La educación, especialmente la universitaria, es el principal componente jerárquico de la movilidad; sin embargo, cabe advertir que su relación no siempre es lineal, directa y unívoca, como afirma la paradoja de Anderson. El aumento de capital educativo o el ascenso educativo respecto a los padres no equivale ni se corresponde de forma automática con una mayor movilidad ascendente de clase.
Aunque la educación sea un vehículo o condición necesaria, la propia inercia de la expansión educativa comporta mayores dificultades para rentabilizar los títulos y especialidades y lograr el ascenso de clase. La expansión y elevación del nivel educativo medio conlleva un incremento del coste de estatus, dado que para ascender, incluso para mantener la posición de origen, cada vez se requieren niveles y pluses formativos más completos y distintivos (idiomas, másteres, prácticas de empresa, años cursados en el extranjero, etc.). Si en los años setenta un empleado de banca ejercía su empleo con Bachillerato, a los actuales empleados de cajas y bancos se les exige diplomaturas universitarias sin que su rutina operativa sea mucho más compleja.
Boudon ya demostró que la lógica de estratificación educativa es separable e independiente de la lógica de estratificación y movilidad social. Como sociedad podemos lograr una mayor equidad de resultados educativos sin que ello se traduzca en una mayor fluidez social entre las clases de origen y destino. Por lo tanto, la relación entre educación y movilidad social es más compleja y paradójica de lo que establece el sentido popular, deudor todavía de un pasado de exclusión educativa.
En el caso español, la educación es el principal componente jerárquico de la movilidad social computada en la matriz EGP-7 (gráfico 15). Los títulos universitarios, con las diplomaturas por delante de las licenciaturas, encabezan las probabilidades de ascenso social.
Los titulados en FP superan a los bachilleres en la tasa de ascenso (47% frente a 43%) y registran un menor descenso intergeneracional que éstos. A su vez, la educación básica presenta mayor ascenso social (34%) que los encuestados que no han logrado completarla (29%), aunque ambos niveles comportan las mayores tasas de descenso social (26% y 27%).
Gráfico 15 – Tasas de movilidad absoluta de la población de 30 a 64 años por niveles de estudios según la matriz EGP-7. En porcentaje. 2006
Fuente: Elaboración Fundación Encuentro a partir de CIS (2006): Estudio 2634. Clases sociales y estructura social.
La distribución del ascenso social según el capital educativo se muestra en la tabla 8. Los titulados superiores suponen el 33% del total del ascenso de clase y los graduados básicos (EGB, ESO y similares) suman el 24%. La inmovilidad tiende a distribuirse replicando de forma casi fidedigna la distribución de las desigualdades educativas, excepto en el caso de los universitarios, que representan un 23% de todos los encuestados, pero sólo el 15% de los inmóviles. La distribución del descenso social, en cambio, está sesgada y más concentrada en los niveles básicos (41%) e inferior a básicos (28%).
Los resultados de ascenso social según capital educativo y cohortes de edad para la población entre 30 y 64 años en 2006 se observan en el gráfico 16. La cohorte que tenía entre 60 y 64 años en 2006 presenta menores tasas de ascenso, como ya hemos visto, que se reducen al 20% para los encuestados con niveles básicos e inferiores a básicos. En cambio, las cohortes de 40 a 49 años y de 50 a 59 años con estos dos niveles formativos obtienen mayores niveles de ascenso, llegando hasta el 37% por la coyuntura favorable de industrialización y terciarización de la economía española. Ambos niveles formativos bajos tienen un ascenso social simétrico y equiparable si exceptuamos las cohortes 6 y 7 (30-39 años), dado que los grados básicos se alzan por primera vez como distintivos, registrando mayor ascenso (34%) que el logrado por los encuestados sin completar la EGB (19%).
Gráfico 16 – Ascenso social de la población de 30 a 64 años por nivel de estudios y grupos de edad. En porcentaje. 2006
Fuente: Elaboración Fundación Encuentro a partir de CIS (2006): Estudio 2.634. Clases sociales y estructura social.
Por tanto, las cohortes nacidas entre 1967 y 1976 son las primeras en verse afectadas por el estigma y la señal negativa del fracaso escolar, que se traduce en un menor ascenso social, lo que refleja la elevación de las exigencias de cualificación del mercado de trabajo. Los titulados con FP, en cambio, han seguido con unas tasas casi constantes de ascenso social, entre el 41% y el 46%. Más irregular ha sido la evolución del ascenso desde el Bachillerato, máximo nivel de estudios que camufla a ciertos encuestados con niveles universitarios inacabados. Mientras que para la cohorte de 60 a 64 años el Bachillerato significaba un nivel distintivo (ascenso del 55%) por minoritario, en las cohortes de 50 a 59 años y de 40 a 49 años se rebaja su tasa de ascenso hasta el 44%, remontando en las cohortes de 30 a 39 años hasta el 49%.
Las diplomaturas universitarias destacan por ser, históricamente, el grado con mayor oportunidad de ascenso social. Contando con graduados procedentes de orígenes bajos y modestos, han representado un vehículo directo de ascenso hacia la fracción baja de la clase profesional II (maestros, enfermeros, etc.) expandida con la construcción del Estado de bienestar. Su máxima cota de ascenso social, ya inigualable, se logra en las cohortes de 50 a 59 años, con un 76%, que se ha reducido al 61% en las cohortes de 30 a 39 años, aunque supera a los licenciados de esas edades.
Por último, las licenciaturas también han facilitado una alta oportunidad de ascenso social, especialmente a partir de las cohortes de 50 a 59 años, que registran un 57%, superado por las cohortes de 40 a 49 años, con un máximo del 62%. En cambio, en la cohorte de 60 a 64 años las licenciaturas y carreras largas presentan una menor tasa de ascenso (41%) por tener una composición más elitista que las diplomaturas, cuyo objetivo primordial era la reproducción de estatus.