La columna vertebral de la economía, tanto española como europea, son las pymes, las empresas con menos de 250 empleados, según el criterio de clasificación de la UE. El papel de las pymes no ha dejado de crecer durante las tres últimas décadas. Según datos ofrecidos por la Comisión Europea en su Annual Report on European SMEs para 2010-2011, en los países de la UE había en 2010 aproximadamente 20,8 millones de pymes, que representaban el 99,8% del tejido productivo europeo, de las que el 92,1% (19,2 millones) eran microempresas, mientras que las grandes compañías se cifraban en 43.000 (0,2% del total). Las pymes aportan cerca del 58,4% del Valor Añadido Bruto producido por el sector privado y más de dos terceras partes del empleo privado (unos 87,5 millones de puestos de trabajo).
La literatura ha resaltado la importancia de las pymes, por cuanto suponen un agente dinamizador de la economía, que contribuye de forma relevante a la innovación, la canalización de nuevas estrategias de desarrollo, la creación de empleo y las oportunidades de progreso de cualquier individuo con independencia de su origen. Según la Comisión Europea, su contribución al empleo se refleja en que las pymes han sido responsables del 85% del crecimiento del empleo europeo entre 2002 y 2010, una cuota significativamente superior a su porcentaje del empleo total (67%); mientras el crecimiento medio anual del empleo en las pymes ha sido del 1%, en las grandes empresas se ha reducido a la mitad.
El Informe Birch, titulado The Job Generation Process, puso de manifiesto que el 50% de los nuevos puestos de trabajo en Estados Unidos fueron creados por nuevas empresas en el período 1969-1976. Otros datos ilustran igualmente el dinamismo empresarial estadounidense: casi el 100% de los nuevos empleos creados en este país provienen de nuevas empresas y de pymes (36 millones de puestos de trabajo en 20 años). Un 50% de las innovaciones en el campo empresarial y un 95% de las innovaciones radicales provienen de nuevas empresas y de pequeñas empresas en expansión.
Por el contrario, se juzga asiduamente con dureza a la gran empresa acusándola de incapacidad para crear empleo, de abuso de posición de poder y a sus máximos ejecutivos de percibir remuneraciones desmesuradas a espaldas no sólo de las necesidades del resto de stakeholders, sino también de su aportación a la creación de valor. Si esta tesis es cierta, las pymes serían los actores principales de una mayor función social de la empresa y de la articulación de una estrategia de salida de la crisis que distribuya los costes y los sacrificios entre todos los grupos de interés.
Las pymes han sido identificadas como una fuente esencial del espíritu emprendedor e innovador, que contribuyen decisivamente al crecimiento económico, a la creación de empleo y a la cohesión social en los ámbitos regional y local. Una economía equilibrada y bien orientada debería, por tanto, aprovechar todo el poder que las pymes encierran para crear prosperidad, generar mejor empleo y progresar hacia la economía del conocimiento.
Mas el papel de las pymes en la creación de empleo ha sido discutido por varios investigadores, quienes además han señalado que las empresas pequeñas proporcionan sueldos más bajos y menos beneficios a sus empleados que los grandes negocios. Al mismo tiempo, hay que considerar que el concepto clásico de empresario tradicional, donde se solapan la propiedad y la dirección, sólo pervive hoy en día en las pymes, en las microempresas y en los negocios artesanales. El empresario de la pyme mantiene aún la unicidad de las figuras de “empresario riesgo” y “empresario director e innovador”, en líneas generales. En definitiva, el pequeño empresario se corresponde mucho más que el gran empresario con el empresario propio de la economía capitalista decimonónica, quien conjuntaba en sí el riesgo y el control. Lo que distingue a este empresario del típico de las grandes empresas es que conjuga en su persona todas las funciones reseñadas, mientras que en las corporaciones se produce una división de funciones entre los accionistas y el empresario. No obstante, este último (el “empresario controlador”) asume también las funciones de anticipo del producto social, ostentación de la autoridad en la empresa e innovación. Por otra parte, lo que diferencia al pequeño empresario del mero asalariado es que soporta el peso del riesgo y toma las decisiones fundamentales en la actividad económica. Además, el importante proceso de crecimiento, internacionalización, modernización y renovación que la pyme ha desarrollado durante las últimas décadas no la ha librado de serios problemas, que tienen su raíz en las desventajas competitivas intrínsecas al tamaño.