La extensión y generalización de Internet y de la hiperconectividad que lleva aparejada permite, entre otras muchas cosas, repensar de nuevo el viejo tema de la democracia directa. Es importante, en este sentido, recordar la constante presencia del instrumento “asamblea” en los movimientos políticos de los últimos tiempos. Con ello se expresa , querer reproducir off line lo que es característico del modo on line: horizontalidad, agregación, compartir, buscar acomodación de distintas perspectivas en nodos comunes.
Conviene recordar que la discusión en torno a la democracia, y sus componentes más directos o más representativos, tiene un largo recorrido. Benjamin Constant ya aludía a ello cuando se refería, desde su conservadurismo, a la “libertad de los antiguos”, entendida como participación directa de los ciudadanos en los asuntos que les incumben, y la “libertad de los modernos”, forzosamente canalizada a través de las asambleas representativas.
Por mucho que se constate una evidente democratización del Estado y de las formas de hacer política, esto no ha implicado una modificación esencial de esa concepción liberal y representativa de la democracia. Se ha ido reconociendo, eso sí, el precio a pagar: el enorme poder discrecional sobre decisiones muy significativas que los ciudadanos delegan en sus representantes. Y cada día hay constancia de ello, ante evidentes incumplimientos de programas electorales o de decisiones de gran trascendencia que se toman a espaldas de la ciudadanía o con formatos muy “comprimidos” de deliberación parlamentaria.
Internet y las TIC permiten cosas que antes no eran posibles, como se observa cada día. Por tanto, con todas las cautelas necesarias, y siendo conscientes de que las formas de deliberación en asamblea son distintas a las que se dan a través de las tecnologías de la comunicación, se podría pensar hasta qué punto empiezan a darse las condiciones para avanzar hacia formas de democracia que incorporen más directamente a la ciudadanía. Todo ello sin perder el preciado valor de la deliberación y sin caer en la lógica perversa de lo que algunos han llamado “democracia instantánea”. La extensa literatura sobre democracia deliberativa muestra la importancia extrema que los procesos deliberativos y participativos tienen en una concepción plena de lo que es una democracia liberal. Siguiendo a Jürgen Habermas, se afirma que las decisiones en democracia se cargan de valor y significación, más por la transfomación que sigue a la deliberación que por la simple agregación de preferencias.
Por lo tanto, toda incorporación de las TIC a los procesos de toma de decisiones públicas debería tener en cuenta ese profundo carácter deliberativo de la democracia. De no ser así, esas decisiones podrían ser notablemente inconsistentes entre sí, o bien estar demasiado afectadas por situaciones emocionales coyunturales. Por consiguiente, deberíamos dirigirnos hacia perspectivas en las que fuera posible o imaginable utilizar los potenciales comunicativos y de toma de decisiones colectivas que Internet sin duda presenta –y que ya han sido probados en contextos privados u organizacionales–, sin que ello hiciera perder capacidad y calidad deliberativa a todo el nuevo proceso decisional inspirado en un acercamiento a los valores de una democracia directa que siempre ha sido vista como auspiciable, pero no viable.
Si se combinan las potencialidades de las TIC para avanzar hacia formas de democracia directa hasta hoy inexploradas con la necesidad de contar con mecanismos que aseguren deliberación y que canalizen opiniones y debates hacia formas de toma de decisiones pragmáticas y eficientes, podríamos repensar nuestras actuales instituciones democráticas y reforzar lo que es hoy un bajo valor añadido como espacio de intermediación política. Parlamentos, gobiernos y partidos políticos son hoy por hoy elementos centrales en el sistema democrático. Siguen siendo los partidos políticos los que ejercen el rol clave de mediación-control entre población y gobierno, con la constante colaboración amplificadora de los medios de comunicación, y los que nutren de contenidos y concentran el protagonismo en sede parlamentaria. En ese escenario es donde han irrumpido los nuevos movimientos sociales tratando de pluralizar y diversificar contenidos, problemas y preocupaciones y reivindicando al mismo tiempo la autonomía de la esfera civil.
A partir de esas premisas se puede imaginar un sistema en el que, por ejemplo, el gobierno fuera elegido con mecanismos similares a los actuales, en el que las decisiones que hoy toma el Parlamento y otras consideradas suficientemente significativas, fueran sometidas al refrendo directo de toda la ciudadanía con derecho a voto, utilizando los instrumentos que ofrecen las TIC y sus desarrollos futuros. Esos momentos decisionales se concentrarían en ciertas fechas, y en los períodos previos se produciría el debate público, animado por partidos políticos y por movimientos sociales que deberían orientar sus funciones hacia una labor de brokerage y de articulación de intereses y alternativas, perdiendo peso el actual énfasis partidista en la ocupación de espacios institucionales. Se dibujaría así un sistema en el que el voto directo no se produciría sin mediación ni deliberación. No hablamos, por tanto, de una simple democracia plebiscitaria. El voto directo contaría con la imprescindible mediación partidista y social, configurando así una salida pragmática que podría permitir roles significativos, aunque no monopolistas, de los protagonistas actuales de los procesos de intermediación y representación de la voluntad popular.