La España de 2013 vive una nueva encrucijada histórica y compleja donde se superponen múltiples problemas de envergadura. La crisis económica, el aumento de la desigualdad social, los graves casos de corrupción y los recortes de la austeridad, aun con subidas de impuestos, son causas explosivas del malestar ciudadano, que se ha ido agravando con el paso del tiempo. Del espíritu de fiesta en los años de bonanza y crecimiento hemos pasado a una crisis dramática y a una desafección donde no se auguran ni brotes verdes ni horizontes resolutivos.
Durante estas dos últimas décadas la Fundación Encuentro ha venido analizando e interpretando los distintos momentos de la realidad social española. En los diecinueve volúmenes publicados del Informe España se ha ido narrando y objetivando la cambiante realidad española, ofreciendo claves interpretativas a empresarios, académicos, políticos y ciudadanos. Estas referencias argumentativas son hoy más necesarias si cabe para interpretar el complejo momento presente. Esta serie de consideraciones pretenden ayudar y promover el debate sobre nuevos cambios y decisiones.
Ciertamente, España está mal y no va bien, pero no hay que caer en ningún tipo de tremendismo ni de frentismo simplificador que impida pensar salidas positivas y compartidas de futuro. La triple crisis de legitimidad, económica, política y social, que sufrimos ha de ser una oportunidad de catarsis reflexiva que nos ayude a resolver esta difícil encrucijada múltiple. Esta triple crisis nos interpela a todos sin excepción: a las élites políticas y financieras, a los partidos y sindicatos y a todos los ciudadanos en general. Porque, como ciudadanos corrientes, somos las principales víctimas de una crisis sistémica que ha puesto en evidencia la debilidad de nuestro modelo confiado de gobernanza. Ciudadanos confiados y acomodados a un modelo de instituciones, reglas, supervisores y líderes políticos que no eran tan fiables ni resolutivos como pensábamos. En consecuencia, la ciudadanía castiga ahora a los políticos con el desprestigio y los sitúa como el tercer problema del país, nada menos. Mientras, según recientes encuestas, otorgamos el máximo prestigio profesional y confianza a los profesionales sanitarios, los profesores y las fuerzas de seguridad, figuras percibidas como garantes de bienestar y seguridad a la comunidad. Un contraste muy elocuente.
Los políticos y el modelo confiado de gobernanza son y han sido el resultado de nuestro orden institucional y cultural; por lo tanto, son el reflejo de nosotros mismos. De la perplejidad inicial hemos pasado a la decepción en cascada y acumulativa viendo empeorar las injusticias, los atropellos y las consecuencias de la crisis. Si no hay un estallido social de ira, tras la gran protesta del 15-M, es porque la sociedad española es más madura y contenida de lo que parece. Pasadas la perplejidad, la decepción y la protesta, vivimos ahora en tiempos propositivos gracias a la aparición saludable de nuevas plataformas, foros y colectivos que están renovando como nunca el debate de ideas y propuestas.
La europea España no puede soslayar el diálogo como herramienta básica de la vida democrática y ha de abrirse a las voces críticas que vienen del demos cívico. La lluvia de nuevas propuestas que están apareciendo desde las redes ciudadanas redefine el bien común y supone el inicio de una catarsis reflexiva y creativa para repensar los múltiples desafíos y poder abrir un nuevo ciclo distinto. Conviene estar atentos, escuchar, debatir y contrastar esta lluvia fina de propuestas aunque no estén coordinadas ni entrelazadas entre sí.
Seguramente nos enfrentamos a un “cambio de época” con cierto retraso por haber obviado lo que eminentes sociólogos y pensadores (Touraine, Castells, Beck, Giddens o Crouch) ya enunciaron a inicios del año 2000. ¿Hemos sabido resolver los desafíos estratégicos que planteaban la globalización, la gobernanza multinivel, las soberanías compartidas, la posdemocracia o la flexiseguridad? ¿Hemos tenido líderes políticos, empresariales y periodistas capaces de plantear ese tipo de debates serios y transcendentales para nuestras vidas? ¿Nos hemos interesado como ciudadanos en leer pensamiento y prestigiar el rigor analítico o hemos sucumbido al deporte del tertulianismo opinativo?
Seguramente el país ha quedado adormecido en un “España va bien” demasiado complaciente, manteniendo viejos códigos y maneras de hacer que deberían haber sido superados antes. Ahora los deberes y exámenes se agolpan o vienen impuestos desde fuera con urgencia. Sin embargo, tampoco es saludable caer en una depresión que hiera la autoimagen como país asumiendo estereotipos que caricaturizan la compleja realidad. Las urgencias, los estereotipos subjetivos y las prisas nunca son buenas consejeras. Rigor analítico, realismo y templanza son criterios más necesarios que nunca y nos inspiran esta serie de consideraciones generales que pasamos a exponer.