Desde un punto de vista económico, la esperanza de vida –sobre todo a los 65 años– es un indicador muy relevante, pues impacta directamente en los recursos necesarios para el pago de las pensiones. Pero, desde un punto de vista social, el aumento de la esperanza de vida plantea la cuestión sobre cuánto de ese tiempo se pasa en buena salud, con capacidad para desarrollar una vida autónoma y para aportar algo a la sociedad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) acuñó el término “envejecimiento activo”. Según señala Rocío Fernández-Ballesteros, se intenta combatir los estereotipos e imágenes negativas sobre la vejez. No se trata de medir los años que se van a vivir, sino el tiempo en que se puede aportar alguna actividad a la sociedad en buenas condiciones. Para cuantificar esta medida se suelen utilizar dos indicadores, que se engloban en la esperanza de vida en salud (EVS): la esperanza de vida libre de incapacidad (EVLI) y la esperanza de vida en buena salud (EVBS).
La EVLI es el indicador más utilizado para medir la esperanza de vida en salud. Se define como el número medio de años de vida que esperaría vivir un individuo sin discapacidad en una población determinada a una edad dada si se mantuvieran las actuales tasas de mortalidad y de discapacidad por edad que se observan en dicha población. Se puede medir respecto al nacimiento o a los 65 años.
Los datos de la tabla 6 permiten apreciar que la EVLI al nacer en 2007 en España había aumentado casi seis años respecto a 1986 y casi dos respecto a 1999, ganancias superiores a las registradas en la esperanza de vida. La EVLI a los 65 años también ha registrado una mejora significativa de casi tres años entre 1986 y 2007. En ambos casos, la mejora de los hombres es claramente superior a la de las mujeres, hasta el punto de que las diferencias en cuanto a la esperanza de vida entre ambos sexos se reducen en 2007 de los 6,5 años al nacer y de 4,1 a los 65 años, respectivamente, a 2,5 y 0,5 años en la EVLI.
Gráfico 6 – Evolución de la esperanza de vida libre de incapacidad a los 65 años por sexo. En porcentaje de la esperanza de vida a los 65 años. 1986-2007
Fuente: Gutiérrez-Fisac, J. L., Regidor, E. y Alfaro M. (2010): Esperanzas de vida saludable en España 1986-2007. Esperanza de vida libre de incapacidad y esperanza de vida en buena salud en España y sus comunidades autónomas. Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad.
Otra forma de evaluar la evolución de la EVLI entre hombres y mujeres consiste en calcular el porcentaje de ésta respecto a la esperanza de vida (EV). Como se puede apreciar en el gráfico 6, los hombres a los 65 años tenían una expectativa de vivir un 74,2% de los años que les restaban libres de incapacidad en 2007, porcentaje claramente superior al de las mujeres (62,6%). Además, desde 1986 el porcentaje correspondiente a los hombres ha experimentado un claro ascenso (casi 10 puntos porcentuales), mientras que en el caso de las mujeres el incremento no llega a los cuatro puntos.
La esperanza de vida en buena salud (EVBS), por su parte, mide la percepción subjetiva de la salud. Dado que muchas enfermedades o dolencias no suponen un inconveniente para participar en la vida social, este indicador registra una reducción de años respecto a la EVLI. La “mala salud de hierro”, tantas veces aplicada a las mujeres mayores, reflejaría las diferencias entre ambos indicadores. Precisamente, esta peor salud percibida por parte de las mujeres se observa claramente en este ítem, ya que, al contrario que en la esperanza de vida y en la EVLI, los hombres obtienen mejores resultados que las mujeres. En 2007, la EVBS a los 65 años era de 8,6 años para los hombres frente a 7,2 para las mujeres (tabla 7). Además, desde 1987, este indicador había aumentado en los hombres en 1,6 años, frente a apenas 0,5 años en las mujeres.
La discusión sobre si los años ganados a la muerte se viven en buenas o malas condiciones continuará. La emergencia de una “cuarta edad”, etapa de declive, planteará el dilema sobre la calidad de vida, por los aspectos negativos que conlleva este período final de la vida. Esa etapa no es una mera continuación de la anterior, sino una acentuación, porque se intensifican la fragilidad, las limitaciones funcionales y cognitivas y otras características asociadas a la pérdida de identidad, de sentido del control y de autonomía personal, que algunos llaman de muerte psicológica.