No es posible disponer de datos oficiales que permitan tener una visión global y prolongada en el tiempo de las magnitudes más básicas de las asociaciones y fundaciones españolas (el número, el total de socios, la dimensión de su voluntariado, los ingresos). Para conseguir esta información es necesario acudir a estudios publicados en diferentes períodos temporales y a los informes, memorias o documentos de las propias organizaciones.
En uno de los estudios más recientes, en el informe de García Delgado, a través de la Encuesta a Directivos de Entidades FONCE-2001 y FONCE-2005, se estima que la situación del sector es la que se muestra en la tabla 1. Así, en 2001, el total de asociaciones y fundaciones con actividad era de 126.994, mientras que el total estimado en 2005 era de 141.242. En términos de empleo, el total estimado en 2001 era de 414.319 y de 533.845 en 2005.
El informe de Monzón, publicado en 2011, Las grandes cifras de la Economía Social en España, dedica una parte a la cuantificación de las diferentes familias de la Economía Social con información hasta 2008, donde se incluyen los datos de las asociaciones y las fundaciones. El total de entidades estimado es de 156.007, el número de socios de 29.281.679, mientras que el empleo remunerado ascendía a 588.056. El número de socios hay que tomarlo con cautela, porque un comportamiento habitual es la pluripertenencia (tabla 2).
Los datos anteriores se completan con el Anuario del Tercer Sector publicado por la Fundación Luis Vives en 2010 y 2012, donde se pretende comenzar a sistematizar el estado de la cuestión del Tercer Sector de Acción Social en España. Según el primer informe de la Fundación Luis Vives, en el sector Acción Social en 2008 había unas 28.790 organizaciones, que representaban entre el 1,42% y el 1,69% del PIB, según se tenga en cuenta o no a las entidades singulares (Cáritas, Cruz Roja y ONCE). En términos de empleo, daban trabajo a unas 530.000 personas, esto es, el 2,7% del empleo total. Respecto a su estructura, el 51% de las entidades tenía menos de diez asalariados, frente al 88% del resto de las empresas con menos de diez empleados. En el segundo informe, con datos de 2010, el sector había crecido en 950 organizaciones más, siendo el total de 29.740 y su contribución al PIB se situaba entre el 1,62% y el 1,88%. La estimación del total de trabajadores para este año era de 635.961, el 3,5% del empleo total.
Como se puede comprobar, los estudios de García Delgado (2009) y de Monzón (2011) tienen una visión más global del conjunto de las organizaciones. Nos permiten afirmar que se ha producido un incremento en el número y en el impacto sobre el empleo.
En cuanto a la posición relativa de España con respecto al resto de los países europeos, hay muy pocos estudios que permitan realizar esta comparación. La tabla 3 recoge los datos comparados publicados en el estudio de Monzón y Chaves (2012) –en diferentes países europeos y en dos períodos diferentes (2002-2003 y 2009-2010)– del empleo en asociaciones, fundaciones y entidades similares. El empleo en España en este lapso creció, pasando de 380.060 en 2002-2003 a 588.056 en 2009-2010, un incremento del 54,73%.
El gráfico 1 muestra la posición relativa de España con respecto al tamaño del sector, medido en términos de empleo. De acuerdo con la información publicada en el estudio de Monzón y Chaves, España se sitúa en el puesto catorce.
Gráfico 1 – Empleo remunerado en asociaciones, fundaciones y entidades similares en la UE. En porcentaje del empleo total. 2009-2010
Fuente: Elaboración Fundación Encuentro a partir de Monzón, J. L. y Chaves, R. (2012): La economía social en la Unión Europea. Bruselas: Comité Económico y Social Europeo.
Sin embargo, no es posible disponer de más datos a lo largo del tiempo que nos permitan mostrar una visión dinámica y global. En estos momentos sólo podemos presentar el número de asociaciones de ámbito nacional creadas durante el período 1990-2011.
El gráfico 2 dibuja una tendencia creciente en el número de asociaciones que se crean. Destaca especialmente el período 2007-2011, en el que se produce un cambio de tendencia significativo con respecto a los dos años anteriores.
Gráfico 2 – Evolución de las asociaciones de ámbito nacional creadas. 1990-2011
Nota: El incremento de altas de 2005 resulta de considerar como tales las producidas por la ampliación a estatal del ámbito territorial 463 asociaciones, que han pasado a la competencia del Registro Nacional de Asociaciones.
Fuente: Elaboración Fundación Encuentro a partir de Ministerio del Interior (2012): Anuario estadístico del Ministerio del Interior 2011.
Atendiendo a las categorías de clasificación que realiza el Ministerio del Interior, en el gráfico 3 se agrupan las asociaciones en cinco categorías: Acción social; Culturales e ideológicas; Deportivas, recreativas y jóvenes; Económicas y profesionales; y Varias. Como puede observarse, se produce un cambio de tendencia en la creación de las asociaciones de las cuatro primeras categorías, siendo más acusado en las Culturales e ideológicas, seguidas de las de Acción social.
Gráfico 3 – Evolución de las asociaciones de ámbito nacional creadas por sectores de actividad. 1990-2011
Fuente: Elaboración Fundación Encuentro a partir de Ministerio del Interior (2012): Anuario estadístico del Ministerio del Interior 2011.
Una interpretación del incremento del número de asociaciones en tiempos de crisis es lo que se denomina “efecto refugio”, similar al que se produce en las cooperativas. Es decir, en momentos de mayor dificultad y necesidad, la ayuda mutua es una vía de búsqueda de soluciones a los problemas. Cuando nuestro coche se atasca en un lodazal, necesitamos de otros brazos, de una grúa y de otras fuerzas que nos ayuden a salir de ahí. La metáfora, aunque no hace falta explicarla, conviene apuntalarla. Si queremos salir de los lodos en los que estamos necesitamos empujar juntos.
Esto lo sabemos, como humanos, desde hace mucho tiempo. Basta con recordar las imágenes que recrean la caza del mamut de forma colectiva: necesitamos el apoyo de otros para conseguir sobrevivir. Pero parece que en un modelo de sociedad de consumo y (pseudo) meritocrática como la nuestra esto se nos ha olvidado. La lógica dominante que ensalza la competitividad, la productividad y la calidad como caminos para el éxito incentivan los comportamientos individualistas que legitiman el triunfo por encima de la derrota, sin tener en cuenta los efectos sociales no previstos que se generan en el mundo de los perdedores. A pocos les importa la sabiduría que generan el fracaso, la dependencia o la vulnerabilidad. Sin embargo, tampoco se trata de una disolución de la acción individual en otra gregaria y adocenada.