hay datos directos sobre este fenómeno– que el curso escolar 2012/13 se caracterizará por un nivel de éxito sin precedentes en lo relativo al número de alumnos adultos en enseñanzas obligatorias.
En el otro extremo, en el grupo de 25-29 años continúa ascendiendo la proporción de activos, que ya se sitúa muy por encima de la media europea, quizás como consecuencia de nuestra “modernidad”, en al menos dos aspectos. De una parte, una mayor igualdad de género, pues en España hay muy pocas mujeres “inactivas” que se dediquen a “sus labores” o a la “maternidad excluyente” y todas tratan de ser “activas laborales”. Y, de otra, el progresivo incremento de las tasas de integración laboral de las personas con discapacidad.
La tasa de actividad del grupo de 20-24 años era ligeramente superior a la media europea, que se igualó a finales de 2011 (en torno al 62%) y ha seguido una notable tendencia a la baja en todo el año 2012. Esto se puede atribuir a la prolongación de los estudios superiores con el sistema de grados y másteres, en un contexto de crecientes tasas de paro para este grupo de edad.
A la vez, el desempleo juvenil se dispara hasta cifras desconocidas en nuestro país. Sin embargo, la disminución de la población activa entre los menores de 24 años produce un efecto muy paradójico: el paro juvenil es por primera vez en nuestra historia muy inferior al paro adulto en relación con la población total de cada grupo. De hecho, los parados entre 16-19 años son sólo un 11,2% de la población de estas edades. Los parados entre 20-24 años representan un 31% de la población de estas edades, cifra parecida a la de los desempleados de 25 a 29 años, porcentajes que muestran continuas, pero ligeras, tendencias a la baja según aumenta la edad.
Si se analizan los términos absolutos, la constatación es aún más evidente: en 2006, con la tasa de paro juvenil de 16 a 24 años más baja de nuestra historia, el paro anual medio registrado por los servicios estatales de empleo era de 255.600, y en 2012 era de 475.500. Creció un 86%. Pero, además, en 2006, el número total de parados registrados apenas superaba los dos millones (2.039.400); en 2012 se ha más que duplicado (4. 720.400), con un incremento del 131,5%. En 2006, el paro juvenil (16-24 años) representaba el 12,5% del total del paro registrado y en 2012 suponía el 10,1%.
Al final, resulta que, de una forma paradójica, pero poco conocida, la crisis ha dado la vuelta a una situación endémica que la democracia española no acaba de resolver, las altas tasas diferenciales de paro juvenil. Los jóvenes representaban el 55% del total de los parados a principios de los años ochenta, pero con la actual crisis se han convertido en un grupo mucho más residual en el conjunto de los parados y tienen un peso muy inferior al de su peso demográfico total.
Entonces, ¿por qué la sociedad española imagina que “el problema del paro” es esencialmente un problema de paro juvenil? En primer lugar, haciendo una lectura parcial de los resultados de la EPA al afirmar que más del 60% de las personas jóvenes menores de 24 años están parados, cuando en realidad esta tasa se refiere a los activos menores de 24 años, que cada vez son menos. La proporción de parados entre los menores de 24 años era, en el último trimestre de 2012 de un 22,6%, es decir una cifra inferior a la de cualquier otra edad.
En segundo lugar, da la impresión de que a las instituciones y a la sociedad española le tranquiliza el hecho de que el paro sea un problema de personas jóvenes, y no tanto una cuestión que ataña a madres y padres con responsabilidades familiares. De hecho, el elevado paro juvenil en España a lo largo de los treinta últimos años siempre ha sido minusvalorado como un problema menor, al que se dedicaba mucha retórica y muy poca actuación. Afirmar, como se hace, que las actuales tasas de paro son un “problema de los jóvenes” permite acentuar la dramatización de los hechos, pero, a la vez, tranquiliza las conciencias. ¿Qué ocurrirá en la sociedad española cuando inevitablemente se desvelen las dimensiones y las características reales de los actuales seis millones de parados? Pues algo imprevisible y seguramente poco favorable para las personas jóvenes.
Esto no quiere decir que los jóvenes no tengan un problema con el empleo, pero es un problema que ya han vivido otras cohortes generacionales en otros momentos (por ejemplo, entre 1981 y 1987 y entre 1993 y 1997). Lo que ha cambiado ahora es que sus padres también tienen este problema y, por tanto, ya no pueden intercambiar recursos por dependencia. Esto significa que a partir de ahora las personas jóvenes “tendrán que buscarse la vida” por sí solos, con poco apoyo, sin instrucciones, pero, eso sí, siendo mucho más autónomos que en otras épocas. Un cambio radical para nuestra cultura social y familiar y algo que, seguramente, genera más malestar que cualquier otra cosa.
En cuanto al Informe Juventud en España 2012, se observan las mismas tendencias (tabla 5 ). El paro no aumenta, crecen las tasas de paro, porque disminuyen los activos a consecuencia de la notable subida de los que estudian, aunque es aún más notable la de los que estudian y trabajan. Esto confirma que la crisis y el alejamiento de la esperanza en el “gran futuro” está teniendo efectos muy beneficiosos sobre el nivel de escolarización (y seguramente sobre los resultados escolares) de las personas jóvenes en España.
De hecho, se trata de un proceso muy coherente en el propio análisis de quiénes son las personas jóvenes paradas (y las que tienen empleo). La variable clave es el nivel educativo, tan importante que rompe las barreras familiares, de clase social e incluso de género. Así, aunque la actual crisis está produciendo importantes cambios en la tasa de paro por sexo, ya que la tasa de las mujeres en 2005 era un 72% superior a la de los hombres y en 2012 apenas supone un 2,6%, en gran medida porque la tasa de paro de las mujeres jóvenes era incluso ligeramente inferior a la de los hombres de su misma edad. ¿Cuál esa razón? No abandonaron la escuela tras los sueldos fáciles de la “burbuja inmobiliaria” y la economía sumergida. Un resultado que cierra de forma muy precisa el relato sobre el paro juvenil en el período democrático.