La evolución de los resultados educativos a lo largo de la etapa democrática se ha vinculado siempre con la noción de éxito. No podía ser de otra manera porque, tanto la ciudadanía como la casi totalidad de las declaraciones de los expertos y los propios datos apoyaban el argumento –que, en principio, se formuló desde el ámbito político en el entorno de 1990– de que “ésta es”.
Se trata de un argumento que se utiliza en coherencia con el significado social de la noción de “generación predeterminada” y con la esperanza en el “gran futuro”. Esto explica que, a la vez, cuando se publica anualmente el Informe PISA sobre rendimiento escolar y, aunque nuestros escolares se sitúan un poco por encima de la media europea y mundial, se genere un gran ruido mediático y se hable de “fracaso del sistema”, porque el conjunto de indicadores nos distancia del líder (Finlandia) y además estamos muy lejos de los que encabezan la clasificación en matemáticas (Corea del Sur y otros países orientales).
En realidad, nuestros datos no son peores (incluso son un poco mejores) de los de la mayoría de los países de la UE, aunque se consideran insuficientes para alcanzar los objetivos sociales que se fijaron en la transición democrática. Se supone que hemos hecho demasiados esfuerzos (lo cual no es cierto) para un resultado tan magro. Como consecuencia, la imagen social de nuestro sistema educativo supone, a la vez, un éxito, porque progresa, y un fracaso, porque lo hace de forma insuficiente.
La tabla 2 recoge los datos del máximo nivel formativo alcanzando por edad. Se han excluido las edades y los niveles formativos que aún pueden continuar y ampliar debido a su edad natural: el grupo de 20-24 años y los estudios superiores. Muchos jóvenes de ese grupo de edad están cursando estudios universitarios, pero su nivel máximo logrado es, por ahora, el segundo ciclo de Educación Secundaria. Se trata de una presentación original que relaciona cada grupo de edad con un determinado período histórico: aquel en el que dicho grupo realizó sus estudios.
La transición a la democracia coincidió con la fase de estudios superiores del actual grupo de edad de 50-59 años y con los estudios primarios y medios de los que actualmente tienen entre 40 y 49 años, de tal manera que el impacto de la transformación de los objetivos sociales se nota en estas cohortes. De hecho, se percibe claramente ya que se produce un cambio notable, porque la implantación del sistema democrático reduce en más de un 80% a los que sólo tienen estudios primarios, al tiempo que duplica el número de los que alcanzan títulos superiores.
A partir de ahí se percibe una cierta estabilización, e incluso algunos retrocesos, que en parte se pueden atribuir al nuevo fenómeno de la inmigración, pero esto supone una explicación insuficiente. ¿Es ésta la generación mejor preparada de nuestra historia? Pues sí, pero las diferencias por debajo de los 50 años son muy tenues, lo que significa que en la actualidad las personas “sobradamente preparadas” son todas las que tienen menos de 50 años y no sólo una imaginada generación juvenil. Una constatación que obliga a preguntarse: ¿por qué el grupo de menos de 30 años no ha seguido una evolución educativa similar al grupo de los que tienen 30-50 años? O, al menos, ¿por qué no ha avanzado al mismo ritmo?
El gráfico 1, que compara estos mismos grupos de edad señalando el porcentaje de los mismos según tengan sólo estudios secundarios y según tengan el título del segundo ciclo de Educación Secundaria o más (lo que implica la superposición de aquellos que tienen dicho título) es aún más clarificador. Permite constatar de una manera evidente tanto el gran salto de la transición democrática como la estabilización posterior.
Gráfico 1 – Nivel formativo alcanzado por la población de 25 y más años por grupos de edad. En porcentaje. 2012
Fuente: Elaboración Fundación Encuentro a partir de INE, Encuesta de Población Activa, cuarto trimestre de 2012.